La mirada de aquellos ojos verdes del pasado

Life Lessons

**La Mirada de los Ojos Verdes del Pasado**

Javier despertó antes del amanecer y pensó:

Vaya, hacía mucho que no dormía así de bien. Y aquí, en medio del campo, en un pajar, sin comodidades ni manta calentita. Aunque, ¿para qué? Es verano, hace calor, y la paja huele bien y da calor.

Se levantó y apartó la paja. Su mente estaba clara, no le pesaba la separación de su esposa, ni sentía tristeza. ¿Acaso nunca llegó a quererla de verdad? Se quedó pensativo.

¿Significa que estos diez años juntos solo fueron una imitación de vida en pareja? Aunque vivíamos bien, nunca tuvimos hijos. Elena tenía una hija, eso sí, aunque, como ella misma decía, no sabía quién era el padre. “La tuve para mí”, solía decir.

Javier siempre notó cierta falsedad en Elena, como si fingiera en su relación. Discutían a menudo. Tras cada pelea, a él le venían a la memoria los ojos verdes y la sonrisa dulce de la enfermera Mari Carmen, que se inclinaba sobre él para ponerle inyecciones y sueros en el hospital. Había sido herido en la guerra, durante su servicio en el extranjero.

Sentado en el pajar, Javier sonrió al recordar a Mari Carmen, su voz tranquila, aquellos ojos como dos esmeraldas y su melena castaña y espesa. Nunca había visto unos ojos iguales. Siempre creyó que fue ella quien le ayudó a superar el dolor y las dificultades.

El día de su alta, después de coger un ramo de flores silvestres, fue a buscarla para pedirle que se fuera con él. Sabía que no sería fácil ni rápido, pero lo intentaría.

Mari Carmen no está. La trasladaron a otro hospital de campaña le dijo otra enfermera al no encontrarla.

¿Y adónde? ¿Podría decírmelo?

No lo sé, y aunque lo supiera, no podría decírselo. Ya sabe dónde estamos

Javier se sintió destrozado, pero decidió buscarla. ¿Cómo, si solo sabía su nombre y el color de sus ojos? Al final, tuvo que volver a casa, dado de baja por sus heridas. Todo seguía igual: su padre bebía, su madre trabajaba y se quejaba de su marido.

Hasta que un día, su compañero de batalla, Rafa, fue a visitarlo. Habían pasado mucho juntos y ahora también volvía a casa.

¿Qué tal, Javi? ¿Te has recuperado? le preguntó Rafa, abrazándolo.

Bastante bien respondió Javier, encogiéndose de hombros.

¿Por qué no vienes a mi pueblo? Aquí no hay trabajo, y allí podríamos estar cerca le propuso Rafa, guiñándole un ojo. A menos que algo o alguien te retenga aquí.

Nadie. No consigo olvidar a Mari Carmen.

Vaya, te marcó fuerte suspiró Rafa. Pero hay que seguir buscando, escribir, no rendirse.

Javier se mudó con Rafa, su compañero más cercano. Con el tiempo, compró una casita vieja, la reformó y se instaló. Rafa, en cambio, se enamoró de Lucía y se fueron a vivir a la ciudad.

Perdóname por traerte aquí y ahora irme le dijo Rafa. Pero nos veremos.

No pasa nada respondió Javier, sonriendo. Además, yo también tengo asuntos. Le he pedido a Elena que se venga conmigo.

Ahora, mirando los campos y los bosques lejanos, Javier volvió al presente. De pronto, le pareció oír la voz áspera de Elena, que ayer le había soltado:

Nunca encontrarás a alguien como yo, que aguante tanto tiempo a tu lado. Yo fui capaz, pero otra no lo hará. Tus rarezas no le interesan a nadie. Además, tengo a un hombre que sí me quiere, y voy con él.

Llamaba “rarezas” a esos momentos en que Javier se encerraba en sí mismo, abrumado por los recuerdos. A Elena le molestaba, lo zarandeaba y empezaban las peleas. Él nunca entendió por qué le irritaban tanto sus silencios, de los que nunca hablaba.

Pero ayer, Elena por fin dijo lo que él ya sospechaba. La escuchó en silencio, empacó sus cosas y se marchó, mientras los insultos volaban a sus espaldas. Caminó lejos del pueblo, alejándose de ella.

Qué raro. Pensé que no soportaría la ruptura, que gritaría, la acusaría Pero no. Estoy tranquilo, incluso aliviado.

Decidió irse a la ciudad con Rafa al día siguiente. Salió del pueblo al atardecer, desviándose hacia un campo con pajares recién hechos. Dormiría allí y por la mañana tomaría el autobús. Rafa siempre lo apoyaría.

Se acabó pensó, casi contento. Ya no tendré que fingir que todo va bien. Aunque hace tiempo que sospechaba que Elena andaba con el concejal que venía al pueblo a supervisar las nuevas granjas.

Por primera vez en meses, sintió paz, como si se hubiera quitado un peso de encima. Enterrándose en el pajar, pensó:

Mañana será otro día. Hoy, a descansar. Rafa me ayudará, como siempre.

Apoyó la cabeza en su bolsa, pero no tenía sueño. Ya era de noche, y las estrellas empezaban a verse. Los recuerdos volvieron: su brazo, salvado de milagro, a veces le dolía. Intentó distraerse.

Recordó cómo conoció a Elena. Aquella mujer alegre y vivaz, tres años mayor que él, le dio esperanza de que la vida seguía, a pesar de todo. Nunca preguntó por su pasado ni por el padre de su hija. Simplemente, quiso creer en ella. Pensó que estarían juntos para siempre.

Pero al final, decepcionó sus expectativas. Elena lo criticaba por sus “rarezas”, esos momentos en que necesitaba estar solo, reviviendo lo vivido.

Los pensamientos giraban en su cabeza hasta que, sin darse cuenta, se durmió. Un sueño profundo, sin pesadillas. El aire fresco y el olor a paja lo ayudaron. Al despertar, recordó los ojos verdes de Mari Carmen. ¿Por qué ahora? Aunque, la verdad, nunca la había olvidado.

Bueno, en marcha se dijo, saliendo del pajar.

Caminó hasta la carretera, esperó el autobús y partió hacia la ciudad. Allí, compró una botella de vino y una caja de bombones. Con Rafa nunca bebían fuerte, solo vino ligero. Y para Lucía, los dulces.

Al llegar a su casa, subió al segundo piso y llamó. Rafa abrió la puerta, ajustándose los pantalones de deporte.

¡Javi, hermano! ¡Qué alegría! Pasa exclamó, abrazándolo con fuerza.

Miró detrás de él y preguntó, extrañado:

¿Vienes solo?

Javier calló, pero su expresión lo dijo todo.

Bueno, vamos a la cocina. Lucía, ¡mira quién está aquí! En el pasillo apareció su hijo Nico, de siete años, colgándose de Javier.

Qué bien se siente que todos te reciban con alegría pensó.

En la cocina, sacó el vino, el chocolate para Nico y los bombones para Lucía, notando entonces su vientre redondo.

¿Me equivoco o? preguntó, y Lucía se rio.

No, no te equivocas.

Enhorabuena dijo Javier, sinceramente feliz.

Sí, ya ves Rafa le dio una palmada. No lo esperábamos, pero va a ser una niña.

Qué jóvenes sois se rio Javier.

Tú tampoco te quedas dijo Lucía. Ya pasas de los treinta.

Javier se encogió de hombros.

Pasaron la ma

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