Escapando de las garras de los sentimientos

Life Lessons

Escapando del yugo de los sentimientos

En el noveno curso, Begoña Martínez ya percibía la mirada de Iker García clavándose en ella por cualquier rincón del aula. Sentía, como si una aguja de luz negra atravesara su nuca cada vez que él la observaba, y cuando él volteaba, sus ojos se encontraban con los suyos en un instante.

Begoña se reía Celia, su inseparable amiga, ese Iker no quita los ojos de ti, yo también lo he visto.

Lo sé contestó Begoña con una sonrisa, mientras su corazón latía al compás de esa atracción, sus ojos negros parecen perforarme, y la verdad, me gusta.

Al fin Iker reunió valor y, tras la clase, la esperó en el portal del instituto. Con un leve temblor en la voz, le lanzó:

Begoña, ¿te acompaño hasta tu casa?

Begoña titubeó, pero Celia le dio un empujón y ella aceptó.

Vale, al final vamos por el mismo camino dijo Iker fingiendo indiferencia.

Mientras caminaban, Iker hablaba de cosas sin importancia, reían, y el corazón de Begoña saltaba de alegría. Así nació una amistad que se transformó en amor de instituto. Pronto todo el alumnado supo que eran pareja. Iker estaba siempre a su lado; si alguien de otra clase intentaba acercarse a Begoña, él los apartaba con rapidez.

Begoña siempre había sido una chica hermosa. Cuando entró en primaria, la profesora Ana María la elogió:

¡Cielos, Begoña, qué ojitos tan bonitos tienes!

Al acercarse el final del instituto, ambos decidieron ingresar al mismo grado de la Universidad Complutense. Aprobaron los exámenes, asistieron a la graduación y, como quien cierra un libro, se despidieron del instituto para abrazar la vida adulta. Después de la prueba, Iker le propuso:

Mañana vamos a mi casa de campo, quedemos a pasar la noche. Celebramos los exámenes, lo hemos hecho genial.

Begoña sentía que Iker, cada vez más insistente, buscaba una relación más estrecha. Ella se resistía y él se enfadaba.

Somos adultos, basta ya de principios. Algún día sucederá leíste Romeo y Julieta, ¿no? Eran más jóvenes que nosotros y nadie los juzgó, al contrario, todos admiraban su amor insistía Iker.

Begoña escuchaba en silencio, aceptaba mentalmente, pero le aterraba la idea de perder a su Iker, al que ya había acostumbrado y que no podía imaginar sin él.

Iker se enfurecía:

Pues, Begoña, espero, acepta.

No sé, tal vez mi madre no me deje ir a la casa de campo, y mucho menos a pasar la noche.

Entonces di que mis padres estarán allí, ¿no puedes inventar algo?

Pedir permiso a su madre resultó una odisea. La mujer, con voz autoritaria, le dijo:

¿Qué más vas a inventar? No te dejo. Sé lo que vais a hacer y luego tendré que arreglar los problemas.

Begoña, con una mentira en los labios, replicó:

Mamá, los padres de Iker también estarán, y su hermana mayor también vendrá.

La madre, después de pensarlo un momento, gesticuló con la mano:

Vale, ve. Al fin y al cabo no los vigilaré. Es impropio que una chica vaya a casa de campo de un chico.

Durante el trayecto en autobús, ambas se tomaron de la mano. Begoña estaba nerviosa; Iker también parecía distraído, perdido en sus pensamientos. Imaginó lo que ocurriría y, como en un sueño, la realidad siguió el guion que había pensado. Al entrar en la casa, Iker la arrastró a una habitación donde había un sofá. Al ver el sofá, Begoña intentó soltar su mano.

Tranquila dijo él con voz suave, no temas.

La rodeó y la acomodó en el sofá. La luz de la habitación la hacía sentir incómoda.

Mira, está todo iluminado exclamó Iker, tiró de las cortinas y, de un salto, se lanzó sobre ella.

Begoña, con todas sus fuerzas, lo empujó. Se levantó del sofá y salió corriendo de la casa, dirigiéndose a la parada del autobús. No había autobús, pero al girar vio a Iker.

Te acompaño dijo él, y no digas nada, no quiero escuchar tus excusas.

En la fiesta de graduación no se acercó a ella; Celia intentó preguntar, Begoña guardó silencio. Después de la fiesta, Iker no volvió a llamarla. Pasó una semana y, cansada de su orgullo, Begoña decidió marcarlo. Contestó su hermana:

Iker se ha mudado a Barcelona para estudiar allí. Pensé que lo sabías

Han pasado veinte años. Begoña se casó con José, tuvo una hija llamada Luna. Iker aparecía de vez en cuando en sus recuerdos; no llamaban, no se veían, pero él seguía visitándola en sueños.

Esa noche volvió a soñar con Iker; caminaban de la mano por un campo de margaritas bajo un río que brillaba al sol. Ella sonreía, él la miraba con melancolía, como despidiéndose, y al final soltó su mano y desapareció.

Begoña despertó, miró a su marido y exhaló aliviada:

Duerme como un lirón. Siempre le gusta echarse una cabezadita

No quería volver a dormir, aunque era temprano. Se levantó sigilosamente y se dirigió al baño; al pasar por la habitación de Luna, la vio dormida, con el pelo rubio esparcido sobre la almohada. Bajo la ducha, pensó:

¿Por qué sigo soñando con Iker? Después de esos sueños me siento fuera de lugar, una tristeza me invade, me enojo con José Tal vez no debí haberme casado con él. Llevamos años sin pasión, sin romance, todo ordenado como en un calendario.

