Lo que está destinado a suceder, sucederá.
Despedía a su querido Antonio del servicio militar la joven Araceli, abrazándolo y apoyando su cabecita sobre el hombro del muchacho. En sus hermosos ojos celestes brillaban lágrimas; le costaba mucho alejarse de su amado.
Araceli, no te angusties, el tiempo pasará pronto y volveré. Todo será perfecto para los dos le decía Antonio, intentando mirarla a los ojos. No me ocurrirá nada, solo espera.
Claro, Antonio, esperaré. Por suerte ahora podemos hablar por teléfono de vez en cuando. Mi madre me contaba que en su juventud no había teléfonos y se escribían cartas que a veces se perdían entre tanto polvo.
Así que seguiremos en contacto respondió él.
Entonces se escuchó la orden del oficial para los reclutas:
¡Alistarse! vino el pase de lista y, de nuevo, el mando: ¡Tomen asiento en el autobús!
Antonio, sentado junto a la ventanilla, saludaba con la mano a sus padres mientras veía a su amiga Lara, que siempre le hacía sombra y le colgaba del brazo desde la escuela. Ella le lanzaba una sonrisa pícara y le miraba fijamente a los ojos.
¿Por qué se ha entrometido ella? pensó y dirigió la mirada a Araceli, que ya se había girado para marcharse. Seguro está llorando de nuevo se lamentó Antonio. No soportaba las lágrimas de Araceli.
Araceli sabía que la eterna rival de su Antonio, Lara, había venido a despedirse, así que se alejó antes de que la muchacha pudiera decirle alguna mala palabra.
No importa, el tiempo pasará. Yo estudio, no tengo mucho ocio; Antonio cumplirá su servicio y volverá. Entonces seremos felices. Araceli estudiaba en un instituto de la comarca, mientras sus padres vivían en el pueblo vecino, así que cada fin de semana ella volvía a casa y los domingos por la tarde regresaba en el último servicio del autobús. Antonio, que no había proseguido estudios, había empezado a trabajar en la almazara del pueblo después de la secundaria y aguardaba el llamado al ejército. Cada fin de semana la recogía del autobús y la despedía.
Se habían enamorado en el décimo curso, en clases paralelas, y Lara, su compañera de clase, se había puesto en medio desde el principio. Cada rumor que tejía contra Araceli le servía para ganar el favor de sus amigas, aunque al fin y al cabo todos conocían la verdad.
Araceli, una chica bonita con sonrisa radiante, ojos azulados y cabellos rubios, llamaba la atención de muchos chicos. Se enamoró de Antonio, un joven alto, de pelo castaño claro y mirada gris cálida, que también la encontraba perfecta. En los recreos siempre estaban juntos; las demás chicas susurraban y algunas miraban con envidia. Las amigas de Lara la odiaban, y ella las incitaba contra Araceli.
Lara otra vez está inventando cosas sobre ti le comentó su compañera de pupitre, Irene. Nunca se cansa. Ve que no puede arrancarte a él y se vuelve loca.
Pues que invente, Antonio me conoce, a los demás me da igual. Mis amigos no le creen a ella.
En el baile de graduación todos bebían cava, y Araceli y Antonio también, pero apenas un vaso. Después pasaron la noche entera paseando por el parque del río, cantando con guitarra y gritando que ya eran adultos. Algunos jóvenes se embriagaron tanto que se quedaron dormidos en los bancos.
Al principio la fiesta era para todos. Lara, que nunca había bebido, se animó y, frente a todos, se acercó a Antonio, se apoyó en su cuello y después se lanzó a sus labios. Todos quedaron boquiabiertos; Araceli estaba a su lado, mientras Antonio trataba de zafarse de sus agarradas. Finalmente la soltó:
Lara, ¿qué te pasa? No puedes lanzarte a la gente exclamó, irritado. No deberías beber cava, te ha jugado una mala pasada, pero ella solo se reía a carcajadas.
Sabes, Antonio, al final seré tuya le dijo, alejándose.
Antonio tomó a Araceli de la mano y la llevó al borde del río.
¿No te ha molestado esa locura? le preguntó.
No, sé que nadie nos podrá separar. Confiamos el uno en el otro respondió ella, vestida ese día con un largo vestido azul celeste y un gran lazo al hombro del color de sus ojos.
Al alba Antonio la despidió y volvió a su casa. Poco después Araceli aprobó los exámenes de ingreso y consiguió plaza en el instituto. Desde entonces Antonio la recogía y la dejaba en la escuela y luego la llevaba de vuelta.
Lara, al saber que Araceli estudió en el mismo pueblo, se alegró pensando que finalmente tendría tiempo para encantar a Antonio. Su objetivo era separar a la pareja y, para ello, se acercó a la madre de Antonio, la señora Valentina, que vivía a dos casas de distancia. Se cruzaba con ella en el camino y, cuando podía, se colaba en el patio mientras Antonio no estaba.
Señora Val, le cuento que nuestra querida Araceli ha encontrado en la ciudad a un chico rico y la está engatusando. Creo que está intentando meter a su hijo en líos dijo Lara con voz conspiradora.
Lara, no puede ser, Araceli es una muchacha honrada; la relación con Antonio es muy fuerte replicó Valentina, desconcertada.
Valentina conocía a la madre de Lara, una mujer que, a sus 45 años, había sido infiel al marido y vivía con otro amante, al que llamaba mi conejillo. En el pueblo todo el mundo hablaba de ello.
