El día en que descubrí que había vivido con un monstruo
Durante once años, creí tener una familia. Una esposa, dos hijos, una casa, una vida que, desde fuera, parecía completamente normal. Cenábamos juntos, cumplíamos con las tareas cotidianas, asistíamos a los eventos de los niños. Una rutina perfecta.
Pero, en lo más profundo de mi alma, sabía que algo no encajaba.
En algún momento, mi esposa y yo dejamos de ser pareja. No éramos compañeros, ni enamorados. Ni siquiera enemigos. Éramos dos extraños compartiendo el mismo techo, unidos solo por obligaciones. No discutíamos, pero tampoco hablábamos. Nuestras conversaciones eran mecánicasfacturas, compras, citas de los niños.
Y me acostumbré. Porque era cómodo.
Hasta que la conocí a ella.
Una mujer distinta. Cálida, vibrante, llena de vida. Una mujer que me miraba como si fuera el único hombre en el mundo. Intenté engañarme, decirme que solo era un capricho pasajero.
Pero el fuego dentro de mí no se apagó.
Pronto, ella se convirtió en mi refugio, mi escape de una vida que me ahogaba. Nos escondíamos, robábamos momentos juntos. Y por primera vez en años, me sentí vivo.
Pero los secretos no permanecen ocultos para siempre. Una noche, después de hacer el amor, me miró fijamente y me dijo:
No quiero seguir escondida. O estamos juntos de verdad, o esto se acaba aquí.
Sus palabras resonaron en mi mente durante días. Sabía que no podía seguir retrasando lo inevitable.
**La conversación que destrozó mi vida**
Esa noche, después de acostar a los niños, entré en la cocina y me senté a la mesa. Mi esposa estaba allí, con el móvil en la mano, ajena a mi presencia.
Me aclaré la garganta y dije:
Tenemos que hablar.
Ella suspiró y alzó la mirada, aburrida.
No puedo seguir asídije. Ya no te quiero. Hace mucho que no te quiero. Quiero una vida nueva. Pero siempre estaré ahí para los niños.
Esperé gritos, lágrimas, reproches.
Pero lo que hizo fue mucho peor.
No dijo nada. Se levantó lentamente, fue al armario del recibidor y sacó dos maletas grandes.
Luego las dejó caer frente a mí.
Cógelasdijo con una voz helada.
Parpadeé, confundido.
No necesito tanto. Con una mochila me basta.
Entonces sonrió. Pero no era una sonrisa triste, ni furiosa. Era extraña, calculadora, llena de una satisfacción que no entendía.
Dijiste que te harías cargo de los niños, ¿no?susurró. Entonces les haré las maletas también. A partir de ahora, sois una familia.
El aire se me cortó en el pecho.
¿Qué qué dices?
Se apoyó en el marco de la puerta, cruzó los brazos y me estudió como si esperara verme derrumbarme.
Estoy harta de esta vida. He sido una buena esposa. He sacrificado suficiente. Ahora me toca a mí. Encontraré a alguien más. Y sin niños, será mucho más fácil.
Me quedé helado.
Estás bromeandodije lentamente.
Ella soltó una risa corta.
¿Creías que no lo sabía? ¿Que no me daba cuenta de que llegabas más tarde, de que ya no me mirabas? Siempre lo supe. Solo esperé el momento adecuado.
Sacó el móvil, escribió un mensaje rápido y sonrió de nuevo. Pero no a mí.
En ese momento, lo entendí.
Yo creí que era el que tomaba las decisiones. Pero ella ya había decidido por los dos. Yo jugaba al ajedrez, pero ella ya había movido la reina y me dejó sin opciones.
**Atrapado en una pesadilla de la que no puedo despertar**
Y ahora estoy aquí.
Una mujer me pide que elija. Otra ya ha elegido por mí.
¿Tomo a mis hijos y llamo a la puerta de mi amante, esperando que no me rechace? ¿O me quedo en esta casa que ya no es mía, con la mujer que acaba de mostrarme su lado más oscuro?
No sé cuál es la respuesta correcta.
Tal vez no la haya.
Pero una cosa sé con certeza.
Durante once años, creí conocer a mi esposa.
Esta noche, entendí que había vivido con un monstruo.







