La llave giró en la cerradura y Lucía, intentando no hacer ruido, se coló en el piso. El recibidor estaba a oscuras, solo una fina línea de luz se filtraba desde la cocina. Sus padres seguían despiertos, aunque ya pasaba de medianoche. Últimamente era habitual: largas conversaciones nocturnas a puerta cerrada. Normalmente en voz baja, aunque a veces subían el tono.
Lucía se quitó los zapatos, dejó el bolso con el portátil en la mesita y se deslizó por el pasillo hacia su habitación. No quería dar explicaciones sobre su retraso, aunque el motivo era justo: el proyecto del trabajo no le cuadraba y el plazo se agotaba.
A través de la pared, oía voces apagadas.
No, Javier, no puedo más su madre hablaba bajito, pero con evidente irritación. Lo prometiste el mes pasado.
María, ahora no es el momento su padre, como siempre, se justificaba.
Lucía suspiró, cansada. Últimamente discutían mucho, pero delante de ella fingían que todo iba bien. Obviamente, pasaban de los cincuenta, ella ya era adulta, pero dolía pensar que algo no funcionaba entre ellos.
Se desvistió, se lavó la cara y se metió en la cama, pero el sueño no venía. Las mismas preguntas daban vueltas en su cabeza: su hermano Pablo vivía en otra ciudad y apenas visitaba. ¿Qué pasaría si se divorciaban? ¿Quién se quedaría con el piso? ¿Por qué ocultaban sus problemas?
Las voces seguían. Lucía estiró el brazo hacia la mesilla, buscando los auriculares para ahogar los secretos ajenos con música. Su mano rozó el móvil y este cayó al suelo. Al recogerlo, abrió sin querer la aplicación de grabación. El dedo se detuvo sobre la pantalla.
¿Y si grababa su conversación? Así sabría qué pasaba, en vez de darle vueltas. Si preguntaba directamente, seguro que la despistaban diciendo que todo estaba bien.
Un escalofrío de culpa le recorrió la espalda. Escuchar a escondidas no estaba bien, menos grabarlo. Pero, por otro lado, eran sus padres, su familia. Tenía derecho a saber si pasaba algo grave.
Decidida, encendió la grabadora, dejó el móvil cerca de la pared y se tapó con la manta hasta la cabeza.
Por la mañana, al prepararse para el trabajo, notó que tanto su padre como su madre parecían cansados. En el desayuno, apenas hablaban, solo frases corteses.
Ayer llegaste tarde comentó su madre sirviendo el café. ¿Otra vez te quedaste en la oficina?
Sí, terminando el proyecto asintió Lucía. ¿Y vosotros? ¿No dormíais?
Nada, viendo una película su madre esquivó la mirada.
Su padre, hundido en el periódico, fingía estar absorto en un artículo.
Hoy no esperéis que llegue a cenar dijo sin levantar la vista. Reunión con clientes, puede que tarde.
Su madre apretó los labios, pero no dijo nada.
Todo el trayecto al trabajo, Lucía luchó contra la tentación de escuchar la grabación. Pero en el metro había demasiada gente, además de que le daba vergüenza. Lo dejaría para la noche.
El día se hizo eterno. Al volver, descubrió que su madre no estaba una nota decía que había salido con una amiga y volvería tarde. Su padre, como había avisado, se quedaría trabajando. El momento perfecto.
Arropada en el sofá con una manta, pulsó el botón de reproducir.
Primero solo se oían fragmentos, pero poco a poco la grabación se hizo más clara.
¿qué le decimos a Lucía? la voz de su padre sonaba preocupada.
No lo sé suspiró su madre. Temo que no lo entienda. Han pasado tantos años
Pero tiene derecho a saberlo.
Claro que lo tiene, pero ¿cómo explicarle por qué hemos guardado silencio tanto tiempo?
Lucía contuvo la respiración. ¿De qué hablaban? ¿Qué verdad le ocultaban?
¿Te acuerdas de cómo empezó todo? su padre sonrió al hablar.
Cómo olvidarlo su madre soltó una risa breve. Pensé que sería algo temporal, y resultó ser para toda la vida.
Pero qué vida su padre resopló. Aunque hubo momentos difíciles.
Sobre todo cuando nació Lucía.
El corazón de la joven se encogió. ¿”Sobre todo”? ¿Había sido un embarazo no deseado? ¿O era otra cosa?
Pero lo superamos continuó su padre. Y ha crecido siendo una chica maravillosa.
Sí el orgullo en la voz de su madre la tranquilizó un poco. Solo que ahora debemos decidir qué hacer. Estoy harta de esta doble vida, Javier.
¿Doble vida? A Lucía se le heló la sangre. ¿Alguno de ellos tenía una aventura? ¿O ambos? El solo pensamiento le revolvió el estómago.
María, esperemos a que Pablo vuelta. Lo hablamos todos juntos, en familia.
Vale aceptó su madre. Pero después, no más retrasos. O lo cambiamos todo, o no sé qué pasará entonces.
La grabación se cortó quizá sus padres salieron de la cocina o el móvil dejó de grabar.
Lucía se quedó paralizada. ¿Qué ocurría con su familia? ¿Qué doble vida llevaban sus padres? ¿Por qué esperar a Pablo para explicárselo?
Mil preguntas y ninguna respuesta. ¿Grabar otra conversación? Eso ya sería demasiado. Y, además, le daba vergüenza haber caído en esa tentación. Mejor hablar con su hermano. Él era mayor, quizá sabía algo. O con su tía Carmen, la hermana de su madre, siempre sincera con ella.
Decidido: al día siguiente llamaría a Pablo, y el fin de semana iría a ver a su tía.
Su hermano no contestó hasta la tarde.
¡Lucía, hola! Perdona, estaba en la obra, dejé el móvil en el coche sonaba animado como siempre.
Pablo, ¿cuándo vienes? preguntó directa.
Este finde, ¿por?
Nada los padres te esperan. Están raros últimamente.
¿Raros cómo? su voz se tensó.
Susurran por la noche, delante de mí fingen que todo va bien. Hablan de una doble vida.
Silencio.
¿Pablo?
Aquí estoy aclaró la garganta. Mira, no le des vueltas. Todos tenemos secretos, hasta los padres.
¿O sea que sabes algo?
Yo vaciló, intuyo algo. Pero si no te lo han dicho, será porque no es el momento. Espérame, ¿vale? El sábado hablamos.
Vale cedió a regañadientes. ¿Y si voy a ver a tía Carmen?
No respondió demasiado rápido. No la metas en esto. Que quede entre nosotros.
Después de la llamada, la inquietud aumentó. Pablo sabía algo. Y quería proteger a su tía. ¿Quizá un lío de infidelidades? ¿Un escándalo familiar que no querían airear?
Por la noche, su madre volvió de casa de su amiga de buen humor, las mejillas sonrosadas.
¿Sabes que Antonia vende su piso? anunció nada más entrar. Quiere mudarse al pueblo. Dice que está harta del ruido.
Lucía asintió, sin saber cómo reaccionar.
¿Y tú te irías a un pueblo? preguntó sin pensar.
Su madre se detuvo un instante, luego respondió con cuidado:
No sé a veces pienso que sí. Tranquilidad, aire limpio, un huerto
¿Y papá?
¿Qué pasa con él?
¿







