Lista de mis deseos

Life Lessons

30 de septiembre de 2024

Hoy la entrada del pasillo está abarrotada de cajones y cajas. Yo, con el sudor corriendo por la frente, intento encajar una más en el altillo. El polvo se posa como una escarcha gris sobre mi calva que ya está mostrando su parte más delgada.

¿Para qué guardas tanto? Al final es basura gruñí mientras bajaba por la escalerilla que cruje bajo mis pies.

No es basura repuso Inés, firme pero suave, sentada en el suelo con la ropa del armario desordenada, rodeada de papeles. Es recuerdo.

Recuerdo bufó Iker. Esta memoria me está partiendo la espalda. Dentro de un año lo tirarás igual; no hay sitio.

Inés no contestó. Sus dedos rozaron la portada de cuero gastado de un viejo álbum y lo abrió.

Mira dijo sin prestar atención a mi refunfuño. La estudiante de primero. ¿Te acuerdas?

Me acerqué de mala gana. En la foto amarillenta bajo la luz del sol, una niña con cintas blancas miraba al horizonte.

Sí, recuerdo murmuré, más suave. Ese día llorabas porque el delantal te picaba.

Y eso era el campamento de la Sierra de Gredos

Gredos asentí, mirando por encima del hombro de Inés. Trajiste aquella concha del campamento, la que todavía está por ahí tirada.

Volví a revolver las cajas, pero sin la energía de antes. Inés pasaba página tras página. Veía la juventud, la universidad, nuestra boda: yo con un traje demasiado amplio, ella con un vestido de encaje de madre, ambos jóvenes, lisos, felices, sonriendo a la cámara sin imaginar lo que nos esperaría dentro de veinte años: este estrecho apartamento, mis quejas eternas, su silenciosa molestia porque la romántica quedó atrapada en el papel.

¡Cuidado! exclamó Inés de pronto.

Yo rozé con el hombro una caja de cartón y su contenido se esparció por el suelo. Mientras seguía refunfuñando y recogiendo libros, Inés levantó del linóleo una pequeña caja forrada de terciopelo y la abrió.

Dentro, sobre una almohadilla de algodón, reposaba la misma concha de Gredos, varios distintivos descoloridos, una ramita reseca de mimosa y una hoja doblada de cuaderno escolar.

¿Qué es esto? preguntó Iker, al terminar de ordenar.

Inés desenrolló la hoja. La letra infantil y cuidadosa leía: Lista de mis deseos. 1. Ser médico. 2. Saber tocar la guitarra. 3. Ir a Roma. 4. Casarme por gran amor.

Me la extendió sin decir nada. La leí de un vistazo, me suavizó la expresión y luego resopló:

No llegaste a ser médico. Tampoco tocas la guitarra. Roma no está en tu lista Y lo del amor me quedé sin palabras, frotándome la zona lumbar. No te convertiste en doctora, pero ahora me duele la espalda como a un anciano, por tus archivos.

Inés tomó la hoja de mis manos, la miró detenidamente, se fijó en el punto cuatro y luego en mi rostro cansado, cubierto de polvo, en mis manos que acababan de cargar cajas pesadas para hacer espacio en su armario.

Casarse por gran amor no significa vivir en constante romance, Iker. Significa que, cuando el marido tiene la espalda dolorida, la esposa le hace un masaje. Y él, a cambio, lava los platos.

La volvió a doblar con cuidado, la devolvió a la caja y cerró la tapa.

Vale suspiró ella. Tal vez tengas razón. Algunas cosas de esa lista realmente se pueden desmenuzar.

Guardó la caja entre las cosas más valiosas que nunca desearemos desechar. Luego se acercó a mí, me abrazó y apoyó su mejilla contra mi barba áspera.

Gracias susurró. Por todo.

Yo, sorprendido, la acaricié torpemente el pelo.

No te pases de ligera ¿Vas a masajearme la espalda?

Lo haré sonrió Inés, apoyándose en mi hombro.

Entendí que Roma y la guitarra quedarían en el pasado, en aquella hoja amarillenta. Pero aquí y ahora, en el polvo del pasillo estrecho, el olor no era de sueños, sino de vida. Y eso también es felicidad, una que no se puede fotografiar ni pegar en un álbum. Simplemente existía, y con ello bastaba.

Lección personal: los anhelos guardados en papel pueden quedar atrás, pero el amor se manifiesta en los pequeños actos cotidianos que aligeran la carga del otro.

Rate article
Add a comment

1 × 5 =