Vivir a Plenitud a los 70 sin Ser Madre
Una mujer de setenta años que optó por no tener hijos comparte su visión de la existencia.
No busco compasión; al contrario, me siento profundamente feliz con la vida que he forjado, aunque a mis setenta años no tenga descendencia.
Una tarde, en la sala de espera de un dermatólogo en Madrid, conocí a una mujer cuya historia alteró mi percepción del mundo. Su elegancia era notable, vestida como si el tiempo no hubiera pasado por ella. Aparentaba sesenta y cinco, pero al hablar, confesó con orgullo que ya rozaba los setenta y cinco.
Me contó que se había casado dos veces, aunque ahora vivía sola. Su primer matrimonio terminó en divorcio. Desde el principio, le dejó claro a su marido que no quería ser madre. Él lo aceptó al inicio, pero cuando ella cumplió treinta, él volvió a insistir, esperando que cambiara de opinión.
Esa ilusión nunca llegó. Tras discusiones repetidas, decidieron separarse.
Años después, se unió a un hombre que ya tenía una hija de una relación anterior. La convivencia fue tranquila, pues el tema de los hijos nunca surgió. Él no exigió nada, contento con la familia que ya tenía.
Lamentablemente, su segundo esposo falleció, y desde entonces habita una casa espaciosa en Sevilla, asegurando que la soledad no la agobia.
Muchos creen que los hijos serán su sostén en la vejez, compañía constante. Pero ella discrepa: los hijos crecen, trazan sus propios caminos, viven lejos de los padres.
No quiso ser madre por eso.
No se arrepiente, ni ahora ni nunca.
Su vida es plena, sus necesidades, cubiertas.
«Y si necesito un vaso de agua, cualquier vecino me lo alcanza ¡basta con ofrecerle unas monedas!», dijo entre risas.
¿Qué piensas de esta forma de entender la felicidad?
Su relato revela una existencia basada en la libertad y la autosatisfacción, desafiando las ideas tradicionales sobre la maternidad y la vejez. Demuestra que la plenitud no depende de los lazos sanguíneos, sino del significado que uno mismo le otorga a su camino.