Ese conejillo siempre está en casa, pero ahora anda buscando trabajo en otras ciudades decían las vecinas en la tienda.
Antonio y Araceli se llamaban de vez en cuando, aunque él apenas contestaba. Ella le enviaba cartas y él respondía. Tres meses después del alistamiento, Lara ideó un nuevo plan.
Señora Val, ¿me da la dirección de Antonio? No me contesta el móvil preguntó Lara.
¿Para qué la quieres?
Un compañero suyo, Víctor, quiere saber dónde vive. Él estudia en la universidad y no vuelve los fines de semana respondió Valentina, entregándole la dirección en un sobre.
Ese mismo día Lara le escribió a Antonio una carta tan persuasiva que incluso ella se sintió incómoda al redactarla.
Él creerá que Araceli le miente. Le seguiré metiendo ideas en la cabeza, como el agua que erosiona la piedra pensó, sonriendo con malicia.
Durante los siguientes tres meses Lara le escribió al soldado, describiendo cómo la hermosura de Araceli estaba manipulándolo. Antonio llegó a preguntar a su madre si era cierto que Araceli salía con alguien más; ella le respondió que Lara mentía y que debía ignorar esos chismes.
Nadie en el pueblo sabía que Lara había viajado en secreto al cuartel para encontrarse con Antonio. Él, al parecer, le creyó, y ella se marchó con él.
Una noche Antonio llamó a Araceli en el piso del internado.
Hola, Araceli, ¿cómo estás? dijo con voz extraña y sarcástica.
Bien, pero ¿quién eres? replicó ella. ¿Por qué hablas así?
Soy un extraño. Tú giras a la derecha y a la izquierda, y yo no sé cómo hablarte. No me vuelvas a llamar ni a escribir; me has traicionado, ya sé todo de ti.
Araceli apenas logró preguntar:
¿Son artimañas de Lara? pero él colgó sin escucharlo.
Araceli, al volver a casa el fin de semana, se encerró en su habitación. Antonio, en quien había depositado toda su fe, no volvía del ejército. Rumores corrían de que Lara había ido al cuartel embarazada.
Llegó el Día de la Mujer, ocho de marzo. Araceli pasó tres días de descanso, pero estaba triste y abatida por la ruptura. Su abuela y su madre prepararon una mesa festiva, y su hermano menor, Esteban, de dieciséis años, les llevó tulipanes que había comprado temprano por la mañana. Entró en la habitación de su hermana y le dijo:
Araceli, que te vaya lo mejor. Todo se arreglará y serás feliz.
Gracias, hermano, mi tesoro le respondió con un beso.
La familia entera estaba preocupada por ella. Ese día el tiempo se volvió gris; una gran nevada cubría todo. La nieve estaba aún sin fundirse y caía sin cesar. Primero nevisaba, luego una pesada y húmeda capa se depositó, haciendo crujir el tejado de zinc.
Esteban corrió al patio y, al ver la nieve acumulada sobre el tejado, buscó ayuda. Necesitaban apuntalar el techo de inmediato, pues en menos de una hora podría colapsar. Él, único hombre de la casa tras la marcha del padre, no tenía más opción.
Al poco tiempo llegó un joven desconocido, Gorka, a quien Esteban había conocido en el camino. Gorka había venido a casa de la tía Bárbara para llevarle flores.
¡Gorka, ayúdame! Necesitamos poner puntales bajo el tejado, tengo miedo de que se caiga con tanta nievele explicó Esteban. ¿Vienes a casa de la tía Bárbara?
Sí. Mi madre me pidió que le llevara un ramo, no pude ir a la ciudad, así que vine. Ahora, ¿qué haces?
Gorka subió al tejado, pidió unos guantes térmicos porque sus manos estaban heladas. Esteban gritó desde la puerta:
¡Mamá, presta guantes a Gorka!
En ese momento apareció Araceli con unos guantes de lana y se los ofreció a Gorka, sonriendo.
Vamos, Gorka, para una dama tan bonita como tu hermana, haremos todo lo posible bromeó Esteban.
La abuela, al ver cómo se sonrojaban las mejillas de su nieta, se tapó con otro chal. Cuando los chicos terminaron de apuntalar, Esteban dijo:
¡Gracias, Gorka! Ahora pasemos a la mesa, ya está todo listo para celebrar a nuestras mujeres.
En la mesa todos reían y notaban que Gorka no dejaba de mirar a Araceli, y ella le devolvía la mirada, con las mejillas sonrojadas. Después de cenar Gorka propuso:
Araceli, ¿salimos a dar una vuelta?
Claro respondió ella, con la cara encendida y los ojos azules brillando.
La familia escuchó la risa alegre de Araceli desde la ventana.
Gracias a Dios, nuestra niña ha vuelto a sonreír dijo su madre.
Y su hermano añadió:
Así se hace, el bien se paga con bien.
Seis meses después, en la boda de Araceli y Gorka, la tía de Gorka, emocionada, miró a la feliz pareja y repitió:
Yo siempre dije que lo que está destinado a suceder, sucederá
Araceli, tras terminar el instituto, se quedó en la ciudad con Gorka. Ambos son felices, se encontraron y el destino les susurró al oído: «Los he encontrado, los he unido; no esperen más milagros, mantengan lo sagrado».







