Historia de un Amigo: Matrimonio por Amor

Life Lessons

**Historia de Un Amigo: Matrimonio por Amor**

Un buen día, un amigo mío decidió casarse. Lo hizo por amor, claro. La novia era guapa, inteligente e independiente. Trabajaba como contable en una gran empresa y ganaba bien.

Mi amigo, Javier, tampoco quería quedarse atrás en cuanto a los ingresos de su esposa. Aceptaba trabajos extra y madrugaba para pagar antes la hipoteca del piso.

El piso lo compraron enseguida. Reunieron sus ahorros, pidieron un préstamo y la familia también echó una mano. Lo reformaron con estilo moderno y lo decoraron con gusto. Como dicen, era vivir y ser feliz.

Pero la felicidad no llegaba. La esposa no lograba con las tareas del hogar. O no sabía fregar el suelo, quitar el polvo o preparar la cena a tiempo, o simplemente no quería. Alegaba que llegaba agotada del trabajo. Bueno, Javier tampoco estaba ocioso; él también madrugaba.

Así empezaron las peleas sobre quién hacía más en casa. Los primeros seis meses fueron una batalla diaria: ropa tirada, platos sin fregar… Pero ninguno confesaba el motivo a sus familias. Les daba vergüenza.

Un día, Javier fue de pesca con el suegro. Ambos eran aficionados, por eso se llevaban tan bien. Esa noche, junto a la hoguera y con una copa de vino, Javier se sinceró con él, bajo la promesa de que no diría nada, especialmente a la suegra.

El suegro juró guardar el secreto, pero le dijo que su casa no tendría paz hasta que acogieran a un “protector del hogar”.

Tengo uno en mente dijo el suegro. Cuando pueda, lo convenceré para que se mude con vosotros.

Javier pensó que se había vuelto loco, pero no dijo nada.

A la semana siguiente, el suegro apareció con un gatito. Javier se indignó. ¿Para qué? ¡Solo traería más suciedad! Pero el suegro lo llamó al balcón, le recordó lo del “protector” y le dijo que todo mejoraría. Solo les pidió que cuidaran bien a la gata.

A Javier le encantó la gatita enseguida. Pequeña y cariñosa, lo adoptó como dueño. Lo seguía a todas partes, pidiendo mimos. Solo una noche hubo que limpiar un “accidentecillo”, pero no volvió a pasar.

Al día siguiente, cuando Javier volvió del trabajo, la casa estaba impecable. Ni rastro de ropa sucia, y su esposa preparaba una cena deliciosa.

Él, animado, colgó al fin la estantería del baño, como llevaba meses prometiendo.

Al otro día, la encontró aspirando las alfombras. Él, por colaborar, sacó la basura y compró pan. Hasta trajo una botella de vino. La cena casi fue una celebración. No recordaban la última vez que habían hecho algo así.

Así pasó toda la semana. La alegría parecía haber vuelto a esa casa. El domingo por la noche, su esposa le dijo:

Mañana no hace falta que vengas a mediodía. Ya compré arena y preparé un sitio para el gato en el baño.

¿Para quién?

Para tu gatita. Sé que has venido todos los días a limpiar. Pero ya no te preocupes, lo tengo controlado.

Javier se quedó de piedra. Él no había venido. Pensó que era ella quien limpiaba. Pero al parecer, le daba vergüenza no hacer nada en una casa ordenada.

Decidió investigar. Salió del trabajo, pero regresó en silencio y se escondió con el móvil.

Cerca del mediodía, oyó abrir la puerta. La gata corrió a recibir, maullando. Entonces, una voz dulce:

¡Ay, Lola, cuánto te he echado de menos! Te traje leche y un premio. ¡Qué bien que ya usas el arenero!

La puerta se abrió. Era el suegro. No esperaba encontrar a Javier allí.

¡Así que este es tu “protector del hogar”, suegro!

El suegro se ruborizó:

Bueno… os di la gata. Me pareció bien ayudar al principio.

¿Y cómo tienes llave?

La copié de tu llavero cuando fuimos a pescar. Luego la devolví al día siguiente…

Han pasado tres años. Javier y su mujer viven felices, con un niño pequeño. Y hasta hoy, nadie sabe quién era realmente aquel “protector del hogar” que habitó su piso…

*Moraleja: A veces, la solución a nuestros problemas llega de donde menos lo esperamos, incluso con bigotes y ronroneos.*

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