El aniversario que quedó en el olvido

Life Lessons

Esperanza ajustaba el mantel blanco de lino sobre la mesa de la cocina, sus dedos temblaban de cansancio y emoción. Hoy era su vigésimo quinto aniversario de boda con Antonio, las bodas de plata, y desde primera hora había estado preparando una cena especial. En la cocina olía a especias, a vainilla del pastel de peras y al humo leve de las tres velas en los candelabros de latón. Sobre la mesa, una botella de vino tinto, el mismo “Rioja” que habían bebido en su boda, que Esperanza había encargado especialmente en la vinoteca. Se había puesto un vestido azul oscuro con cuello de encaje, soltado el pelo que normalmente llevaba recogido, y hasta se había pintado los labios con carmín, algo que no hacía desde hacía años.

Miró el reloj de péndulo colgado sobre la nevera20:15. Antonio había prometido llegar a las siete. Esperanza marcó su número, pero el contestador le respondió con frialdad: “El abonado no está disponible”. Su corazón se encogió, pero apartó los malos pensamientos mientras removía la salsa de crema. “Se habrá entretenido en la fábrica”, se dijo, arreglando el ramo de rosas en el jarrón.

La puerta se abrió de golpe y entró Lucía, su hija de veintitrés años, que había venido de visita desde Granada, donde trabajaba como diseñadora. Sus rizos pelirrojos estaban revueltos por el viento y llevaba una bolsa de tela y un ramo de claveles amarillos.

¡Mamá, ya estoy aquí!gritó Lucía, dejando caer las zapatillas y casi tirando la bolsa. ¡Vaya mesa! ¿Es el aniversario?

Esperanza sonrió, cogiendo las flores y aspirando su aroma.

Sí, veinticinco años. Tu padre dijo que vendría a las siete, pero parece que se ha liado.

Lucía resopló, colgando su chaqueta de cuero en el perchero.

Bueno, es papá. Siempre en la fábrica. ¿Necesitas ayuda con algo?

Pon el vino y las copasdijo Esperanza, pero su voz tembló. Volvió a mirar el reloj20:30. El pato se enfriaba, la salsa espesaba y las velas se consumían, dejando caer cera sobre el mantel.

Para las nueve, Esperanza estaba sentada a la mesa, jugueteando con un servillete bordado con sus inicialesun regalo de boda de su difunta tía. Lucía, frente a ella, hojeaba el móvil, intentando romper el silencio opresivo.

Mamá, ¿por qué no llamas otra vez?sugirió, bebiendo té de una taza con un gato estampado.

Esperanza negó con la cabeza, apretando los labios.

No sirve de nada, Lucía. Se ha olvidado. Otra vez.

Lucía frunció el ceño, dejando el móvil.

No dramatices. Igual está ocupado. Ya sabes cómo es, jefe de taller, siempre con líos. Ayer llamó diciendo que se había roto una máquina.

Esperanza apretó el servillete hasta que sus nudillos palidecieron.

¿Ocupado? ¡Lucía, es nuestro aniversario! ¡He pasado todo el día cocinando, me he puesto el vestido, y ni siquiera ha llamado!

La puerta chirrió y Antonio entró en la cocina. Su chaqueta gris estaba arrugada, el pelo despeinado y ojeras bajo los ojos. En la mano llevaba un maletín gastado, pero no había flores ni sonrisa.

Holamasculló, dejando el maletín junto a la pared. ¿Qué pasa? ¿Es algún festejo?

Esperanza se quedó helada, sus ojos se abrieron como si la hubieran abofeteado.

¿Festejo? ¡Antonio, hoy es nuestro aniversario! ¡Veinticinco años!

Antonio se paralizó, su rostro palideció y el maletín casi se le cayó de las manos.

Mierda, Esperanza lo lo olvidé. En la fábrica ha sido un caos, todo el día de un lado para otro

Esperanza se levantó, su voz tembló como una cuerda tensa.

¿Lo olvidaste? ¡He pasado todo el día cocinando, esperándote, con velas encendidas! ¡Y a ti te da igual!

Antonio se quitó la chaqueta y la tiró sobre una silla.

¿Que me da igual? ¡Esperanza, me parto el lomo para que no nos falte nada! ¡Y tú montas un drama por una cena!

Lucía tosió, intentando mediar.

Venga, basta de peleas. Papá, siéntate, come. Mamá, no lo hizo a propósito.

Pero Esperanza se volvió hacia su hija, los ojos brillantes.

¿A propósito? ¡Lucía, siempre es igual! ¡Yo lo doy todo por la familia y él actúa como si no importara!

Antonio golpeó la mesa con la palma de la mano, haciendo temblar las copas.

¿Todo? ¿Y yo no hago nada? ¡Estoy en la fábrica desde las seis de la mañana, Esperanza! ¡Y tú nunca estás contenta, siempre exigiendo más!

La cena que debía ser una celebración se convirtió en un campo de batalla, donde cada plato era una mina a punto de estallar.

La mañana siguiente comenzó con un silencio denso como la niebla de noviembre tras la ventana. Esperanza hacía café sin mirar a Antonio, quien hojeaba el periódico con los dedos inquietos. Lucía, sintiendo la tensión, intentó aligerar el ambiente untando mantequilla en una tostada.

Mamá, el pato estaba increíbledijo, dando un mordisco. ¿Lo terminamos hoy? Puedo hacer una ensalada.

Esperanza refunfuñó, sin apartarse de los fogones.

Come si quieres. No tengo hambre.

Antonio dejó el periódico, su voz sonaba cansada.

Esperanza, deja de enfadarte. Fue culpa mía, lo olvidé. Pero tú tampoco ayudas, atacando enseguida.

Esperanza se giró, la cuchara tintineó contra la taza.

¿Atacar? ¡Antonio, me esforcé todo el día! ¡Me puse el vestido, compré el vino! ¡Y tú llegaste como si fuera una noche cualquiera! ¿Te importa esta familia?

Antonio se levantó, alzando la voz.

¿Que si me importa? ¡Llevo veinte años trabajando como un burro por vosotras! ¡Y tú siempre criticandoque si no hice esto, que si no dije aquello! ¡No soy de hierro, Esperanza!

Lucía levantó las manos, sus rizos saltando.

¡Basta! Parecéis niños. Mamá, papá está agotado, lo veo. Papá, mamá se ha molestado, se esforzó. ¿Por qué no habláis en serio?

Pero Esperanza negó con la cabeza, los ojos vidriosos.

¿Hablar? Lucía, tú siempre de su parte. ¿Y yo? ¡Lo doy todo por vosotrascocino, limpio, me sacrifico! ¡Y a cambio, nada!

Lucía frunció el ceño, su voz se volvió cortante.

Mamá, no exageres. A veces pasas de la raya. Papá no es perfecto, no puede recordarlo todo. ¡Y no es que esté de su parte, solo veo que está agotado!

Esperanza se quedó quieta, las mejillas encendidas.

¿Que exagero? ¿En serio, Lucía? ¡Por ti lo he dado todonoches sin dormir cuando estabas enferma, llevándote a actividades! ¿Y ahora te pones de su lado?

Antonio suspiró, frotándose las sienes.

Esperanza, no quiero pelear. Pero

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