Estamos planeando celebrar el Año Nuevo en tu casa de campo. Vine a recoger las llaves, – dijo la hermana de mi marido.

Life Lessons

Vamos a pasar la Nochevieja en tu casa de campo dije, mientras llegaba por las llaves afirmó la cuñada, la hermana del marido.

¿Para qué vais a la finca? En casa, los dos podemos celebrar a lo grande. Además, somos una familia numerosa: tres niños. ¡Hay que ocuparlos durante las vacaciones! exclamó Enriqueta, sin disimular su enfado. ¿Te imaginas vivir con tres críos?

Ni idea respondió Lidia con calma. Miguel y yo todavía no pensamos en hijos. Primero necesitamos un piso y un trabajo estable, y después, si queremos, una familia.

¡Pues nada! ¡Yo y Gregorio no teníamos planes! replicó Enriqueta.

Entonces vivís de las ayudas familiares señaló Lidia. Gregorio cambia de curro a cada rato, no hay estabilidad. Yo no quiero vivir así.

Eso es asunto nuestro. ¡No cuentes el dinero de los demás! rugió Enriqueta. Así que, ¿me das las llaves de la finca?

No contestó Lidia firme. Ya hemos pensado en pasar la Nochevieja allí con los amigos.

Pues ponte de acuerdo. Si no me entregas las llaves de buena gana, llamo a Miguel y le cuento lo que me dices, amenazó Enriqueta.

Por supuesto, cuando quieras se rió Lidia.

Enriqueta frunció el ceño, hizo una mueca de disgusto y salió de la casa.

***

La finca que había puesto la mirada la cuñada le había dejado la abuela a Lidia. Doña Valentina, una ancianita, vivía bajo el techo de sus hijos en Madrid, donde la cuidaban día a día. La casa de campo era, en realidad, una auténtica vivienda rural con todas las comodidades. Hace cinco años los padres de Lidia añadieron una ampliación para crear un baño para Doña Valentina y le instalaron aire acondicionado.

La abuela Valentina se negó a mudarse a la ciudad, pero al hacerse mayor empezó a pensar en la mudanza. Les dejó claro que no vendieran la casa y que cuidaran el huerto, que ninguna rama se perdiera por el frío.

Lidia pidió a sus padres que le confiaran la vigilancia del inmueble. Recordaba con cariño los veranos de la infancia que pasaba en la casa de su abuela; eran algunos de los recuerdos más luminosos de su niñez.

Convenciendo a Miguel, Lidia se propuso una pequeña reforma: poner papel pintado nuevo, pintar los techos, cambiar las lámparas y sustituir algunos muebles por piezas más modernas. No se ahorró ni tiempo ni dinero, pero al final la casa quedó tan cómoda que podían pasar allí cualquier fin de semana sin problemas. Así que, sin pensarlo mucho, invitaron a sus amigos a la Nochevieja.

Entonces apareció Enriqueta, exigiendo que Lidia le cediera la finca. ¡Qué descaro! Argumentaba que Miguel, al ser más joven, debía cederle a la hermana mayor. Lidia no entendía por qué la casa de su abuela tenía nada que ver con la suya, y no se sentía culpable por rechazarla.

Enriqueta, roja de ira, en vez de llamar a su hermano menor, decidió aparecer en su oficina. Miguel, sorprendido, no sabía qué pasaba cuando, a la hora de la comida, vio a su hermana irrumpir en el despacho.

¡Miguel! gritó Enriqueta, llamando la atención de los compañeros. Necesitamos hablar urgentemente.

Silencio la interrumpió él. Aquí trabajamos gente. Mejor vayamos al salón de fumadores.

Miguel encendió un cigarrillo, anticipando que la visita no traería buenas noticias.

¿Qué quieres? preguntó brevemente.

¡Las llaves de vuestra casa de campo! replicó Enriqueta.

¿De qué finca? él se quedó perplejo. Ah, ¿te refieres a la casita del campo?

Exacto confirmó Enriqueta, frunciendo los labios como una golondrina. Ya tengo planes para la Nochevieja, así que habla con tu mujer y consígueme las llaves cruzó los brazos, sin intención de ceder.

Aunque pudiera, no lo haría. ¿Cómo te atreves a pedir eso y más? replicó Miguel, irritado. Hoy es 25 de diciembre y la gente normal avisa sus planes con antelación.

No me enseñes a vivir, ¡son nimiedades! rugió la hermana.

Sólo hay cinco años de diferencia entre nosotros. Si antes era evidente, ahora no tanto intentó razonarle Miguel. Tengo que volver al trabajo, ¿por qué no vas a casa?

Enriqueta se marchó más irritada que al entrar, pero no desistió.

