Mamá”, susurró Víctor cuando se quedaron solos en la cocina, “llevo tiempo pensando si debía contarte esto”.

Life Lessons

**Diario Personal Katalina**

Hoy ha sucedido algo que me ha dejado sin palabras. Estábamos solos en la cocina, cuando Víctor, mi yerno, me llamó en voz baja:

Catalina dijo, dudando. Llevo tiempo pensando en decirle algo.

Lo miré sorprendida. No estaba acostumbrada a que él quisiera hablar a solas conmigo de cosas personales.

¿Qué ocurre, Víctor? pregunté mientras secaba los vasos, intentando disimular mi sorpresa.

Él hizo una pausa antes de continuar:

Veo que siempre vive para los demás. Para Ángela, para Julieta y se olvida de usted misma. Usted es una mujer joven, de cincuenta y un años su voz era suave pero firme. Y, sin embargo, camina con la cabeza baja, como si la vida ya no tuviera nada que ofrecerle. No es justo.

Forcé una sonrisa amarga.

Vamos, Víctor, ¿qué otra cosa puedo hacer? Mi marido me dejó por una más joven, perdí mi trabajo. Solo me queda ser la abuela.

Él negó con decisión.

No lo veo así. Usted es fuerte, inteligente, hermosa. Y quiero que sepa que no está sola.

Sentí un vuelco en el corazón. Había una calidez en sus ojos que me asustó.

Víctor susurré, incómoda. ¿Qué intentas decirme?

Se acercó un paso, pero se detuvo, como si se contuviera.

No tiene que responder ahora. Solo recuerde esto: hay alguien que la valora de verdad.

Me quedé en silencio. Sus palabras resonaron en mí toda la noche.

Las semanas pasaron como siempre: llevar a Julieta al colegio, la farmacia, las tareas de casa. Pero las palabras de Víctor no me dejaban en paz. Aunque nunca volvió a mencionarlo, me sorprendía buscando su mirada más de lo debido.

Una tarde, mientras volvía con mi nieta, me encontré con Santiago, mi exmarido. Iba del brazo de su nueva pareja, Dolores. Se veía cansado, envejecido.

Hola saludó él con frialdad. ¿Cómo estás?

Bien respondí con calma. Sin quejas.

Dolores me miró de arriba abajo y soltó con desdén:

Sigues siendo tan sencilla.

Sonreí. Por primera vez, sentí que no necesitaba justificarme. Sabía que mi fuerza no estaba en la ropa ni en el maquillaje.

Poco después, una vieja amiga de la universidad me llamó. Me ofreció un puesto como profesora en la escuela de ingeniería. Dudé mucho, pero al final acepté.

Ese trabajo me devolvió la ilusión. Preparaba clases, corregía exámenes, guiaba a jóvenes. Los estudiantes me respetaban, y yo, de algún modo, volvía a sentirme viva.

Una noche, al llegar a casa, Víctor me esperaba en la puerta con un ramito de flores silvestres.

Son para usted dijo, incómodo. Sin motivo.

Mi corazón latió con fuerza.

Víctor, sabes que esto no está bien murmuré.

Lo que no está bien es negar lo que siente el corazón respondió serio. Usted merece ser feliz.

Contuve las lágrimas. Tomé las flores, dije un simple “gracias” y subí rápidamente las escaleras.

Aquella noche no pude dormir. Sabía que no podía quitarle a mi hija lo que era suyo. Pero, por primera vez en años, sentí que mi corazón seguía latiendo. Que aún podía amar.

A la mañana siguiente, tomé una decisión. Reuní a Ángela y a Víctor en la mesa.

Queridos empecé con calma, les estoy agradecida por todo. Pero a partir de ahora, las cosas serán diferentes. Yo también tengo una vida. No quiero ser solo la abuela que carga con todo. Tengo un nuevo trabajo, voy a reformar mi piso y he decidido algo: voy a viajar. Quiero ver el mar, del que siempre he soñado.

Ángela me miró atónita.

Mamá nunca habías hablado de eso.

Ahora es el momento respondí con firmeza. No os preocupéis, siempre estaré aquí, pero no viviré solo para los demás.

Víctor calló, pero su mirada lo decía todo: había respeto y admiración en ella.

Pasaron los meses, y yo cambié. Compré ropa nueva, me apunté a un curso de idiomas y retomé mi antigua pasión: la pintura.

Cuando llegó mi próximo cumpleaños, ya no era la mujer derrotada y sola la que se sentaba a la mesa, sino una mujer radiante que creía en sí misma.

¡Feliz cumpleaños, mamá! dijo Ángela, sirviendo cava. Brindemos por la mujer que, al fin, ha aprendido a quererse.

Sonaron las copas, las risas llenaron la habitación. Y yo, sonriendo para mis adentros, pensé: *Sí. Ahora empieza mi vida de verdad.*

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