Preparó el desayuno y quiso despertar a José, pero él ya se había levantado. Desayunaron juntos; Luna disfrutaba de sus vacaciones de verano. De repente sonó el móvil. Era la voz alegre de Celia:

¡Begoña, hola! Perdona la hora, sé que no duermes, pero tengo una noticia importante: nuestra promoción ha querido reunirse, ¡cumplimos veinte años desde que terminamos el instituto!

Begoña había fallado ya dos veces en acudir. Celia continuó:

¡Qué bien, siempre la organizadora de los reencuentros! ¿Cuándo?

El sábado que viene.

¿El sábado? Tenía planes con José para ir al campo de los tíos

Podemos cancelarlo dijo Celia firme, no quiero oír excusas, ya fallaste dos veces.

Tenía mis razones

Vamos, Begoña, no te hagas la difícil intervino otra amiga, o nos vamos a todas a tu casa.

¡Vaya susto! rió Begoña. ¿Dónde nos vemos? ¿En un restaurante?

En el restaurante que acaban de abrir, ¿adivinaste?

¿Y dónde más?

Vamos a celebrar hacía una pausa prolongada, como si jugara con el misterio. No lo adivinarás, lo sabrás cuando lo veas bromeó Celia. Celebraremos en casa de Iker.

No es casualidad que me haya aparecido en sueños pensó Begoña.

¿Te imaginas? Iker ha comprado una mansión de dos plantas y nos invita a todos.

¿Y su familia? ¿Tiene esposa? Begoña no sabía nada.

Su mujer está en Turquía con el hijo, no habrá problema. Yo estoy divorciada Pero tienes que ir.

De acuerdo, dime la dirección respondió Begoña. Yo y José vamos a trabajar, ya está a punto de salir.

Al salir del apartamento, José gruñó:

¿Qué hacen esos del instituto? ¿Qué no ves?

No lo he visto replicó Begoña. Y no te pido permiso, te lo anuncio. Aquí nos quedamos sin salir. A veces vamos al campo Me canso de la cocina, la limpieza, la colada, como una esclava.

Vale, esclava, no te quejes le contestó José con tono conciliador. Puedes pensar que soy un tirano doméstico, pero no me opongo. Compra un vestido nuevo, te lo mereces.

Gracias, lo haré, tengo que verme bien.

Begoña no podía conciliar el sueño la noche antes del reencuentro. Veinte años habían pasado desde aquel día de graduación, y la ansiedad la mantenía despierta.

Encuentro estremecedor

Begoña salió del taxi y, ante los altos portones de la finca, pulsó el timbre. Unos minutos después la puerta se abrió y apareció Iker, alto, atractivo, de porte elegante.

¡Hola, qué sorpresa! su voz aterciopelada hizo temblar a Begoña. Pasa, o seguirás siendo la misma tímida dijo con una sonrisa burlona.

Hola respondió Begoña y entró al patio.

Iker la abrazó y le dio un beso en la mejilla.

¡Te ves espectacular! Más guapa que nunca, casi asusta lo bella que eres exclamó, sus ojos negros encendiendo el ambiente.

Al sentir la mirada de Iker, Begoña se sonrojó, bajó la cabeza y siguió hacia la casa. Él la alcanzó, tomó su mano y la condujo dentro.

¡Vamos, Begoña! gritó Celia, corriendo y abrazándola.

Los invitados fueron despidiéndose, la noche se acercaba a su fin. Uno a uno se abrazaron y, finalmente, se sentaron a la mesa. Entre risas y anécdotas, las chicas se miraban, preguntando por familias y niños. La música sonaba y Iker invitó a Begoña a bailar.

¿Cómo va la vida? preguntó ella.

Bien, veo el mundo con nuevos ojos. Tengo muchos proyectos, mi negocio se expanderespondió él.

Cuando la velada se cerraba, la gente se fue y Iker se acercó a Begoña.

Quédate, ayúdame un momento le indicó, señalando la mesa.

No sé dudó ella.

¿Qué no sabes? intervino Celia con una sonrisa astuta. Alguien tiene que ayudar.

Vale gruñó Begoña.

Al quedar solos, Iker tomó sus manos.

Todo esto de la vajilla fue solo pretexto para que te quedaras

¿Por qué? preguntó ella, inquieta.

No lo sé frotó su nariz contra su mejilla. Al verte comprendí cuánto te he echado de menos todos estos años.

Sus labios rozaron su cuello:

Begoña, eres se quitó la chaqueta de un tirón y la dejó caer sobre el sofá. Imagínate, estoy harto de mi esposa, de esas mujeres que solo buscan dinero, y tú, tan fresca, tan bella

Begoña sintió como si la escaldara agua hirviendo.

¡Mujeres disponibles! Dios, soy solo un entretenimiento para él No cambiaré nada con mi marido.

Se levantó de un salto, empujó a Iker y salió de la casa. Al pasar la verja sonó su móvil; era la voz de José:

Cariño, ¿vas a venir? preguntó.

No, ya he llamado a un taxi, llegaré pronto dijo intentando sonar calmada. Gracias, mi amor, eres el mejor.

¡Pues eso! ríe José, esperándola.

Se subió al taxi y, al cerrar la puerta, escuchó la voz áspera de Iker en su cabeza:

Te equivocas, te quedarás como siempre, aunque seas una belleza.

Apretó la puerta con fuerza, el coche arrancó y Begoña pensó:

Que se enfade, que explote de rabia. Que vuelva a su casa fría. Yo finalmente me he liberado de su yugo. Para siempre.

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