La Casa de Campo Extranjera

Life Lessons

La Casa de Campo Abandonada

Hace un año, los Méndez compraron una casa en el campo. Al cumplir los cincuenta, Pedro sintió un fuerte deseo de tener una segunda residencia. Su infancia rural le recordaba a la casa familiar y a los días de huerto.

La casita, aunque humilde, estaba bien cuidada. Pedro repintó el chalé de madera, arregló la valla y cambió el portón. Había tierra suficiente para patatas y algunas hortalizas, pero el frutal dejaba que desear: pocos árboles y ningún arbusto, excepto un rinconcito de frambuesas.

No te preocupes, cariño, poco a poco lo iremos equipandodijo Pedro mientras se ponía manos a la obra.

Sofía recorría los bancales con entusiasmo, aprobando los planes de su marido.

Por un lado, los vecinos eran simpáticos; aunque no venían mucho, mantenían su terreno. Pero al otro lado, era el abandono total. La valla estaba torcida y todo estaba invadido por hierbajos.

Esas malas hierbas fueron una pesadilla para los Méndez todo el verano.

Pedro, esto es insoportable, las hierbas se meten en nuestro jardín, parece que van a invadirlo todo.

Pedro agarraba entonces la azada y atacaba los hierbajos con energía. Pero parecían inagotables y siempre volvían.

Mira, Sofía, los perales de los vecinos van a dar buena cosecha este añocomentó Pedro, observando el jardín abandonado.

Y ese albaricoquero está espectacularrespondió Sofía, señalando un árbol que prometía frutos abundantes. Algunas ramas incluso se asomaban a su terreno.

Ojalá pudiéramos ver a los dueños al menos una vezdijo Pedro con nostalgia. A lo mejor vienen a recoger la fruta.

En primavera, Pedro no pudo resistirse y regó los árboles de los vecinos con su manguerale daba pena verlos sufrir con el calor.

Pero ahora, esas hierbas implacables no daban tregua.

Podrían al menos segar la hierba una vez en todo el veranose quejaba Sofía.

La siguiente vez que llegaron, los Méndez se sorprendieron con la cosecha de albaricoques. En la zona no era raro, muchos los cultivaban, pero en una finca abandonada

No, voy a cortar su hierbaanunció Pedro, no soporto ver este lugar ahogándose en malas hierbas.

Mira, Pedrodijo Sofía, señalando las ramas cargadas de albaricoques que colgaban en su jardín.

Pedro trajo una escalera pequeña. Recojamos al menos estos antes de que se pudran, nadie ha aparecido por aquí.

Pero es de los demásdijo Sofía con precaución.

Se perderán de todas formasy empezó a coger los frutos más maduros.

Pues vamos a por frambuesas para los nietospropuso Sofía. Has cortado su hierba, es un trueque justo por el trabajo.

Parece que podríamos recogerlo todo, nadie cuida este sitio, está pegado a nuestro terreno como un huérfano.

(inspirado por el artista Juan Pérez)

En el trabajo, durante un descanso, Pedro se unió a una conversación entre compañeros. Los repartidores compartían anécdotas.

Hay alguien que se mete en mi huerto en cuanto me descuido, ya han sacudido mis árboles dos vecesse lamentó Nicolás Gómez, que estaba cerca de jubilarse.

Al oír eso, Pedro sintió sudar frío, recordando que él y su mujer habían cogido albaricoques hace poco, y que los perales también prometían buena cosecha.

¿Dónde está tu casa de campo?se atrevió a preguntar Pedro, temiendo la respuesta.

Por allí, en la asociación de huertos de Valdemorillo.

Ahsuspiró Pedro, ya veo. La nuestra está más arriba.

Es cierto que en vuestra zona madura antesreconoció Nicolás. Aquí todo llega tarde, pero aún así vienen a saquear, hasta han arrancado patatas. Estoy pensando en poner una trampa.

Eso puede traerte problemasdijo uno. Acabarás en la cárcel.

¿Y robar está permitido?se indignó Nicolás.

De vuelta a casa, Pedro se sintió invadido por remordimientos. Aunque no fuera el terreno de su colega, no podía evitar sentirse culpable.

De niño era distinto. Alguna vez había correteado por huertos ajenos, pero era cosa de juego.

Pero esto era distinto. Habían cogido albaricoques de unos vecinos. Y ahora miraban con ganas los perales.

Claro, Pedro había plantado arbolitos que algún día crecerían. Pero aquel albaricoquero vecino era una pena dejarlo perderse.

Nadie vendráintentó calmarlo Sofía. Si no han aparecido en todo el año, no lo harán ahora.

Pero me siento como un ladrónse atormentaba Pedro.

¿Quieres que tire los albaricoques?preguntó su mujer. Bueno, ya he dado la mitad a los niñosañadió, justificándose.

Déjalo, ya es tarde.

Así pasaron el verano cuidando el terreno vecino, librando batalla contra las malas hierbas. Observaban los perales, esperando ver a los dueños.

Pero cuando la fruta cayó al suelo, Sofía recogió unas cuantas en su delantal.

En otoño, tras dejar su parcela en orden, echaron un último vistazo al terreno del vecino. Hasta la valla parecía quejarse, pidiendo que arregl

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