La Casa de Campo en Tierras Lejanas

Life Lessons

La Casa de Campo Abandonada

Hace un año, los Méndez compraron una casa de campo. Al cumplir los cincuenta, a Javier le entró un fuerte deseo de tener una segunda residencia. Su infancia rural le recordaba a la casa familiar y a los huertos de su pueblo.

La casita, aunque modesta, estaba bien cuidada. Javier pintó el chalet de madera, arregló la valla y cambió el portón. Había suficiente tierra para cultivar patatas y algunas hortalizas, pero el frutal dejaba que desear: pocos árboles y ningún arbusto, excepto un pequeño rincón de frambuesas.

No te preocupes, cariño, poco a poco iremos equipándonosdijo Javier mientras se ponía manos a la obra.

Lucía se movía entre los bancales, aprobando los proyectos de su marido.

Por un lado, los vecinos eran simpáticos, aunque apenas venían, mantenían bien su terreno. Pero al otro lado, todo era abandono. La valla estaba torcida y el lugar invadido por hierbajos.

Aquella mala hierba fue una pesadilla para los Méndez durante todo el verano.

Javier, es insoportable, la hierba se mete en nuestro jardín. Parece que va a invadirlo todo.

Javier cogía entonces su azada y atacaba las malas hierbas con energía. Pero estas parecían inagotables y siempre volvían.

Lucía, mira qué bien están los perales de los vecinoscomentó Javier, observando el huerto abandonado.

Y este albaricoquero es excepcionalañadió Lucía, señalando un árbol que prometía una buena cosecha. Algunas ramas incluso se extendían hasta su terreno.

Me gustaría ver a los dueños al menos una vezdijo Javier con pesar. A lo mejor vienen a recoger la fruta.

En primavera, Javier no pudo resistirse y regó los árboles vecinos con su manguerale habría dado pena verlos sufrir con el calor.

Pero ahora, aquella hierba implacable no les daba tregua.

Podrían haber cortado la hierba al menos una vezse quejaba Lucía.

La siguiente vez que llegaron, los Méndez se maravillaron con los albaricoques. En esa zona no era raro, muchos los cultivaban, pero en un terreno abandonado

No, voy a cortar su hierbaanunció Javier. No soporto ver este lugar ahogado en maleza.

Mira, Javierdijo Lucía señalando las ramas cargadas de albaricoques que colgaban en su lado.

Javier trajo una escalera pequeña. Recojamos al menos estos antes de que se pudran. Nadie ha aparecido por aquí.

Pero es de los demásdijo Lucía con cautela.

Se perderán de todos modosy empezó a coger los frutos más maduros.

Entonces vamos por frambuesas para los nietospropuso Lucía. Has cortado la hierba, es un trueque justo por el trabajo.

Parece que podríamos cosecharlo tododijo Javier. Nadie cuida este lugar. Está pegado a nuestro terreno como un huérfano.

(inspirado por el artista Juan Martínez)

En el trabajo, durante un descanso, Javier se unió a la conversación de sus compañeros. Los repartidores compartían anécdotas.

Alguien se mete en mi huerto cada vez que me descuidose lamentó Nicolás Gutiérrez, que estaba cerca de jubilarse. Ya han sacudido mis árboles dos veces.

Al oír eso, Javier sintió que le sudaban las manos, recordando que él y su mujer habían cogido albaricoques hace poco, y que los perales también prometían una buena cosecha.

¿Dónde está tu casa de campo?se atrevió a preguntar Javier, temiendo la respuesta.

Por ahí, en la asociación de huertos de Toledo.

Ahsuspiró Javier. La nuestra está más arriba.

Es cierto que en vuestra zona madura antesadmitió Nicolás. Aquí todo llega tarde, pero igual vienen a saquear. Hasta han arrancado patatas.

Poner una trampa te puede traer problemasdijo otro. Acabarás en la cárcel.

¿Y robar no tiene consecuencias?protestó Nicolás.

De vuelta a casa, Javier se sintió invadido por remordimientos. Aunque no fuera el huerto de su compañero, le pesaba haber cogido fruta ajena.

De niño, era distinto. Alguna vez corrió por huertos ajenos, pero era cosa de juegos. Pero esto era distinto. Eran vecinos, y además, ya miraban con ganas los perales.

Claro, Javier había plantado árboles jóvenes que algún día darían fruto. Pero aquel albaricoquero vecino era una pena dejarlo perder.

Nadie vendráintentó tranquilizarlo Lucía. Si no han aparecido en un año, no lo harán ahora.

Pero me siento como un ladrónse atormentaba Javier.

¿Quieres que tire los albaricoques?preguntó su mujer. La verdad, ya he dado la mitad a los niñosse justificó.

Déjalo, ya es tarde.

Así que los Méndez pasaron el verano cuidando el terreno vecino, quitando hierbajos. Observaban los perales, esperando ver a los dueños.

Pero cuando la fruta cayó al suelo, Lucía recogió algunas en su delantal.

En otoño, tras ordenar su parcela, echaron un último vistazo al terreno del vecino. Hasta la valla parecía quejarse, como pidiendo que enderezaran sus tablas torcidas.

Cerca del portón había escombros, restos de alguna construcción pasajera: trozos de madera podrida, cristales rotos, retales de tela aunque, junto a ellos, unas flores tardías intentaban brotar.

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Aquel invierno, recordando los días de verano, Javier sintió una dulce nostalgia por la casa de campo.

Con la primavera, al asomar los primeros brotes, los Méndez volvieron.

¿Crees que los dueños aparecerán este año?preguntó Lucía, refiriéndose al terreno abandonado.

Javier suspiró. Pobre huerto, y los árboles qué desperdicio.

Cuando llegó el momento de labrar, Javier llamó a un tractorista.

No podía evitar mirar el terreno vecino. Ya habían quitado la hierba alta con Lucía para que no se extendiera, pero alguien tendría que arar también aquel rincón

Oye, ¿y si labramos el de al lado? Yo pagopropuso Javier.

Pero Javier, ¿qué haces?dijo Lucía. Es de otros.

No soporto ver ese campo sin cultivar

¿Y qué, nos hacemos cargo de las propiedades ajenas?razonó su mujer.

Espera, después de comer vamos a la asociación de huertos a ver quién es el dueño. Esta hierba me molesta, y ese huerto abandonado

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En la asociación, una mujer con gafas en la punta de la nariz hojeaba un registro lleno de notas. ¿La dirección? ¿Calle del Cerezo, 45?

Sí, esarespondió Lucía. Al menos podrían cortar la hierba y recoger su fruta. Es una pena, con este frutal tan bonito.

Pues ya estáaseguró la mujer. Los dueños lo abandonaron. Ahora es terreno público.

¿Así que no tiene dueño?preguntó Javier.

Eso parece. Los antiguos propietarios eran mayores, fallecieron. Su pariente más cercano, un sobrino, renunció a la herencia. No tiene tiempolos miró. ¿Quieren comprarlo?

¿Comprar? ¿El terreno?

Sí. Podrían adquirirlo, no sería caro. Y todo está en regla.

¿Qué opinas, Lucía? Lo compramos, si es legal.

¿Crees que podremos con él?

Lo arreglaremos y se lo

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