La Última Oportunidad

Life Lessons

La Última Oportunidad

Marina, encogida sobre el sofá, apretaba las manos contra su vientre. Todo le dolía, como un recordatorio cruel de lo que se avecinaba. Lo mismo de siempre: el dolor agudo, la hemorragia, la ambulancia, el hospital y, al final, el vacío. Era un aborto espontáneo, no había duda. El tercero en dos años, después de un embarazo que no prosperó y, antes de eso, aquel aborto del que aún pagaba las consecuencias.

Con un esfuerzo, alcanzó el teléfono y marcó el número de urgencias. Media hora después, la subían a la ambulancia mientras llamaba a Adrián para avisarle de que no estaría en casa para la cena.

¿Otra vez? preguntó él, pero Marina ni siquiera contestó. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas, lágrimas de desesperación y rabia contra sí misma. ¿Cuántas veces más? ¿Por qué siempre lo mismo? Sabía la razón, claro. Si no hubiera acudido a aquel médico dudoso años atrás, todo sería diferente. Podrían tener un niño de cinco años. Pero no lo tenían, y quizá nunca lo tendrían.

¡Duele tanto! logró decir, mientras el médico ajustaba el gotero sin inmutarse.

Los dos días en el hospital se le hicieron eternos. Luego, el alta, Adrián con un ramo de flores, todo como en un guion repetido.

Estás pálida comentó él, y ella solo esbozó una sonrisa débil. No había motivos para alegrarse. No podía darle un hijo, y eso la destrozaba.

De camino a casa, con el ramo de rosas entre las manos, Marina se volvió hacia Adrián y dijo:

No quiero seguir intentándolo. No puedo darte un hijo.

No digas eso, todavía hay esperanza intentó animarla él, pero ella solo soltó una risa amarga.

¿Tú te lo crees? Cinco años tirados a la basura. Tengo casi treinta, tú rozas los treinta y cinco. Basta ya de fingir que seré madre. Los médicos dicen que no hay chances. Quizá debamos escucharlos.

Marina, tendremos hijos insistió Adrián. Recuerda lo que dijo el profesor Ruiz. Dijo que había posibilidades si seguíamos sus indicaciones.

¿Y dónde está tu profesor? replicó ella, nerviosa. Lleva años muerto. ¿Dónde están esas indicaciones? Se las llevó a la tumba. Basta, Adrián. No quiero torturarte más.

¿Qué estás diciendo? frunció el ceño, sin apartar los ojos de la carretera.

Ella respiró hondo y apartó la mirada.

Separámonos. Encontrarás a una mujer que te dé un hijo, tendrás la vida que mereces. Yo no valgo tanto, ni tu paciencia, ni tu cariño. Estoy vacía. La vida no se queda en mí. No sirvo para nada.

Las lágrimas le cortaban la voz. Adrián le tomó la mano y la besó.

No digas tonterías. Lo superaremos. Hay parejas sin hijos que son felices. Nosotros también.

El problema no es tener hijos, es no poder tenerlos susurró ella entre lágrimas. Déjame liberarte.

Déjame ser feliz contigo la interrumpió él.

Así era Adrián: enamorado, paciente, dispuesto a aguantar cualquier cosa con tal de tenerla a su lado. La había conquistado con esfuerzo, luchado por ella, y cuando por fin se casaron, juró que no necesitaba nada más para ser feliz. Solo un pequeño ser que completara su dicha, pero el destino se negaba a concedérselo.

Adrián conocía el pasado de Marina. Sabía que antes de él, había estado casada con un hombre mayor, obligada por su padre, un tirano. Sabía del aborto mal practicado que la dejó estéril. Todo eso los había llevado al presente, pero no había vuelta atrás. Marina llevaba años alejada de su padre, sin contacto con su hermana pequeña, Sofía.

No me extrañaría que padre la obligara a casarse con algún indeseable por interés pensaba a veces.

Sofía tenía veintidós años, era hermosa e inteligente, como Marina, pero sumisa ante los caprichos paternos. Su padre las había criado a su manera, alejadas de sus madres, como marionetas en su teatro personal.

Marina huyó de él a los veinticuatro años, conoció a Adrián y cortó todo lazo familiar. Hasta que, una tarde, Sofía apareció en su puerta.

¿Qué pasa? preguntó Marina, sin notar al principio el vientre abultado de su hermana.

Me escapé de padre sollozó Sofía, abrazándola. Había pasado apenas una semana desde el último ingreso de Marina al hospital, y ahora esto.

¿Qué quería hacer?

Quería Que abortara.

¡Dios mío, estás embarazada! Marina la examinó, consternada. ¿De quién?

No importa. Es por amor. Él está casado, no quiere al niño. Padre dijo que si no abortaba, me llevaría a rastras al médico.

Marina lloró con ella. Sofía era frágil, vulnerable, tan parecida a la hermana que no veía desde hacía cinco años. Se había convertido en una mujer, pero seguía atada a su padre. Marina estaba segura de que, en unos días, Sofía querría volver. Y no podía permitirlo.

Adrián aceptó sin problemas la llegada de Sofía. Nunca se oponía a las decisiones de Marina. La amaba demasiado para contradecirla.

Pero, como predijo, una semana después, Sofía anunció su regreso.

¡No te dejaré ir! gritó Marina, agarrándola. ¿Quieres que le haga daño a tu hijo? Si no piensas en ti, piensa en él.

Es tarde para abortar, ningún médico lo hará a las veintiuna semanas argumentó Sofía.

¡Pero puede provocarte un parto! replicó Marina. Te drogará, y ni siquiera te darás cuenta. ¿Sabes lo que es eso? ¡Yo sí!

Sus lágrimas convencieron a Sofía. Se quedó, aunque no dejaba de sentirse culpable.

En julio, Sofía dio a luz y, de inmediato, quiso irse. Marina tomó al bebé en brazos.

No te dejaré llevarlo a ese monstruo. ¿Quieres que convierta a tu hijo en otro como él? Si quieres irte, vete. Pero a Jaime no te lo doy.

Sofía se encogió de hombros.

Padre solo quiere que vuelva, sin el niño. Tú eres la descastada para él. Quédate con este mocoso llorón.

Marina sabía que era la depresión posparto. En un mes, Sofía volvería por su hijo. Pero por ahora, disfrutaba de tenerlo en brazos, de su olor, de sus balbuceos.

Sabes que lo reclamará advirtió Adrián. Tarde o temprano, Sofía volverá.

Lo sé respondió ella, con el corazón en pedazos. Legalmente, Jaime no era suyo, y nada impedía que su padre apareciera.

Y así fue. Su padre llamó, gritando amenazas:

Si no me devuelves a mi nieto, os arrancaré la cabeza a ti y a tu marido.

Marina tembló, esperando su llegada. Quería huir con el niño, pero Adrián la detuvo. Él la protegería.

Pero el encuentro nunca ocurrió. En su lugar, llegó la tragedia. Sofía y su padre murieron en un accidente de coche. Jaime se quedó con Marina, quien inició los trámites de custodia. Nadie más lo reclamaba. Era su última oportunidad. Adrián no se opuso. Era la única opción.

Los papeleos fueron interminables. Marina apenas recordaba sus visitas al ginecólogo, hasta que la doctora le preguntó

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