Exmarido promete a su hijo un piso, pero exige que lo vuelva a casar conmigo.

Life Lessons

Tengo sesenta años y vivo en Zaragoza. Jamás habría imaginado que, tras veinte años de total calma y silencio, el pasado volviera a mi vida con esa frialdad y cinismo que sólo mi propio hijo podía conjurar.

A los veinticinco, estaba locamente enamorada. Marcos, alto, encantador y siempre con una sonrisa, parecía sacado de un sueño. Nos casamos rápido y, un año después, nació nuestro hijo Félix. Los primeros años fueron como un cuento de hadas: habitábamos un modesto piso, soñábamos juntos, trazábamos planes. Yo daba clases en un instituto y él trabajaba como ingeniero. Parecía que nada podía romper esa felicidad.

Con el tiempo, Marcos empezó a cambiar. Llegaba cada vez más tarde, mentía y se mostraba distante. Ignoré los rumores, los horarios irregulares y el perfume ajeno que percibía al volver a casa. Pero una noche, al no encontrarlo, comprendí que la situación ya había cruzado la línea: me había engañado, y no una sola vez. Vecinos, amigos e incluso los padres sabían de todo. Yo intentaba mantener la familia por el bien de Félix, aguantando demasiado tiempo, esperando que Marcos volviera a la razón. Cuando una madrugada desperté y no había señal de él, supe que ya no había vuelta posible.

Empaqué nuestras cosas, tomé al pequeño de cinco años de la mano y me mudé con él a casa de mi madre. Marcos ni siquiera intentó detenernos. Un mes después se marchó al extranjero por trabajo. Pronto encontró otra mujer y nos borró de su vida: sin cartas, sin llamadas, con una indiferencia total. Yo quedé sola. Mi madre falleció, luego mi padre. Félix y yo afrontamos todo: la escuela, los hobbies, las enfermedades, las alegrías, el bachillerato. Yo trabajaba en tres turnos para que él no le faltara nada. No tuve tiempo para una relación; él lo era todo para mí.

Cuando Félix ingresó en la Universidad de Salamanca, lo ayudé con paquetes, dinero y ánimos. Sin embargo, comprarle un piso estaba fuera de mis posibilidades. Él nunca se quejó; decía que lo lograría por sí mismo y yo estaba orgullosa.

Hace un mes llegó con una noticia: había decidido casarse. La alegría duró poco; se puso nervioso, evitó mi mirada y, de repente, soltó:

Mamá necesito tu ayuda. Es por papá.

Me quedé petrificada. Me contó que había vuelto a contactar con Marcos, que este había regresado a España y que Félix le había ofrecido la llave de un piso de dos habitaciones que había heredado de su abuela. Pero había una condición: yo tendría que volver a casarme y permitir que él viviese en mi piso.

Se me cortó la respiración. Miré a mi hijo sin poder creer que hablaba en serio. Continuó:

Estás sola no tienes a nadie. ¿Por qué no intentas de nuevo? Por mí. Por tu futura familia. Papá ha cambiado

Me quedé en silencio, fui a la cocina, puse el hervidor, preparé un té con manos temblorosas. Todo se difuminó ante mis ojos. Veinte años había cargado sola todo el peso. Veinte años sin que él preguntara una sola vez cómo nos iba. Y ahora vuelve con una oferta.

Regresé al salón y, con la serenidad que me queda, dije:

No. No aceptaré eso.

Félix se enfadó. Gritó, me acusó de ser egoísta, de haberle privado de padre, de arruinarle la vida otra vez. Guardé silencio, porque cada una de sus palabras me atravesaba el corazón. No sabía que, de noche, el cansancio me impedía dormir; que vendí mi anillo de bodas para comprarle una chaqueta de invierno; que me privaba de todo para que él pudiera comer carne y yo quedarme con la sopa.

No me siento sola. Mi vida ha sido dura, pero honesta. Tengo trabajo, libros, un jardín, amigas. No necesito a alguien que me traicionó y ahora vuelve no por amor, sino por conveniencia.

Félix se marchó sin despedirse. Desde entonces no ha vuelto a llamar. Sé que está herido, lo entiendo. Quiere lo mejor para él, como yo intenté siempre. Pero no venderé mi dignidad por unos metros cuadrados. El precio es demasiado alto.

Tal vez algún día lo comprenda. O quizá nunca. Yo esperaré, porque lo quiero. Con amor verdadero, sin condiciones, sin pisos ni si. Lo engendré y lo crié por amor, y no permitiré que el amor se convierta en mercancía.

Y mi exmarido que se quede donde pertenece: en el pasado.

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