En casa, la madre y la hermana del esposo tienen prioridad absoluta.

Life Lessons

– Lidia, basta ya de hacerte la desdichada, hablemos con calma y resolvamos todo.

Lo que sea que imagines, te aseguro que no ha pasado nada grave. No somos niños de cinco años, ¿vale?

La voz de Víctor, desde la puerta del cuarto de los niños, hace que Lidia y su hijo de diez años, Santiago, se miren y nieguen con la cabeza al mismo tiempo.

– ¿Sabes? Lo odio por eso de que siempre le da la vuelta a las cosas, como si todo fuera culpa nuestra.

Y el niño, sin darse cuenta, repite lo que Lidia piensa.

Lidia asiente, se acomoda en el sofá, se pone los auriculares para no oír el tono suave pero reprochador que se oye bajo la puerta.

Fue ese mismo tono el que la enamoró de Víctor. Creía que él podía solucionar cualquier conflicto con diplomacia.

Pues, ¿quién iba a imaginar que para él diplomacia significaba doblar la situación a su favor, presentando al interlocutor como una histérica o una inmadura?

Si ella había tolerado esos juegos por el bien del hijo, no dejaría que el mismo trato se repitiera con él.

El cumpleaños pasado de Santiago le demostró que Víctor no valora a su propio hijo.

Sí, Víctor había dado prioridad a su madre y a su hermana, justificando todo con la excusa de la madre es la primera, la hermana después. Pero descuidar al propio hijo le resultaba imperdonable, aun para una mujer tan paciente como Lidia.

Habían acordado el festejo con un mes de antelación. Reservan una mesa en su restaurante favorito del centro de Madrid, con una zona de juegos encantadora, invitan a los tres mejores amigos de Santiago y a sus familias, deciden el menú y piden una tarta a medida.

¿Qué podría salir mal? En el peor de los casos, algún invitado enferma y no llega, lo cual sería una molestia, pero nadie se quejaría. En el caso más desafortunado, Santiago podría enfermarse y perderían la reserva y la tarta, que seguramente regalarían a los amigos para que no se desperdicie.

Santiago goza de buena salud, así que nada le impide asistir. Por la mañana, los amigos confirman su asistencia puntual como un reloj.

Cuando toda la familia se está vistiendo con ropa adecuada, Víctor contesta la llamada de su hermana y se cambia a ropa no festiva.

– ¿Y a qué vienes con eso? le suena a reclamo la voz de Lidia, si se conoce su historia.

Víctor tiene tres mujeres en su vida: madre, hermana y Lidia, en ese orden de importancia.

No es la primera vez que Lidia ve a su marido pasar el día ayudando a su madre en el huerto o acompañándola de compras. Si la madre no necesita nada, entra en escena la hermana, que requiere la ayuda de su hermano para tareas del hogar.

Al principio, Lidia interpretó la entrega de Víctor a la familia como una señal de buen carácter. Pensó que el modo en que un hombre trata a su madre reflejaría su trato con la esposa. Resultó ser todo lo contrario. Mientras Víctor corre de un lado a otro atendiendo a los parientes, en su propia casa gotean los grifos, chirrían las bisagras y se acumulan los trabajos de mantenimiento. Lidia, harta de los promesas de mañana lo arreglo, contrata a un profesional.

Víctor parece respirar más tranquilo al ver que ya no lo agobian sus obligaciones familiares.

Lidia se acostumbra a la ausencia constante de su marido y hasta encuentra placer en la soledad. Últimamente, Víctor se queja de que ella se ha vuelto más fría, como si le importara poco su presencia.

Lidia, sin embargo, ya no siente la necesidad de reaccionar cuando él aparece brevemente. Mejor que intentar conversar, se dedica a tejer una bufanda o a ver una serie de comedia, cosas que le levantan el ánimo más que cualquier charla marital.

Pero cuando Víctor decide pasar el día del cumpleaños de su hijo en casa de su hermana, Lidia ya no lo soporta. Víctor, con la cara más sincera que tiene, le asegura que la hermana tiene problemas de mudanza y necesita que él lleve cajas, mientras que el cumpleaños del hijo se puede celebrar otro día.

¿Acaso importa tanto para un niño de diez años?

Lidia eleva la voz por primera vez, grita con todo el corazón y le da una semana para que reconozca sus errores y proponga una forma de reparar el daño.

Esa semana la dedica a reflexionar y a prepararse moralmente para lo que viene. El divorcio siempre le ha parecido una vía dura e inaceptable, casi inconcebible. Si hubiera sido más despistada, habría anulado el matrimonio justo después de la noche de bodas, cuando Víctor pasó toda la mañana hablando por teléfono con su madre porque se le hacía la vida aburrida y solitaria.

Lidia, sentada junto a él en la estación de tren, se siente sola y aburrida; la ausencia del marido no debería ser motivo de tristeza, pero ella no perdona la ofensa al hijo.

Durante esa semana, Víctor intenta explicar a Lidia y a Santiago que están equivocados, pero ella sigue firme. Al acabar el plazo, con la conciencia limpia, Lidia presenta los papeles del divorcio y expulsa a Víctor de su piso, dejándolo con la madre que tanto adora.

Durante los ocho años siguientes apenas vuelven a cruzarse. Él paga la pensión alimenticia, pero solo aparece una vez al año, casi siempre en el cumpleaños de Santiago, y a veces llega con dos semanas de retraso, como diciendo lo haré después.

Santiago se desliga rápidamente, deja de esperar y de desear contacto. Cuando cumple dieciocho años, de repente siente curiosidad por el padre. Víctor, ahora adulto, le lanza acusaciones a Lidia:

– Podrías suavizar la situación entre nosotros, explicarle que ambos progenitores son importantes y que, sea cual sea el padre, debe ser amado, no tratado como una visita esporádica suelta Víctor, intentando una larga perorata frente a la casa de Lidia.

– ¿Y sabes a dónde? Tuviste ocho años para arreglar las cosas y sólo has aumentado la distancia le responde Lidia, ya harta de ceder.

– ¿Qué tengo que hacer yo con tu hijo? replicó Víctor, mientras ella cerraba la puerta con gesto definitivo.

Esa noche, Santiago le cuenta a su madre:

– Papá me ha invitado a su casa la semana que viene por mi cumpleaños. Yo le dije que ya tenía concierto con Yuliana. Sabes, Yuliana, la que siempre lleva esas pulseras azules.

– ¿Y qué ha dicho él?

– Se ha molestado porque le he puesto a Yuliana más prioridad que a él. Le dije que podríamos celebrar otro día, o en dos semanas, o incluso en un mes, cuando acabe la época de exámenes. Resulta que a él no le funciona esa flexibilidad, comenta Santiago con una sonrisa torcida.

– Eres muy rencoroso, chico le dice Lidia.

– No es nada, solo tengo buena memoria y algo de mal genio. Mamá, una pregunta: ¿por qué soportaste a Víctor hasta mis diez años? Podrías haberte divorciado antes y nada habría desaparecido.

– Porque desvanece Lidia. Hoy todas esas razones parecen absurdas, pero entonces no era tan clara.

Al final, el desprecio de Víctor por su propio hijo la obliga a repensar el matrimonio. De lo contrario, seguiría viviendo con su madre y su hermana, una cuarta rueda en una relación imposible. Afortunadamente, finalmente presenta el divorcio.

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