Los hijos desamparan a su anciano padre en el bosque, pero el lobo hizo algo que dejó a todos boquiabiertos

Life Lessons

**Mi diario, 12 de octubre**

El bosque se cubría de sombras mientras la noche caía. Junto a un viejo roble, temblando de frío, un hombre mayor se sentaba en la tierra húmeda. La desesperación nublaba su mirada. Sus propios hijos, impacientes por la herencia una gran casa en Toledo, tierras y unos cuantos miles de euros, lo habían abandonado allí como a un trasto viejo.

Llevaban años esperando su muerte, pero el destino no se apresuraba. Así que tomaron el asunto en sus manos: lo dejaron en lo más profundo del monte, sin agua ni comida, confiando en que los animales harían el trabajo sucio. La policía solo encontraría restos, pensarían en un accidente trágico.

El pobre hombre, apoyado contra el tronco, se estremecía con cada crujido. Entre el silbido del viento, escuchó otro sonido: el aullido de un lobo. Sabía lo que eso significaba.

Madre mía ¿así terminará todo? murmuró, juntando las manos en un último rezo.

De pronto, una rama se quebró. Luego otra. Algo se acercaba. Intentó levantarse, pero sus piernas ya no respondían. Entre los arbustos, apareció la figura del lobo. Su pelaje plateado brillaba bajo la luna, y sus ojos ardían como ascuas. Mostró los colmillos y avanzó.

«Se acabó», pensó el viejo.

Cerró los ojos, esperando el dolor. Pero, para su sorpresa, el lobo solo se acercó y aulló suavemente, casi como si le hablara. Con mano temblorosa, el hombre tocó su lomo. El animal no se apartó.

Entonces lo recordó. Hace años, en esos mismos bosques, había liberado a un lobezno de una trampa de cazadores. El animal huyó sin mirar atrás pero, al parecer, nunca lo olvidó.

Ahora, aquella fiera se inclinaba ante él, ofreciéndole su lomo. Con esfuerzo, el anciano se aferró a su cuello. El lobo lo llevó entre los árboles, sorteando peligros, hasta que a lo lejos aparecieron las luces de un pueblo. La gente, al oír los ladridos, salió corriendo y vio lo imposible: un lobo, con delicadeza, dejaba al anciano a las puertas del lugar.

Bajo techo, rodeado de vecinos compasivos, el viejo lloró. No de miedo, sino al entender que una bestia había tenido más corazón que sus propios hijos.

**Lección del día:** A veces, la lealtad vive donde menos la esperas. Y la ingratitud, donde más duele.

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