**17 de octubre, 2023**
Mamá, ¿y si la abuela se pierde? Así todos estaríamos mejor dijo Lucía con voz desafiante.
Lucía, ¿cuándo vas a parar? ¿Me lo vas a recordar toda la vida? respondió la adolescente de quince años, ofendida.
No toda la vida, solo mientras viva con nosotros. Si sale a la calle, se perderá y…
Y morirá bajo un banco del parque, y nos quedaremos con la culpa… Mamá, ¿y si la dejamos? volvió a preguntar Lucía, retadora.
¿Dejarla cómo? su madre no entendía.
Que se pierda. Tú misma dijiste que estás harta de lidiar con ella.
¿Cómo puedes decir eso? Es mi suegra, no es mi madre, pero para ti es tu abuela.
¿Abuela? Lucía entrecerró los ojos, como siempre hacía cuando se enfadaba. ¿Dónde estaba cuando su hijo nos abandonó? ¿Cuando se negaba a cuidarme, a su propia nieta? No tuvo compasión de ti cuando trabajabas como una mula para ganar unos euros extra… ¡Ella te culpaba a ti de que tu marido se fuera!
¡Basta ya! estalló su madre. No debería haberte contado nada de esto. Suspiró. Te he educado mal si no sientes compasión por los tuyos. Me da miedo. ¿Así me tratarás tú cuando yo envejezca? ¿Qué te pasa? Siempre fuiste una niña buena. No podías ver un gatito abandonado sin llevártelo a casa. Pero la abuela no es un cachorro… Movió la cabeza, agotada. Ya está castigada. Tu padre no solo nos abandonó a nosotras, sino también a ella.
Mamá, vete al trabajo, llegarás tarde. Prometo que cerraré la puerta dijo Lucía, mirándola con culpa.
Vale, antes de que digamos algo de lo que nos arrepintamos… pero su madre no se movió.
Mamá, perdona, pero verte duele. Piel y huesos. Solo tienes cuarenta años y caminas encorvada como una anciana. Siempre agotada. ¿Por qué me miras así? ¿Quién te dirá la verdad si no es tu hija? Lucía no notó que alzaba la voz de nuevo.
Gracias. Asegúrate de que no encienda el gas ni deje el grifo abierto.
Eso digo, estamos atadas a ella. Sin vida. Mamá, llevémosla a una residencia. Allí estará cuidada. Ella no entiende nada…
¿Otra vez? la interrumpió su madre.
Será mejor para todos, sobre todo para ella continuó Lucía, ignorando su irritación.
No quiero oírte más. No voy a llevarla a ningún sitio. ¿Cuánto le queda? Que esté en casa…
Nos sobrevivirá a las dos. Vete al trabajo. No saldré, cerraré la puerta, te lo prometo repitió Lucía con rabia.
Perdona. Te he cargado con esto… Todas tus amigas salen, y tú cuidando a la abuela.
No se dieron cuenta de que la puerta de la abuela estaba abierta. Ella lo había oído todo, aunque probablemente no lo entendía, y lo olvidaría en un minuto.
Su madre se fue, y Lucía entró en su antigua habitación, ahora ocupada por la abuela.
Abuela, ¿necesitas algo? preguntó.
La mirada de la abuela no expresaba nada.
Vamos, te daré un caramelo la ayudó a levantarse y la llevaron a la cocina.
¿Tú quién eres? la abuela la miró vacía.
Bebe el té susurró Lucía, dejando un caramelo frente a ella.
La abuela adoraba los dulces. Lucía y su madre los escondían, dándole solo uno con el té. Lucía observó cómo desenredaba el envoltorio. A través de su escaso cabello gris, se veía el cuero cabelludo pálido. Apartó la vista.
Antes, la abuela teñía su pelo, lo peinaba con elegancia, se pintaba los labios de rojo y se dibujaba las cejas. Lucía recordaba el dulce aroma de su perfume. Los hombres siempre la miraban… hasta que perdió la razón.
No sabía qué sentir: ¿lástima, compasión, rechazo? Un timbre la sacó de sus pensamientos.
Habrá olvidado algo mamá fue a abrir.
Pero era su amigo Javier, un compañero de clase. Su madre no aprobaba su amistad, así que él venía cuando ella no estaba.
Hola. ¿Tan temprano? Mamá acaba de irse susurró Lucía.
Lo sé. No me vio.
¡Lola! gritó la abuela desde la cocina.
¿Quién es Lola? preguntó Javier.
Así llama a mamá. Cree que es su hija. Ahora la llevaré a su habitación. Quédate en el baño y no hagas ruido. Hoy está lúcida empujó a Javier hacia el baño.
No hay nadie entró en la cocina y vio la taza vacía y el envoltorio.
Quiero más té dijo la abuela.
Pero… Lucía comprendió la inutilidad de explicarle.
Olvidaba todo rápidamente, menos su pasado lejano. A veces confundía todo, pero había momentos de lucidez, breves y raros.
No sabía si la abuela fingía por otro caramelo o realmente lo había olvidado. Suspiró, le sirvió más té y puso otro caramelo.
Cuando terminó, la llevó a su habitación.
Ahora duerme cerró la puerta.
Javier asomó desde el baño.
¿Ya puedo salir?
Sí. Vamos a la cocina echó un vistazo a la puerta antes de seguirlo.
Escucharon música juntos, cada uno con un auricular. Lucía movía la cabeza al ritmo, sin notar que la abuela salía al recibidor…
Al despedir a Javier, vio la puerta abierta. Corrió a la habitación: la abuela no estaba.
La puerta… No la cerré. Se ha ido. Mamá pensará que lo hice a propósito casi llorando, se lamentó.
¿Por qué pensaría eso? preguntó Javier.
No lo entiendes. Hoy mismo dije que era mejor que se perdiera. Pensará que lo hice para fastidiar.
Vístete, la buscaremos. No pudo ir lejos dijo Javier.
El abrigo y los zapatos de la abuela seguían allí.
¿Salió en zapatillas y bata? Lucía lo miró confundida.
¿Vecinos? Quizá salió y no reconoció su casa. Yo revisaré el patio Javier bajó las escaleras.
Nadie respondió a los timbres. Lucía salió a la calle. Javier revisaba arbustos y columpios…
No está. Busquemos en los patios de al lado. Tú ve a la derecha, yo a la izquierda. Nos vemos aquí ordenó Javier, y salió corriendo.
Lucía llegó hasta la parada del autobús. Nada. ¿Cuánto tiempo llevaba fuera? ¿Media hora? ¿Dónde podía ir en zapatillas?
Hay que llamar a la policía dijo.
Espera. ¿Dónde solía ir? preguntó Javier, sin aliento.
Lucía lo pensó, pero no recordaba nada.
Ampliemos la búsqueda. Tú ve hacia el colegio señaló en dirección opuesta.
Algunas farolas estaban apagadas. Lucía pasó rápido por las zonas oscuras, sintiendo que alguien la observaba. Cerca del colegio, recordó una historia de la abuela: una vez olvidó un cuaderno y saltó por la ventana, casi rompiéndose una
