Lo más importante es casarse bien.

Life Lessons

**Diario de un hombre observador**

Lo más importante es casarse bien. Un hombre con dinero es una vida feliz.

Isabel era la única hija de sus padres. Su padre la protegía, su madre la mimaba y siempre le repetía lo mismo:

Lo primordial es hacer un buen matrimonio. Un hombre adinerado es sinónimo de felicidad.

Isabel asentía, pero ¿dónde estaba ese hombre próspero? En la universidad había buenos chicos, claro. Incluso tenía un novio de familia acomodada. Pero su padre vigilaba cada paso: nada de salidas nocturnas, reuniones de estudiantes o excursiones. Todo bajo control.

Pronto, su novio encontró a otra chica, más libre e interesante que Isabel.

Llegó la defensa del título universitario, y el amor pasó a segundo plano. Después, con ayuda de su padre, consiguió un buen trabajo, y su madre se ocupó de su vida sentimental.

Isabel, préstale atención a este hombre le dijo su madre. Es mayor que tú, pero eso es una ventaja, no un defecto. ¿Para qué quieres a un chiquillo sin experiencia? Javier es un hombre serio, dueño de su propia empresa. Ni siquiera tendrás que trabajar.

Pero estuvo casado, mamá. Tiene una hija, lo que significa pensiones.

Eso no importa. Su exmujer era una inepta, y vive en otra ciudad con la niña. No es problema.

El padre de Isabel guardó silencio. Desde que su hija terminó la universidad, él no se entrometía en “asuntos de mujeres”.

Para sorpresa de todos, a Isabel le agradó Javier. Diez años de diferencia no le importaron. Con su porte elegante, bien vestido y educado, seguiría siendo atractivo dentro de otra década.

Se casaron. Su madre suspiró aliviada, cumplido su deber, y se dedicó a vivir para sí misma: salones de belleza, tiendas, viajes con su marido

Isabel, siguiendo su ejemplo, también disfrutó de la vida. Javier cubría todos sus caprichos. Las tareas domésticas quedaron en manos de la empleada, que hacía su trabajo sin necesidad de indicaciones.

Hasta que el trueno cayó inesperadamente.

La exmujer de Javier falleció, y él tuvo que llevarse a su hija, Lucía, a vivir con ellos.

Isabel estaba furiosa. ¿Ahora debía ser “madrastra” de una niña que no era suya? Pero no tuvo opción.

Lucía, de nueve años, era callada y aplicada. Tras la cena, se apresuraba a lavar los platos, preguntaba por la escoba para barrer o planchaba su ropa. A Isabel todo esto le irritaba.

Javier, absorbido por su negocio, apenas tenía tiempo para su hija. Un gesto cariñoso o un “¿Cómo te fue en el colegio?” era todo lo que recibía.

Isabel se sintió atrapada. No podía salir cuando quería, ir al gimnasio a primera hora o pasar horas en redes sociales. Ahora debía supervisar los deberes de Lucía.

Propuso mandarla a un internado, pero Javier se enfureció.

Así pasaron los años, con una convivencia fría y resentimientos.

Dos años después, Isabel dio a luz a un niño, Adrián. Lucía, ya casi adolescente, se ofreció a cuidar de él. Y lo hizo mejor que cualquier niñera: hacía los deberes, jugaba con su hermano, planchaba Hasta la ropa de cama pasó a ser su responsabilidad, pues la empleada, Nina, ya estaba mayor.

Isabel se acostumbró. Lucía llevaba la casa, y ella seguía disfrutando de su vida social.

¿No crees que has delegado demasiado en Lucía? le preguntó Javier un día.

Ella no se queja respondió Isabel. Además, a veces llevo a Adrián a exposiciones o conciertos.

Cuando Lucía terminó la universidad, su padre la contrató en su empresa como traductora. Allí conoció a David, un vendedor ambicioso. Javier se sorprendió al ver a su hija, siempre reservada, enamorarse.

Se casaron, pero David pronto dejó el trabajo para emprender un negocio que fracasó. El suegro, indignado, se negó a ayudarlo.

Lucía, acostumbrada a sacrificarse, mantenía a su marido con su sueldo, mientras seguía ayudando en casa de su padre.

Todo empeoró cuando la salud de Javier decayó y los socios extranjeros retiraron su apoyo. La empresa quebró.

David, hundido, reaccionó con crueldad al saber que Lucía esperaba un bebé:

¿Un niño? ¡Estás loca! ¡No tenemos nada!

Lucía pidió el divorcio.

Regresó a casa de su padre, donde vivía con Isabel y Adrián, ahora un adolescente brillante.

Lo más sorprendente fue el cambio en Isabel. Cuando nació la bebé, Clara, se transformó en una abuela cariñosa, dedicada por completo a la niña.

Un año después, Isabel se casó con un admirador y se mudó con Adrián. Lucía se quedó en la casa paterna, trabajando desde casa.

Los fines de semana, Adrián visitaba a su hermana, a quien adoraba.

Lucía, tienes que vivir tu vida le decía. ¿Quieres que te presente a mi profesor de educación física? Es un buen hombre.

Ella se reía, le revolvía el pelo y respondía:

¡Tranquilo, entrometido!

La vida siguió. Cada uno encontró su propia felicidad.

Incluso Lucía, quien, en lo más profundo de su corazón, soñaba con encontrar un amor verdadero. Y muy pronto, así fue.

**Lección:** El dinero no garantiza la felicidad, pero el amor y la resiliencia sí construyen un futuro mejor.

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