Carmen salió de clase con su amiga Lucía. No tenía ganas de ir a casa, así que le propuso:
Lucía, ¿vamos a dar una vuelta por el parque?
Vale, ¡pero antes de que oscurezca! contestó su amiga.
El parque no quedaba de camino, pero ¿por qué no dar un paseo?
Caminaban por el sendero, observando con envidia a las parejas de enamorados que pasaban. Nadie les prestaba atención. Al girar por una callejuela vacía, vieron de repente a un hombre y una mujer abrazados. Él le susurraba algo al oído, y ella sonreía, feliz. Aunque el hombre les daba la espalda, se notaba que no era joven.
Lucía los miró sin interés, pero de pronto se dio cuenta de que Carmen los observaba con los ojos muy abiertos, incapaz de apartar la mirada.
Carmen, ¿qué te pasa? preguntó Lucía, sorprendida.
Nada, no es nada. Vámonos dijo Carmen de golpe, acelerando el paso.
Salieron del parque en silencio. Carmen caminaba cabizbaja, perdida en sus pensamientos. Se despidieron de mala manera, cada una hacia su casa.
Carmen avanzaba lentamente, con el corazón encogido. No podía creer lo que había visto. Aquella mujer radiante, aquel hombre que le hablaba al oído sin notar nada más ¿Era posible?
Papá ¿cómo pudiste hacerle esto a mamá? murmuró entre dientes, los ojos llenos de lágrimas.
Llegó a casa tarde.
Siéntate a cenar gruñó su madre desde la cocina. Tú y tu padre nunca estáis cuando se os necesita.
Ahora mismo, voy a lavarme las manos respondió Carmen, con voz temblorosa.
Se encerró en el baño un buen rato. Al salir, su padre seguía sin llegar. Cenó en silencio y se refugió en su habitación. Abrió el portátil, pero las imágenes del parque no la abandonaban.
¿De verdad es capaz de dejarnos por esa mujer? pensó, apretando los puños. No lo permitiré.
Escuchó la puerta abrirse.
Perdona, cariño dijo su padre al entrar. Hoy ha sido un día complicado.
Antes solo tenías días difíciles a fin de mes replicó su madre, con tono cortante. Ahora parece que son todos los días.
Juana, por favor
Entró en la habitación de Carmen como siempre, dispuesto a darle un beso, pero ella lo apartó.
Ve a cenar, se te va a enfriar la comida.
Carmen, ¿qué te ocurre?
A mí nada. ¿Y a ti?
Su padre la miró fijamente, como si quisiera decir algo, pero prefirió callarse y se dirigió a la cocina.
Carmen pasó la noche encerrada, trazando un plan.
A la mañana siguiente, el sonido de voces la despertó.
Fernando, ¿adónde vas? preguntó su madre.
Al trabajo. Es urgente.
Pero es sábado. Podrías pasar el día con nosotras.
No tardaré. Volveré al mediodía y haremos algo juntos.
Carmen salió de su cuarto, fingiendo haber despertado hace poco.
¿Tú también te vas? preguntó su madre, irritada.
Mamá, tengo clase y voy tarde.
¡Vaya familia! murmuró su madre, pero Carmen ya se había encerrado en el baño.
Al salir, su padre la esperaba en el pasillo.
Hija, ¿te acompaño?
Carmen, ¡al menos tómate el café! gritó su madre desde la cocina.
Bébetelo, yo espero dijo su padre, con voz amable, como si intentara compensar algo.
Carmen tragó el café de pie y salió corriendo.
Vamos, papá.
Caminaron un rato callados. Él rompió el silencio.
Hija, ¿estás enfadada conmigo?
No, papá. Será la edad dijo ella, dudando un instante. Te quiero, papá.
Y yo a ti, cariño.
¿Más que a nada en el mundo?
Notó que su padre se tensó, pero al final contestó:
Más que a nada en el mundo.
Siguieron caminando, fingiendo sonrisas, evitando mirarse.
Bueno, aquí me quedo. Nos vemos al mediodía, ¿eh? Prometiste que pasaríamos el día juntos.
Carmen se alejó, pero en vez de entrar a clase, se escondió tras unos arbustos. Cuando su padre no miró, lo siguió.
Cruzaron calles desconocidas, hasta llegar a un edificio. Su padre llamó por teléfono y, minutos después, apareció una mujer.
¡Es preciosa! susurró Carmen, con el corazón roto. ¿De verdad le importamos menos?
La mujer besó a su padre y se alejaron del brazo.
Carmen los siguió hasta un parque solitario. Se sentaron en un banco, hablando en voz baja. Después, un beso largo.
El dolor la ahogaba.
Regresaron al edificio. Otro beso, y su padre se marchó.
Carmen esperó, decidida.
La mujer salió poco después con una bolsa de basura.
¡Oye! Carmen se plantó frente a ella. Si vuelves a ver a Fernando, te arrepentirás.
¿Quién eres tú? preguntó la mujer, confundida.
Su hija. Y quiero que le digas que no vuelva. Que tiene una familia que lo quiere.
La mujer palideció, pero asintió. Marcó el número.
Diana, ¿qué pasa? oyó Carmen la voz de su padre.
Fernando, esto no puede seguir. Tienes una familia.
Pero
Adiós.
Está bien respondió él, con un suspiro. Adiós.
Al volver a casa, sus padres estaban comiendo juntos, charlando en paz.
¿Qué te tiene tan contenta? preguntó su madre al verla entrar.
Nada sonrió Carmen. Papá, ¿me quieres?
Claro que sí.
¿Y a mamá?
Hubo un silencio. Luego, una respuesta firme:
A tu madre también la quiero.
¡Pues es la verdad! afirmó él, con una sonrisa sincera.