Pues, te cuento una historia que te va a llegar al alma. Verónica, con solo veinte años, no podía imaginar lo que le esperaba. Estaba estudiando en la universidad, enamorada de su Diego, soñando con su boda porque ya hablaban de ello.
Diego era mayor que ella, ya había hecho el servicio militar cuando llegó al baile de otoño del instituto, donde Verónica cursaba segundo de bachillerato. Nunca olvidaría la primera vez que lo vio. Aunque vivían en la misma ciudad, incluso en el mismo barrio, él había terminado el instituto antes que ella.
¡Ay, pero qué guapo es este! pensó Verónica al verlo.
Entró en el salón, mirando a su alrededor en busca de caras conocidas, hasta que sus ojos se encontraron con los de ella… y le sonrió. Fue amor a primera vista. ¿Cómo no iba a serlo? Era diferente, especial, nada que ver con los demás chicos.
Hola, soy Diego. ¿Y tú? se acercó a ella, quien enrojeció de vergüenza. ¿Bailas conmigo? La tomó de la cintura y comenzaron a girar al ritmo de la música.
Verónica… susurró.
Sentía que flotaba, con la mano firme de Diego guiándola, sintiendo cada uno de sus movimientos.
Verónica, bailas como una profesional le dijo entre risas.
Pasaron toda la noche juntos, y al terminar, él la acompañó a casa. Caminaron sin prisa, sin ganas de separarse, pero Verónica sabía que su madre la estaría esperando.
Diego era pura alegría. Después de terminar el instituto, Verónica empezó la universidad en su ciudad, mientras él trabajaba. No conocía el aburrimiento ni el mal humor, y su energía contagiaba a todos. Tenía muchos amigos, y ahora Verónica salía con ellos, iba a bodas, a fiestas…
Le regalaba rosas incluso en pleno invierno. Cada cita era una celebración: cafeterías, excursiones al campo, planes con amigos.
En su tercer año de carrera, él le dio una sorpresa.
Este invierno nos vamos a Sierra Nevada. Ya tengo los billetes. Te enseñaré a esquiar, hay monitores buenísimos.
¡Diego, eres el mejor! se abrazó a su cuello, pero luego, riendo, añadió: Aunque soy una miedosa, ¿no lo sabías?
Aquél viaje fue mágico. Aprendió rápido a esquiar, y cuando terminó, no quería irse. Luego llegó el 8 de marzo, y Diego apareció en su casa con dos ramos de rosas.
Feliz día de la mujer le dijo a su madre, entregándole uno, y a Verónica el otro. Para la chica más guapa.
Diego, no hace falta gastar tanto protestó su madre.
No importa. Los chicos van a trabajar a Alemania, y me llevan con ellos. Hay un proyecto de líneas eléctricas, pagan bien. Así ahorraré para nuestra boda y un coche.
No quiero que te vayas suplicó Verónica.
Solo serán tres o cuatro meses. Hablaremos todos los días. Quiero darte una boda preciosa.
No hace falta nada lujoso, solo quiero estar contigo.
Pero él ya tenía claro lo que quería, y se fue. El sueldo era bueno, y hablaban a menudo.
Un día, en clase, Verónica sintió un escalofrío, pero lo ignoró. La noche anterior habían hablado, así que no esperaba su llamada. Pero al llegar a casa, el corazón le latía con fuerza. Lo llamó ella, aunque siempre era él quien lo hacía. El teléfono de Diego no respondía. Cinco llamadas, y nada.
Marcó el número de su amigo Adrián, quien, con voz apagada, le dijo:
Verónica… Diego ya no está.
¿Qué? pero la llamada se cortó.
¡Mamá! gritó, rompiendo a llorar.
Lo que siguió fue una pesadilla. Supo después que Diego había sufrido un accidente con un cable de alta tensión. Su madre, Ana María, enmudecida por el dolor, apenas hablaba. Esperó a que el padre y su hermano pequeño, Álvaro, trajeran el cuerpo.
Los funerales, el duelo… todo fue oscuridad. Verónica apenas podía respirar. Visitaba a Ana María, y juntas iban al cementerio en silencio.
La madre de Diego no la dejaba irse. Insistía en que pasara tiempo con ella, sobre todo en verano, cuando Verónica tenía vacaciones. Iban a iglesias, tomaban café juntas.
Verónica, ¿por qué no vamos a la playa? propuso un día Ana María.
Aceptó, aunque no entendía por qué. Su propia madre le decía que debía seguir adelante, pero al final se fueron una semana.
Por las mañanas iban a la playa, y por las tardes descansaban. Ana María parecía recuperarse… pero Verónica seguía vacía. Un día, mientras su suegra dormía, ella salió a pasear por el paseo marítimo.
El mar se fundía con el cielo, las gaviotas gritaban, la gente reía… la vida seguía, pero ella se sentía sola.
Tan guapa… y tan triste oyó a su lado.
Era un chico. Quiso ser grosera, pero algo en él le recordó a Diego.
A veces Dios no da felicidad a los que la merecen susurró.
No estoy de acuerdo dijo él. Me llamo Pablo.
Verónica.
Intercambiaron unas palabras, y ella se marchó. Pero Pablo no la olvidó. Llevaba días observando a esa chica triste, siempre acompañada de quien creía su madre.
Quedaban dos días antes de volver. Ana María dormía, y Verónica fue al supermercado. Al salir, se encontró con Pablo, quien le cogió las bolsas.
Déjame ayudarte.
Si quieres…
Verónica, necesito hablar contigo señaló una terraza cercana. Me voy en tres días. ¿Tú cuándo te vas?
Mañana por la noche.
Vaya… suspiró. ¿De dónde eres?
Al decirle su ciudad, él se sorprendió.
¡Yo también! Qué casualidad.
Pablo había estudiado en su misma universidad y trabajaba en el ayuntamiento. Acababa de romper con su novia y había venido solo para olvidar. Hasta que la vio a ella.
Verónica le contó su dolor, y él se extrañó.
¿Por qué vienes con la madre de Diego? No es normal que los padres quieran tanto a la novia de su hijo después de… ya sabes.
No lo sé. No quiero herirla.
Intercambiaron números y quedaron en verse en casa. Cuando Verónica regresó, Ana María la esperaba molesta.
¿Dónde estabas?
Fui al supermercado.
Cada vez le costaba más estar con ella. Su propia madre le decía:
Aléjate de ese dolor. ¿Por qué sigues yendo? Te está consumiendo.
Y Verónica lo sabía. Esa noche, mientras hacían las maletas, le dijo a Ana María:
Cuando volvamos, empezaré una vida nueva.
La suegra la miró fijamente.
Otra vida… Claro, eres joven. Yo pensé… pensé que estarías embarazada. Estuvisteis tanto tiempo juntos… Y mi otro hijo, Álvaro, es buen chico… quizá tú y él…
Verónica lo entendió todo. Se sintió asqueada.
¡No! gritó, llorando por primera vez desde el funeral. ¡No quiero a nadie, y menos al hermano de Diego!
Esa noche supo que debía alejarse.
A casa pensó. Y quizá conocer a Pablo fue una señal.
Empezó el nuevo curso. Verónica salía con Pablo, pero un día fue sola a la tumba de Diego.
Adiós, Diego susurró. Fuimos fel
                                    






