¡Tú tú No me lo puedo creer! ¡No me cabe en la cabeza! ¡Tu maldito trabajo, tus llamadas urgentes, tus viajes sin fin! Lucía lanzó la taza contra la pared, salpicando café por todos lados. Los trozos de porcelana quedaron esparcidos como confeti.
¡Basta ya, no seas infantil! Sergio ni siquiera alzó la voz, y eso la enfurecía más. Ella hervía por dentro, mientras él parecía una estatua. No puedo cancelar este viaje, Lucía. De esto depende mi ascenso.
¿Ascenso? Casi se atragantó de rabia. ¡Siempre es lo mismo! ¡Siempre hay algo más importante que nosotros! ¿Recuerdas que te perdiste la graduación de Paula? ¿O que ni siquiera llamaste en mi cumpleaños, aunque te lo recordé mil veces? ¡Y ahora esto! A Lucas lo operan en dos días, y tú te vas ¡a Bilbao!
A Madrid corrigió él sin pensar, y al instante se mordió la lengua.
¡Como si fuera la luna! Lucía agitó los brazos como un molino. No estarás cuando tu hijo esté bajo anestesia, cuando tenga miedo, cuando yo esté desesperada ¡Y todo por un papelito con una firma que a nadie le importa!
Sergio exhaló fuerte y se pasó la mano por la cara. Ojeras, barba sin afeitar, pero la mirada terco como siempre.
Es una oportunidad única, Lucía. Llevo veinte años trabajando para esto. La operación de Lucas es rutinaria, ¿por qué te pones así? Son solo las amígdalas, no un tumor cerebral.
¡Y si pasa algo! ¿Qué hacemos entonces, eh? Clavó las uñas en las palmas.
No pasará nada. Hablé con el médico.
¡¿Y si sí?! Su voz subió hasta casi romper cristales.
¡Siéntate! Se encogió de hombros. Si ocurre algo, cojo el primer avión. Como cuando a Paula la operaron de apendicitis, ¿te acuerdas?
¡Sí, me acuerdo! Sonrió con sarcasmo. Llegaste ocho horas después, cuando ya todo había terminado. ¡Los médicos se habían ido a casa, y tú bajando del avión como un héroe!
Sergio negó con la cabeza:
No puedo estar en dos sitios a la vez, Lucía. Trabajo como un burro para daros lo mejor. ¿O ya olvidaste cómo me machacabas por el piso nuevo? “Quiero mudarnos, los vecinos son ruidosos, la calle está sucia”
¡Prefiero mil veces vivir en ese piso pequeño, pero con un marido y padre de verdad! gritó ella. ¡Alguien que vea a sus hijos más de una vez por semana!
Sergio se dejó caer en la silla, con sus noventa kilos de puro agotamiento:
Mira, teníamos un trato: tú en casa con los niños, yo trabajando para mantenernos. ¿Qué ha cambiado?
Lucía abrió la boca para soltarle todo, pero la puerta de entrada se abrió de golpe. Se oyeron las voces de los niños, las mochilas cayendo al suelo.
Luego hablamos masculló, saliendo de la cocina con una sonrisa forzada que le dolía en los carrillos.
Sergio abrió el portátil. Tenía que terminar la presentación, pero solo sentía niebla en la cabeza.
Esa noche, con los niños dormidos, Lucía estaba en la cocina, desplazando sin rumbo el móvil. Ya no lloraba. Solo sentía un vacío. Veintidós años de matrimonio, y cada año parecían más una hoja de cálculo: ingresos, gastos, activos, pasivos. ¿Cuándo se había complicado todo tanto?
Sergio entró y se sentó frente a ella.
¿Quieres café? preguntó Lucía sin mirarlo.
Sí asintió él. Lucía, tenemos que hablar.
¿De qué? Encendió la tetera. Todo está claro. Te vas pasado mañana. Lucas y yo iremos solos al hospital.
Escucha se acercó y le puso las manos en los hombros. Sé que es duro para ti. Pero esto es importante.
¿Más que nosotros? Lo miró, y en sus ojos no había rabia, solo cansancio.
Todo lo hago por vosotros susurró él.
No, Sergio. Lo haces por ti. Por tu ego, por tu carrera. Hace años que estamos en segundo plano.
No es verdad.
Sí lo es. ¿Sabes qué dijo Lucas cuando le hablaron de la operación? “Menos mal que es cuando papá está de viaje, así no se estresa por perder trabajo”. Tiene once años, Sergio, y ya se adapta a tu agenda.
Él calló, sin palabras.
Paula preguntó si irás a su graduación el año que viene. No porque quiera verte, sino por miedo a que digas que estás ocupado.
Intentaré estar balbuceó.
“Intentaré” repitió Lucía. Siempre “intentaré”. ¿Sabes cuándo supe que habías elegido el trabajo sobre mí? Cuando tuve el aborto. Hace diez años. Llegaste dos días después, cuando ya me habían dado el alta.
Estaba en negociaciones en China empezó a explicar.
Exacto. Tú tenías negociaciones. Y yo perdía un hijo, sola.
Sergio se llevó la mano al puente de la nariz:
Tal vez deberías hablar con alguien. Un psicólogo.
Ah, claro sonrió amarga. El problema soy yo, ¿no? No que mi marido es un fantasma que solo aparece para pagar facturas.
No me refería a eso. Exageras.
¿Exagero? gritó, bajando la voz al recordar a los niños. ¿Cuándo fuiste a la última reunión del colegio? ¿Sabes quién es el tutor de Lucas? ¿O qué tema eligió Paula para su TFG?
Silencio.
Eso pensaba puso el café frente a él. Te has perdido nuestras vidas, Sergio. Y sigues perdiéndotelas.
Él bebió y arrugó la cara. Demasiado fuerte, como siempre cuando ella estaba enfadada.
Podría pedir vacaciones en verano propuso. Irnos todos juntos.
Paula se va con amigos a Málaga recordó Lucía. Y Lucas tiene campus de fútbol.
¡Podrías habérmelo dicho antes de planearlo! saltó él, irritado.
Te lo dije. Dos veces. Dijiste: “Vale, luego vemos”. Pues ya vimos.
Perdona. No lo recuerdo.
¿Sabes lo peor? murmuró ella, mirando más allá de él. Que empiezo a sentir que es más fácil sin ti. Cuando estás aquí, espero que por fin estés presente y siempre me decepcionas.
¿Qué quieres que haga? preguntó él. ¿Que renuncie al ascenso? ¿Que deje el trabajo?
Quiero que nuestros hijos tengan un padre, no un cajero automático. Quiero un marido, no un compañero de piso que a veces duerme aquí.
No puedo empezar de cero a los cincuenta años dijo firme.
Nadie te pide eso. Solo equilibrio.
¡Lo intento! elevó la voz, bajándola al instante. Pero en mi puesto
“En mi puesto, con mi sueldo, con mis responsabilidades” lo interrumpió. Me sé el disco. Mientras tanto, los niños crecen sin que los veas. Y yo también.
No eres justa. Siempre he procurado pasar los fines con vosotros.
Cuando no había trabajo urgente aclaró ella. O sea, una vez al mes.
Callaron. Solo se oían coches fuera y el tictac del reloj.
No







