Primavera temprana
La pequeña Lucía, una niña de cuatro años, observaba con curiosidad al “recién llegado” que había aparecido en su barrio. Era un jubilado de cabello cano, sentado en un banco con un bastón en la mano, como si fuera un mago de cuento.
Abuelo, ¿es usted un mago? preguntó Lucía con los ojos brillantes.
Al recibir una negativa, la niña se desanimó un poco.
Entonces, ¿para qué necesita el bastón? insistió.
Me ayuda a caminar, hija respondió el hombre, presentándose como Javier Martín. Con la edad, las piernas ya no son lo que eran.
¿O sea que es muy viejo? preguntó Lucía, siempre directa.
Para ti, quizá. Para mí, aún no tanto sonrió Javier. Solo que me rompí una pierna hace poco y aún me duele. Por eso uso el bastón.
En ese momento, salió la abuela de Lucía, Carmen López, y tomándola de la mano, la llevó hacia el parque. Carmen saludó al nuevo vecino con una sonrisa, pero fue Lucía quien terminó haciéndose amiga de aquel hombre de sesenta y dos años. La niña, esperando a su abuela, salía antes al patio y aprovechaba para contarle todas las novedades: el tiempo, lo que había cocinado Carmen para comer, o cómo su amiga del cole había estado enferma la semana pasada
Javier siempre le regalaba un bombón de chocolate, y le sorprendía ver que, tras darle las gracias, Lucía lo partía justo por la mitad, guardando una parte envuelta en el papel en el bolsillo de su chaqueta.
¿No te gustó? ¿Por qué no te lo comes entero? preguntó Javier una tarde.
Es riquísimo, pero quiero darle la otra mitad a mi abuela respondió la niña con naturalidad.
Conmovido, al día siguiente Javier le dio dos bombones. Pero, de nuevo, Lucía partió uno por la mitad y lo guardó.
¿Y ahora para quién es? preguntó Javier, intrigado.
Ahora puedo darle a mis padres. Aunque ellos pueden comprar sus propios bombones, les hace ilusión que les den uno explicó la pequeña.
Ya veo. Tienes una familia muy unida sonrió Javier. Y un corazón de oro.
Mi abuela también. Porque quiere mucho a todos empezó a decir Lucía, pero Carmen ya salía del portal y le tendió la mano.
Javier, gracias por los dulces, pero a Lucía y a mí no nos conviene comer tantos. Perdona dijo Carmen con educación.
Entonces, ¿qué puedo ofrecerles? preguntó Javier, desconcertado.
No hace falta nada, de verdad respondió Carmen.
No, no puedo quedarme así. Me gusta agasajar a mis vecinos insistió Javier.
Pues entonces ¿qué tal unos frutos secos? Pero comidos en casa, con las manos limpias propuso Carmen, mirando a Lucía, que asintió entusiasmada.
A partir de entonces, Javier empezó a darle a Lucía nueces o avellanas.
Mira tú, mi ardillita sonrió Carmen. Pero, Lucía, estos frutos están caros, y el abuelo necesita su dinero para las medicinas.
¡No es tan viejo! protestó Lucía. Y su pierna está mejorando. Dice que en invierno quiere esquiar otra vez.
¿Esquiar? Carmen arqueó una ceja. Pues vaya.
Abuela, ¿me compras unos esquís? pidió Lucía. Javier ha prometido enseñarme.
Con los días, Carmen empezó a ver a Javier paseando por el parque sin bastón, cada vez más ágil.
¡Abuelo, espera! Lucía corría para alcanzarlo y caminaba a su lado con energía.
Pues entonces esperadme a mí decía Carmen, riendo.
Así empezaron a pasear los tres. A Carmen le gustaba el ejercicio, y para Lucía era un juego. La niña bailaba, trepaba a los bancos y luego volvía a caminar junto a ellos, marcando el paso:
¡Uno, dos, tres, cuatro! ¡Más firme, mirad al frente!
Tras el paseo, Carmen y Javier se sentaban en el banco mientras Lucía jugaba. Siempre, al despedirse, Javier le daba unos frutos secos.
La está mimando demasiado decía Carmen, cohibida. Mejor dejémoslo para ocasiones especiales.
Javier le contó entonces que era viudo desde hacía cinco años, y que había decidido mudarse a un piso más pequeño, dejando otro para su hijo.
Me gusta este barrio. Y aunque no soy muy sociable, se agradece tener buena compañía cerca.
Dos días después, llamaron a su puerta. Era Lucía y Carmen, con una bandeja de empanadas.
Ahora nos toca a nosotras invitarle dijo Carmen.
¿Tienes tetera? preguntó Lucía.
¡Claro que sí! ¡Qué alegría! Javier les abrió la puerta.
El té estuvo lleno de calidez. Lucía admiró la biblioteca y los cuadros de Javier, mientras Carmen observaba con ternura cómo el hombre le explicaba cada detalle a la niña.
Mis nietos viven lejos, y ya son universitarios susurró Javier. Pero tú, Carmen, aún eres joven.
Le pasó un lápiz y papel a Lucía.
Solo llevo dos años jubilada, y con Lucía no hay tiempo para aburrirse sonrió Carmen. Además, mi hija espera otro bebé. Por suerte, vivimos cerca.
Pasaron el verano juntos, y cuando llegó el invierno, Carmen cumplió su promesa y le compró esquís a Lucía. Los tres empezaron a entrenar en el parque, donde ya había una buena pista.
Javier y Carmen se hicieron tan cercanos que ya no paseaban separados. Como Lucía no iba a la guardería, siempre estaba con su abuela, así que los tres se veían a diario. Hasta que un día, Javier viajó a Madrid para visitar a su familia.
Lucía lo echaba de menos y preguntaba cuándo volvería.
Se quedará un mes explicaba Carmen, aunque ella también extrañaba su compañía, sus detalles y su buena disposición para ayudar: arreglar un enchufe, cambiar una bombilla
A la semana, ya se sentía su ausencia. Salían al parque y miraban el banco vacío donde Javier solía esperarlas.
Pero al octavo día, al salir del portal, Carmen lo vio allí, en su sitio.
¡Javier! ¿Ya? Pensé que estarías más tiempo dijo, sorprendida.
Bah, Madrid es ruidoso. Todos trabajan. ¿Para qué quedarme solo? Prefiero estar aquí, con vosotras. Me habéis robado el corazón.
Abuelo, ¿qué les regalaste a tus nietos? ¿Chocolate? preguntó Lucía.
Los adultos rieron.
No, cariño. A ellos les di dinero. Ya son mayores respondió Javier.
Me alegro de que hayas vuelto dijo Carmen. Con todos en casa, el alma está en paz.
Lucía lo abrazó, emocionándolo aún más.
Hoy hay tortitas caseras. Con distintos rellenos. Venid a tomar algo y cuéntanos de Madrid invitó Carmen.
¿Madrid? Hermosa como siempre. Pero os traje regalos dijo Javier, tomando del brazo a Carmen y de la mano a Lucía, mientras una lluvia suave los acompañaba de vuelta a casa.
¿Por qué hace tanto calor hoy? preguntó Javier, mirando a Carmen.
¡Porque ya viene la primavera! gritó Lucía. Pronto es el Día de la Mujer, y la abuela hará una comida. ¡Y tú estás invitado!
Ay, cómo os quiero, mis vecinas susur







