Irina se quedó junto a la ventana, contemplando cómo la espesa nieve madrileña caía sobre la ciudad. La conversación telefónica con su marido tocaba a su fin —una llamada cotidiana y rutinaria, como tantas otras en sus quince años de matrimonio.

Life Lessons

Isabel se quedó junto a la ventana, contemplando cómo la espesa nieve de Madrid caía sobre la ciudad. La llamada con su marido estaba a punto de terminaruna conversación rutinaria, como tantas otras en sus quince años de matrimonio. Javier, como siempre, le hablaba de su “viaje de trabajo” en Barcelona: todo iba bien, las reuniones avanzaban según lo previsto, regresaría en tres días.

“Muy bien, cariño, hablamos luego,” dijo Isabel, apartando el móvil de su oreja para colgar. Pero algo la detuvo. Al otro lado, escuchó con claridad una voz femenina, dulce y joven:

“Javi, ¿vienes? Ya he llenado la bañera”

La mano de Isabel se quedó suspendida en el aire. Su corazón se detuvo un instante y luego comenzó a latir con fuerza, como si quisiera salir de su pecho. Apretó el teléfono contra su oído de nuevo, pero solo escuchó el tono de llamada cortadaJavier ya había colgado.

Isabel se dejó caer en el sillón, sintiendo cómo le flaqueaban las piernas. Su mente giraba sin control: “Javi Bañera ¿Qué bañera en un viaje de trabajo?” Su memoria le traía recuerdos extraños de los últimos meses: los viajes frecuentes, las llamadas tardías que él siempre atendía en el balcón, el perfume nuevo que apareció en su coche.

Con manos temblorosas, abrió el portátil. Acceder a su correo no fue difícilconocía la contraseña desde los días en que entre ellos había confianza y honestidad. Billetes, reservas de hotel “Suite nupcial” en un cinco estrellas en el centro de Barcelona. Para dos.

En el correo encontró también mensajes. Cristina. Veintiséis años, entrenadora personal. “Amor, no puedo seguir así. Me prometiste que te divorciarías hace tres meses. ¿Cuánto más tengo que esperar?”

A Isabel le dio un vuelco el corazón. Ante sus ojos pasó el recuerdo de su primera cita con Javierél era un simple comercial, ella una contable en prácticas. Juntos ahorraron para la boda, compartiendo un piso alquilado. Celebraban cada pequeño éxito, se apoyaban en los fracasos. Ahora él era el director comercial de la empresa, ella la jefa de contabilidad, y entre ellos había un abismo de quince años y los veintiséis años de una tal Cristina.

En la habitación del hotel, Javier paseaba nervioso de un lado a otro.

“¿Por qué hiciste eso?”su voz temblaba de rabia.

Cristina estaba tumbada en la cama, envuelta en una bata de seda. Su largo pelo rubio se esparcía sobre la almohada.

“¿Qué tiene de malo?se estiró como un gato satisfecho. Tú mismo dijiste que ibas a divorciarte.”

“¡Yo decidiré cuándo y cómo hacerlo! ¿No entiendes lo que has hecho? Isabel no es tonta, ¡lo ha pillado todo!”

“¡Perfecto!Cristina se incorporó de golpe. Estoy harta de ser la amante escondida en hoteles. Quiero salir contigo a restaurantes, conocer a tus amigos, ¡ser tu mujer!”

“Estás actuando como una niña,” masculló él entre dientes.

“¡Y tú como un cobarde!se acercó a él. Mírame. Soy joven, guapa, puedo darte hijos. ¿Y ella? ¿Solo sabe contar tu dinero?”

Javier la agarró por los hombros: “¡No hables así de Isabel! No sabes nada de ella, ni de nosotros.”

“Sé lo suficientese soltó. Sé que eres infeliz con ella. Que está encerrada en el trabajo y la rutina. ¿Cuándo fue la última vez que hicieron el amor? ¿O que viajaron juntos?”

