El padre vio un moretón bajo el ojo de su hija y realizó una llamada: la vida de su yerno quedó destrozada.

Life Lessons

El padre vio un moretón bajo el ojo de su hija y hizo una llamada. La vida de su yerno estaba a punto de desmoronarse.

Marina estaba en el portal, saludando a sus padres con su sonrisa habitual. Solo aquel ojo negro y brillante delataba el tema que no quería tocar.

“Mamá, todo está bien, no le des importancia”, dijo rápidamente, notando la mirada atenta de su madre.

Elena respiró hondo. “Es tu vida, hija. Tienes que vivirla…”

Su padre ni siquiera saludó a su yerno. Se acercó lentamente a la ventana y miró al vacío, como si no hubiera oído a su hija murmurar algo sobre un armario y la oscuridad.

“Ayer… me tropecé sin querer. Vamos, mamá, ¡estoy bien y Álvaro también!”

¿Bien? Marina recordaba perfectamente lo que había pasado la noche anterior. Álvaro, siempre furioso, no solo le había gritado. Cuando se atrevió a decirle que estaba harta de todo, él la agarró del cuello del batín con tanta fuerza que casi le arranca la tela.

“¿Qué, zorra, no recuerdas a quién le debes estar viva? ¿No piensas en nada? ¡Te traje de vuelta de esas juergas cuando huías de mí con ese Dani! ¿Olvidaste quién te amó, estúpida? ¡Te cargué en brazos!”

Y luego, un golpe seco. Como si fuera un saco. Las estrellas le bailaron ante los ojos, luego el dolor… Y Álvaro, que seguía gritando obscenidades.

“Sí, hija, ya entiendo. El armario… la oscuridad”, murmuró su madre, aunque sabía perfectamente lo que había pasado.

Y se sentía culpable. ¡Ella había empujado a Marina a casarse con Álvaro! Ella apartó a Dani de su hija, pensando que era una mala influencia.

“Y tu armario, hija, por lo visto, tiene puños”, dijo Elena con ironía, lanzando una mirada a su yerno.

Antonio no se apartaba de la ventana. Salió al balcón a fumar. A diferencia de su esposa, nunca apoyó a Álvaro. Le parecía… intrascendente. Egoísta y vacío. Sí, venía de una familia adinerada, con piso, coche, contactos y futuro. Pero por dentro estaba podrido.

Y ahora esa podredumbre salía a la luz: un moretón bajo el ojo de su hija.

Claro, Antonio podría haber agarrado a su yerno por las solapas y darle una buena bofetada. Pero eso solo habría empeorado las cosas. Ni siquiera quiso hacerlo. Se contuvo… y salió al balcón.

Sabía que resolvería esto de otra manera. Y ya tenía un plan.

Había pasado mucho tiempo al teléfono en ese balcón…

Mientras tanto, Marina le compró un café a su madre y charlaron de trivialidades. Media hora después, sus padres se fueron.

Álvaro, que esperaba reproches y escándalo, al fin se relajó. Se recostó en el sofá, abrió una cerveza y hasta sonrió. En su mente, el silencio de sus suegros era aprobación. La familia es familia, y los moratones son cosa de la vida. ¡Nadie se mete donde no le llaman!

“Mira, Marina, ¡te dije que todo se arreglaría!”, dijo satisfecho. “Tus padres son gente sensata. No como tú… ¡Ayer me armaste un lío porque me fui de juerga! ¿Y qué? ¿No puedo divertirme?”

Bebió un trago y estiró la mano hacia las patatas fritas.

Pero su alegría duró poco.

No había pasado ni media hora cuando alguien llamó a la puerta. No tocó el timbre, sino que golpeó. Firme y decidido. Aquel ruido hizo que Álvaro dejara la cerveza y se quedara tieso.

Se acercó, miró por la mirilla… y palideció.

Dani estaba en el umbral. Su rival. El ex de Marina. El mismo que casi se la llevó, pero la dejó escapar. Guapo, alto, seguro de sí mismo. Con un abrigo caro y esa sonrisa que hacía temblar a las mujeres y hervir la sangre a los hombres.

“¿Qué quieres?”, gruñó Álvaro, abriendo solo lo necesario para mostrar su irritación.

“Quítate de en medio”, dijo Dani con calma, empujándolo con el hombro.

Álvaro retrocedió como un muñeco de trapo.

Marina se levantó del sofá, con los ojos como platos.

Dani…

“Vamos, prepárate”, dijo él sin rodeos. “Si quieres, nos vamos a mi casa. Si prefieres, a la de tus padres. Pero ¿qué haces con este tipo ruin?”

“¿A quién llamas ruin, idiota?”, gritó Álvaro, pero se quedó pegado a la esquina como si lo hubieran clavado.

Tenía sus razones para temerle a Dani.

“Te llamé, Álvaro. A ti”, sonrió Dani con tranquilidad. “No quería meterme, no quería intervenir. Pero cuando el padre de Marinaun tipo decente, por ciertome llamó y me dijo que la habías pegado… pues tomé cartas en el asunto.”

“¿De qué… de qué hablas?”, balbuceó Álvaro.

“Bueno, no lo hice así porque sí”, rio Dani. “El local que alquilas para tu club es de un amigo mío. Muy buen amigo. En fin, recibirás una notificación negando la renovación del contrato. ¿Entiendes? Ya la enviaron a tu oficina.”

Álvaro se hundió en la silla como si lo hubieran noqueado.

“Además, calculé tus deudas de alquiler de seis meses. ¿Recuerdas que te dijeron que el precio subiría cuando el club diera ganancias? Pues subió hace medio año. Y la notificación lleva tiempo en tu mesasimplemente no la leíste. Yo y Miguel callamos, dejando que la deuda creciera. Con intereses, multas… ¿Captas? Ahora debes una suma… considerable. ¿Quieres que te la diga?”

Dani se inclinó hacia él:

“Y sé que no tienes un duro para pagarla. Deberías haber gastado menos en copas y fulanas.”

Álvaro se desplomó como un limón exprimido.

“¡Esto… es una trampa!”, farfulló. “¡Tú… tú pusiste esos papeles!”

“Piensa lo que quieras”, se encogió Dani. “Puedes demandar. Pero tu abogado, por cierto, ha dimitido. ¿O lo despediste? ¿Quién te defenderá ahora? ¿Tu camarero con piercing en la nariz?”

Álvaro intentó hablar, pero solo abrió la boca.

“Marina, vámonos. No hace falta que lleves nada. Te compraré lo que necesites. Lo que tienes aquí… no vale la pena. Son harapos de mercadillo.”

“Dani, espera”, dijo Marina, confundida. “Todo esto pasa muy… rápido. No lo entiendo…”

“Rápido es recibir un puñetazo en el ojo y buscar excusas para quien te lo dio. Lo demás es lento.”

Dani le tendió la mano, y ella la tomó.

“¿Estáis todos locos?”, rugió Álvaro. “¡Esta es mi casa! ¡Mi mujer!”

“¿Mujer?”, repitió Dani. “¿Eres su marido, el que la golpea y luego se esconde tras una cerveza y la tele? Ni siquiera eres un hombre, Álvaro. Eres un fracasado. Un chillón, un mediocre… nada. Ni siquiera eres capaz de pegarme aquí, delante de ella.”

“Pero yo… yo…”, balbuceó Álvaro.

“¿De qué hablas? ¿De qué?”, entrecerró Dani los ojos. “¿Quieres ir a juicio? ¿Contar lo del moretón que te hiciste con el armario? ¿O cómo quebró tu club porque bebías en vez de trabajar, confiando en los contactos de tu padre?”

Marina sigui

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