**El aniversario olvidado**
Eva ajustaba el mantel de lino blanco sobre la mesa de la cocina, sus dedos temblaban de cansancio y emoción. Hoy cumplían veinticinco años de casados, las bodas de plata, y desde primera hora había preparado una cena especial. En la cocina, el pato con manzanas y miel se cocinaba lentamente, mientras en el horno las patatas con romero desprendían su aroma. En la tabla de cortar, los granos de granada brillaban como rubíes para la ensaladaa Javier le encantaba su sabor agridulce. El aire olía a especias, vainilla del pastel de pera y la leve humareda de las tres velas en los candelabros de latón. Sobre la mesa, una botella de vino tinto, el mismo *Rioja* que tomaron en su bodaEva lo había encargado especialmente en la bodega. Se puso un vestido azul marino con cuello de encaje, soltó su pelo, usualmente recogido en un moño, y hasta se pintó los labios de carmín, algo que no hacía desde hacía años.
Miró el reloj de péndulo sobre la neveralas 20:15. Javier había prometido llegar a las siete. Marcó su número, pero el contestador fríamente anunció que el usuario no estaba disponible. Su corazón se encogió, pero apartó los malos pensamientos mientras removía la salsa de crema. *”Se habrá entretenido en la fábrica”*, pensó, arreglando el ramo de rosas en el jarrón.
La puerta se abrió de golpe y entró Lucía, su hija de veintitrés años, que había venido de visita desde Madrid, donde trabajaba como diseñadora gráfica. Sus rizos castaños estaban revueltos por el viento y llevaba una bolsa de tela y un ramo de margaritas amarillas.
¡Mamá, ya estoy aquí!gritó, quitándose las zapatillas y casi tirando la bolsa. ¡Vaya, qué mesa! ¿Es el aniversario?
Eva sonrió, aceptando las flores y respirando su aroma fresco.
Sí, veinticinco años. Tu padre dijo que llegaría a las siete, pero parece que se ha enredado.
Lucía resopló, colgando su chaqueta de cuero.
Bueno, es papá. Siempre en su fábrica. ¿En qué te ayudo?
Pon el vino y las copasdijo Eva, pero su voz tembló. Volvió a mirar el relojlas 20:30. El pato se enfriaba, la salsa espesaba y las velas se consumían, derramando cera sobre el mantel.
Para las nueve, Eva estaba sentada a la mesa, jugueteando con un servillete bordado con sus inicialesun regalo de boda de su difunta tía. Lucía, frente a ella, hojeaba el móvil, intentando romper el silencio incómodo.
Mamá, ¿por qué no llamas otra vez?sugirió, tomando un sorbo de té de su taza con dibujos de gatos.
Eva negó con la cabeza, apretando los labios.
No sirve de nada, Lucía. Se ha olvidado. Otra vez.
Lucía frunció el ceño, dejando el teléfono.
No exageres. A lo mejor tiene trabajo. Sabes que es jefe de taller, siempre está liado. Ayer llamó, dijo que se había roto una máquina.
Eva apretó el servillete hasta que sus nudillos palidecieron.
¿Trabajo? ¡Lucía, es nuestro aniversario! ¡He pasado el día cocinando, me he puesto el vestido, y ni siquiera ha llamado!
La puerta chirrió y Javier entró en la cocina. Su chaqueta gris estaba arrugada, el pelo despeinado y ojeras marcadas bajo los ojos. Llevaba su malgastado maletín, pero no flores ni sonrisas.
Holamasculló, dejando el maletín junto a la pared. ¿Qué pasa? ¿Hay fiesta?
Eva se quedó helada, sus ojos se abrieron como si la hubieran golpeado.
¿Fiesta? ¡Javier, hoy es nuestro aniversario! ¡Veinticinco años!
Javier se paralizó, su rostro palideció y el maletín casi se le cayó de las manos.
Mierda, Eva lo lo olvidé. En la fábrica ha sido un caos, estuve todo el día corriendo. La máquina, luego los informes
Eva se levantó, su voz tembló como una cuerda tensa.
¿Olvidaste? ¡He pasado el día cocinando, esperándote, encendí velas! ¡Y a ti te da igual!
Javier se quitó la chaqueta, tirándola sobre una silla.
¿Que me da igual? Eva, ¡me dejo la piel para que no nos falte nada! ¡Y tú montas un drama por una cena!
Lucía tosió, intentando mediar.
Vamos, no peleen. Papá, siéntate, come. Mamá, no fue a propósito.
Pero Eva se giró hacia su hija, sus ojos brillaron.
¿A propósito? ¡Lucía, siempre es igual! Yo lo doy todo por la familia, y él actúa como si no importara.
Javier golpeó la mesa con la palma de la mano, haciendo sonar las copas.
¿Todo? ¿Y yo no hago nada? ¡Me levanto a las seis de la mañana, Eva! ¡Y tú nunca estás contenta, siempre exigiendo más!
La cena que debía ser una celebración se convirtió en un campo de batalla, donde cada plato era una mina a punto de estallar.
La mañana siguiente comenzó con un silencio espeso como la niebla fuera. Eva preparaba café sin mirar a Javier, quien hojeaba el periódico local, pero sus dedos jugueteaban nerviosos con el borde del papel. Lucía, sintiendo la tensión, intentó aligerar el ambiente untando mantequilla en una tostada.
Mamá, el pato de anoche estaba increíbledijo, mordiendo un trozo. ¿Lo terminamos hoy? Puedo hacer una ensalada.
Eva murmuró, sin apartarse de los fogones.
Si quieres. No tengo hambre.
Javier dejó el periódico, su voz sonaba cansada.
Eva, deja el enfado. Fue mi culpa, lo olvidé. Pero tú tampoco ayudassaltando a la yugular.
Eva se volvió, su cuchara tintineó contra la taza.
¿Saltar a la yugular? ¡Javier, me esforcé todo el día! ¡Me puse el vestido, compré el vino! ¡Y tú llegaste como si fuera una noche cualquiera! ¿Te importa algo esta familia?
Javier se levantó, alzando la voz.
¿Importarme? ¡Llevo veinte años matándome en la fábrica por vosotras! ¡Y tú siempre criticandoque si no hice esto, que si no dije aquello! ¡No soy de hierro, Eva!
Lucía levantó las manos, sus rizos saltando.
¡Basta! Parecéis niños. Mamá, papá está agotado, se nota. Papá, mamá se ha molestado, se esforzó. Hablad, ¡por favor!
Pero Eva negó, sus ojos brillaban de lágrimas.
¿Hablar? Tú siempre de su parte, Lucía. ¿Y yo? ¡Lo doy todo por vosotrascocino, limpio, me sacrifico! ¡Y no recibo nada!
Lucía frunció el ceño, su voz se volvió cortante.
Mamá, no dramatices. A veces exageras. Papá no es perfecto, no puede recordarlo todo. ¡Y no estoy de su parte, solo veo que está destrozado!
Eva se quedó quieta, sus mejillas enrojecieron.
¿Que exagero? ¿En serio, Lucía? ¡Por ti lo he dado todo