Javier se volvió hacia la ventana. Allá lejos, en el Madrid nevado, su vida con Isabel se desmoronaba. Quince años juntos se derrumbaban como un castillo de naipes por una frase caprichosa.

Isabel estaba sentada en la cocina a oscuras, con una taza de té frío entre las manos. En el móvil, decenas de llamadas perdidas de su marido. No contestaba. ¿Qué podía decir? “Cariño, escuché a tu amante llamándote a la bañera.”

Su memoria le mostraba imágenes de su vida juntos: Javier arrodillado en un restaurante, entregándole el anillo de compromiso. Su primer piso, un pequeño dúplex en las afueras. Él sosteniéndola cuando perdió a su madre. Celebrando su ascenso

Luego vinieron los proyectos interminables en el trabajo, las hipotecas, las reformas

¿Cuándo fue la última vez que hablaron sinceramente? ¿Que vieron una película abrazados en el sofá? ¿Que hicieron planes?

El móvil vibró de nuevo. Esta vez era un mensaje: “Isa, hablemos. Te lo explico todo.”

¿Qué había que explicar? ¿Que ella había envejecido? ¿Que se había hundido en la rutina? ¿Que una joven entrenadora entendía mejor sus necesidades?

Isabel se acercó al espejo. Cuarenta y dos años. Arrugas alrededor de los ojos, canas que teñía cada mes. ¿Cuándo empezó ese cansancio en su mirada, esa costumbre de vivir por horarios, esa carrera interminable por la estabilidad?

“Javi, ¿dónde estás?”Cristina lo recibió con una mirada irritada cuando volvió a la habitación tras otro intento fallido de llamar a su mujer.

“Ahora no,” se dejó caer en el sillón, aflojándose la corbata.

“¡Sí, ahora!plantada frente a él, con las manos en las caderas. Quiero saber qué pasará ahora. ¿Entiendes que hay que decidir?”

Javier la miróhermosa, segura, llena de energía. Así era Isabel hace quince años. ¿Cómo había podido hacerle esto?

“Cristinase frotó el rostro con las manos, tienes razón. Hay que decidir.”

Ella sonrió, abalanzándose sobre él: “¡Cariño! Sabía que tomarías la decisión correcta.”

“Síla apartó con suavidad. Tenemos que terminar esto.”

“¿¡Qué!?”retrocedió como si la hubieran golpeado.

“Fue un errorse levantó. Amo a mi mujer. Sí, tenemos problemas. Nos hemos distanciado. Pero no puedo no quiero borrar todo lo que hemos vivido.”

“¡Eres un cobarde!”las lágrimas rodaron por su cara.

“No, Cristina. Fui cobarde cuando empecé esto. Cuando le mentí a la mujer que ha compartido quince años conmigo: alegrías, penas, éxitos, fracasos. Tienes razónsoy infeliz. Pero la felicidad se construye, no se busca fuera.”

El timbre sonó cerca de medianoche. Isabel sabía que era élhabía cogido el primer vuelo.

“Isa, por favor, abre,” su voz sonó apagada tras la puerta.

Ella abrió. Javier estaba en el umbralsin afeitar, con el traje arrugado, los ojos llenos de culpa.

“¿Puedo pasar?”

Ella se apartó en silencio. Entraron en la cocinael lugar donde alguna vez soñaron con el futuro, donde tomaron decisiones importantes.

“Isa”

“No hace faltalevantó una mano. Lo sé todo. Cristina, veintiséis años, entrenadora. He leído tus correos.”

Él asintió, sin palabras.

“¿Por qué, Javi?”

Guardó silencio, mirando por la ventana la ciudad nocturna.

“Porque fui débil. Porque me asusté al vernos distanciados. Porque ella me recordó a tia la Isabel llena de energía y planes.”

“¿Y ahora qué?”

“Ahorase volvió hacia ella. Ahora quiero arreglarlo. Si me das la oportunidad.”

Rate article
Add a comment

four + seventeen =