El viento salado jugaba con el pelo de Marina mientras ella, entrecerrando los ojos contra el sol, daba otra pincelada en el lienzo.
El azul se fundía suavemente en índigo, creando ese tono único del mar al borde del atardecertan cercano y, sin embargo, inalcanzable, como si quisieras atrapar la luz entre las manos.
Aunque ya tenía veinte años, el mar seguía siendo un misterio para ellaun secreto que la llamaba y la inspiraba.
Ana se acercó por detrás, silenciosa como una sombra, y apoyó la barbilla en el hombro de su hija, respirando el olor familiar de la pintura mezclado con la brisa marina. Olía a melocotón maduro y a la calidez de un hogar.
Está demasiado oscurodijo suavemente, sin reproche, solo con una tierna preocupación. Hoy el mar está tranquilo.
Marina esbozó una leve sonrisa sin apartar los ojos del lienzo.
No estoy pintando el mar. Estoy pintando el sonido que tenía en mis recuerdos.
Ana le acarició el pelo con ternura. Habían pasado quince años desde aquel día en que ella y Víctor encontraron a una niña en la playaempapada, asustada, con unos ojos como el reflejo de un cielo en tormenta. Una niña que no recordaba ni su nombre, ni su pasado, ni cómo había llegado hasta allí, arrojada por las olas como un trozo de barco.
La llamaron Marina. Ese nombre echó raíces. Se convirtió en parte de su alma.
Esperaron. Una semana, un mes, un año. Publicaron anuncios, avisaron a la policía, preguntaron a todo el mundo. Pero nadie buscaba a una niña de pelo claro y ojos de tormenta.
Era como si el mar la hubiera olvidado allí.
Tu padre ha vuelto con la pescadijo Ana señalando la casa. Dice que los lenguados saltaron solos a las redes.
Víctor ya estaba ocupado junto a la parrilla, su risa alegre resonaba en el patio. Quería a Marinano solo como a una hija, sino como un regalo que el mar le había devuelto después de arrebatarle un sueño de infancia.
Su vida transcurría tranquila, como un arroyo entre las rocas costeras. El verano significaba cuidar el jardín, cenas en el porche al sonido de los grillos. El invierno era reparar redes, calentarse junto a la chimenea, escuchar a Marina leer en voz alta, llevándolos a mundos lejanos.
También había discusionespor flores olvidadas, por un joven médico del hospital, por futuros soñados de manera diferente. Víctor esperaba que se quedara cerca; Ana ahorraba a escondidas para la escuela de bellas artes. Sabía que el talento de Marina no debía quedarse encerrado en un pueblo.
Pero todas las tensiones se disolvían en cuanto se sentaban juntos a la mesa.
Marina dejó el pincel y se giró hacia su madre.
Mamá ¿te has arrepentido alguna vez?
Ana la miró largo rato, con dulzura. En sus ojos aún estaba el miedo de los primeros días y un amor infinito.
Ni un segundo, tesoro mío. Ni uno.
La abrazó fuerte, respirando el olor de la pintura al óleo y la sal del mar. En ese instante, tuvo la sensación de que todo su mundola casa, el jardín, esa hijaera frágil como un cuadro. Y se sintió lista para protegerlo de cualquier tormenta.
La idea del concurso «Talentos de Nuestra Región» había sido de Víctor. Golpeó un dedo sobre el anuncio del periódico:
Mira, Marina. Esta es tu oportunidad. Muéstrales lo que sabes hacer.
Al principio, Marina se negó. Exponer sus sentimientos en público era como desnudarse ante todos. Pero Ana la miró con una chispa de esperanza y súplica en los ojos.
Inténtalo. Solo por nosotros.
Y Marina cedió.
No salió de su estudio en una semana entera. Luego, en plena noche, llegó la inspiración.
No pintaría lo que veía. Pintaría lo que sentía.
Dos pares de manos. Las palmas callosas de Víctor sosteniendo delicadamente una pequeña concha. Y las manos suaves de Ana, cubriéndolas, protegiendo ese frágil tesoro.
El cuadro se titulaba «El Refugio».
Ganó el primer premio. Por unanimidad.
El periódico local publicó una foto: Marina, tímida pero radiante, junto a su obra. El periodista alabó su talento y mencionó brevemente su historiala de la niña encontrada en la playa, adoptada por un pescador y su esposa.
Todo el pueblo celebró su victoria.
Pero unas semanas después, Marina empezó a notar cosas raras. Un coche de lujo que pasaba lentamente frente a su casa. Esa sensación de que la observaban cuando pintaba en su acantilado favorito. Y luego, una noche, al volver a casa, encontró a Ana en el porchepálida, temblorosa, con un sobre grande sin remite entre las manos.
Es para timurmuró.
Marina abrió el sobre. Dentro, una hoja perfumada a azahar, con una letra elegante:
«Hola. Tu nombre es Marina, pero al nacer, tu padre y yo te llamamos Anastasia. Me llamo Elena. Soy tu madre.»
Releyó la frase. Una y otra vez. Las letras se desdibujaban. El pecho se le oprimió.
Alzó la vista hacia Ana y vio el mismo terror en sus ojos.
La carta contaba una historia increíble: un yate, una tormenta, la pérdida del conocimiento. Marina fue encontrada dos días después. Traumatismo craneal, coma, amnesia parcial. La memoria volvió en fragmentos. La búsqueda duró añoshasta que un asistente sugirió revisar los archivos de periódicos locales.
Así descubrieron el artículo del concurso.
«No quiero alterar tu vida. Solo quiero verte. Saber que estás viva. Que eres feliz. Te esperaré en tres días, al mediodía, en tu muelle. Si no vienes, me iré. Para siempre.»
Cuando Víctor llegó, encontró a dos mujeres pálidas y una carta arrugada.
La leyó, la tiró al suelo.
¡Nadie irá a ninguna parte!rugió. ¡Quince años! ¿Y ahora que es alguien, se acuerda? ¿Quiere reclamar una herencia o qué?
Víctor, cálmatedijo Ana, aunque el corazón le latía desbocado.
Irédijo Marina con voz dulce pero firme. Tengo que ir.
El día acordado, los tres fueron al viejo muelle de madera. Un bote se acercó al yate. Bajó una mujeralta, elegante, con un traje claro. Sus ojos, tan parecidos a los de Marina, estaban llenos de lágrimas.
Nastyasusurró.
Marina se quedó inmóvil. Sintió la mano de su padre en el hombro. La de su madre en la espalda.
Buenos díaslogró decir. Me llamo Marina.
La conversación fue vacilante. Elena mostró fotos: un padre sonriente, ella embarazada, una bebé en brazos. Anastasia. Un mundo entero desconocido amenazaba con derrumbarse.
No te pido que vengas conmigodijo Elena. Pero eres todo lo que me queda. Quiero estar cerca. Ayudarte en tus estudios. Abrirte puertas que no pude abrir. Mostrarte el mundo que te faltó.
Víctor apretó los puños.
¡No necesita tu dinero ni tus academias! ¡Tiene un hogar! ¡Nos tiene a nosotros!
Papá, por favor.
Marina se volvió hacia Elena. En su cabezaun caos. En su corazónun desgarro. Dos nombres. Dos madres. Dos vidas.