EL TULUMBA QUE ROMPIÓ UNA MALDICIÓN FAMILIAR
En esta casa no se menciona a mi abuela susurró Emilio, como si las paredes pudieran escucharle.
Era su tercera visita a Granada. Pero aquella vez no era por placer ni curiosidad. Era por una herencia: un cuaderno manchado de miel y silencios. Su madre se lo había entregado antes de partir.
Es tuyo. Ella lo quiso así. Y si vas a buscarla ve con hambre, pero no de respuestas. Ve con hambre de dulzura.
En la primera página, una inscripción desvaída decía:
*Receta de tulumba. Para cuando Emilio esté listo para perdonar.*
Nunca había oído hablar de aquel postre. Ni de su abuela. Solo sabía que la familia la había repudiado por “deshonra”. Pero entre aquellas páginas no solo había harina y azúcar. Había una historia que clamaba por ser contada.
Llegó al Albaicín, siguiendo una dirección escrita con tinta gastada. Llamó a la puerta de una casa blanca con macetas de geranios. La abrió una mujer de ojos oscuros y voz áspera.
¿Eres tú? preguntó.
¿Quién se supone que soy?
El que lleva el cuaderno.
Se llamaba Lola. Era la hija de la abuela de Emilio. Su tía, aunque él jamás supo de su existencia. Lo hizo pasar. En la cocina, fotos descoloridas, una radio con coplas andaluzas y una cazuela humeante.
Tulumba dijo, removiendo con una cuchara de olivo. Como lo hacía mi madre. Frito en aceite de oliva, luego bañado en almíbar de limón. Crujiente por fuera, blando por dentro. Como ella.
Emilio apretó los puños.
¿Por qué nadie me habló de ella?
Porque tu abuelo juró borrar su memoria. Pero ella nunca te olvidó. Te conoció antes de que existieras.
Le tendió una carta doblada, con su nombre escrito a pluma.
*Querido Emilio, sé que esta receta llegará a ti antes que mi verdad. Está bien. Hazla. Solo así entenderás que el amor a veces se fríe, y luego se endulza.*
No lloró. Todavía no. Pero algo se quebró dentro de él.
¿Me enseñas? rogó.
Pasaron horas amasando: harina, agua, un chorrito de aguardiente, ralladura de naranja. Luego, los frieron en forma de rosquillas, sumergiéndolos después en almíbar perfumado con canela.
Cuando Emilio mordió una, el crujido fue como un susurro antiguo. La dulzura le inundó la boca, y con ella, un nudo en el pecho.
¿Y ahora? murmuró.
Ahora llévatelo. Y no calles su historia jamás.
Meses después, Emilio abrió una pequeña dulcería en Sevilla. *La Miel de Lola*. Solo vendía dulces árabes, pero el más pedido era el tulumba.
Y sobre la estufa, en un marco, una frase escrita a mano:
*Hay herencias que no son oro son recetas que te enseñan a saborear lo que otros ocultaron.*