***

A la mañana del 31 de diciembre, Lidia corría de tienda en tienda mientras Miguel terminaba su último día de trabajo del año. Él aseguraba que después de comer estaría libre y podrían hacerlo todo a tiempo, aunque Lidia seguía con la inquietud.

Al fin, todo salió según lo previsto y, a las seis de la tarde, la pareja llegó a la finca. Tuvieron que aventarse una pequeña lucha para abrir las tuberías, pero a las nueve ya empezaban a llegar los invitados: a montar la mesa, a asar pinchos y a despedir el año.

Miguel, parece que alguien ha llegado comentó Lidia. Seguro que Irene y Pedro han venido antes para echar una mano. ¡Son los más puntuales! añadió con una sonrisa.

Yo los recibiré y les ayudaré con los trastos contestó Miguel.

Lidia estaba radiante, sus emociones desbordaban. Por fin la Nochevieja sería como siempre había soñado: al aire libre, rodeada de amigos queridos.

Miguel se tiró el abrigo y salió al patio. Al abrir la verja quedó boquiabierto.

¡¡Hola, hermanito!! exclamó Enriqueta, lanzándose a besarle ambas mejillas. ¡Feliz Año Nuevo!

Miguel tardó en recuperarse del susto. Mientras Gregorio descargaba la maleta, Enriqueta hablaba del festejo, pero él apenas la escuchaba, intentando asimilar que su hermana había aparecido en la puerta de su casa de campo.

Finalmente, sacudiendo la cabeza, dijo:

¿Qué hacéis aquí? ¡Lo acordamos la semana pasada!

Ya ves arqueó las cejas Enriqueta. Tú decidiste y yo no dije nada.

Miguel, ¿qué os pasa? intervino Lidia, al ver a la hermana del marido. ¿Enriqueta? preguntó, extrañada.

Sí respondió Enriqueta con orgullo. No todo gira al gusto de uno.

Cuando Gregorio intentó meter la primera caja, Miguel lo agarró del brazo.

No entrarás le espetó bruscamente.

Enriqueta, ayudando a los niños a abrochar los cinturones, escuchó la brusquedad hacia su hermano y se lanzó contra él.

¡Suéltalo ya! rugió.

No lo haré. ¡Váyanse ahora mismo! gritó Miguel.

¿Qué dices? preguntó Enriqueta, irritada, señalando la mano de su hermano.

¡Escuchas!

No nos iremos replicó con altivez. Tenemos una furgoneta llena de niños.

Me encantan mis sobrinos, pero hoy tendrán que celebrar en otro sitio explicó Miguel. No entrarán por esa puerta.

¿Llamas a la policía? preguntó Enriqueta con sarcasmo.

Llamaría, pero es víspera de fiesta intervino Lidia. Mejor marcharse sin problemas, o llegará mi amiga con su marido boxeador, que no los dejará pasar se rió.

¿Me estás amenazando? continuó Enriqueta.

No lo intento, pero sí te lo mando. ¡Fuera de aquí! ordenó Lidia.

Miguel y Lidia cerraron la verja, sin dejar entrar a los visitantes no deseados. Enriqueta y Gregorio no tuvieron más remedio que volver a casa. En el camino, Enriqueta descargó toda su furia sobre Gregorio.

¿No podías empujarle? gritó. ¡Qué torpe!

Regresaron a su hogar, donde vivían desde hacía años junto a la madre de Enriqueta y Miguel, Doña Eugenia, que hacía ya cinco años que no hablaba con su hijo tras el matrimonio.

Ahora también dejaré de hablar con Miguel dijo Doña Eugenia, tirando su abrigo al rincón.

¿Qué? preguntó Eugenia, entrecerrando los ojos.

¡Nos echaron de la finca! ¿Te lo imaginas? exclamó Enriqueta, indignada. ¡Y su mujer peor todavía! Quiso llamar a la policía como si fuéramos ladrones.

Por eso no le hablo replicó Eugenia. ¿Recuerdas cuando quise mudarme con ellos y se opusieron? Decían que el piso era undómino y que los niños ocuparían todo el espacio.

¡No digas eso, mamá! Lidia ha arruinado a nuestro Miguel.

Mientras tanto, los niños corrían por la casa, y Enriqueta y Doña Eugenia brindaban con cava mientras veían La vida de Brian. Gregorio, sin descanso, se afanaba en la cocina.

Al fin, Lidia y Miguel recibieron a los invitados y se pusieron manos a la obra para la fiesta. Entre risas y brindis, Lidia se acercó a Miguel, apartándolo del bullicio, y susurró:

Tengo que decirte algo.

Le mostró una foto del ecografía.

¿En serio? quedó boquiabierto Miguel. ¿Vamos a tener un bebé?

Sí asintió Lidia, radiante.

Miguel la abrazó, la besó y, con una sonrisa, exclamó:

¡Es el mejor regalo de todos!

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