**Diario de un Hombre**
“¡Déjala aquí, que se muera sola!” dijeron, abandonando a la anciana en la nieve. No sabían que el karma pronto volvería.
Valentina Pérez caminaba hacia su portal. Las vecinas charlaban en el banco junto a un coche recién aparcado.
¿De quién es ese coche? preguntó Valentina.
¡No tenemos idea! contestó una. Seguro que es de María. A los adultos mayores no nos visitan con coches tan caros.
Aquí solo vienen las ambulancias añadió otra.
Las vecinas siguieron hablando de los políticos y los cotilleos del barrio. De pronto, apareció la misma María, dueña del coche. Pasó de largo, ignorando a las mujeres y el vehículo aparcado en el césped. Valentina entró rápidamente en casa.
¿Valentina Pérez? dijo un hombre al verla en el rellano. ¿Me recuerda? Hablamos hace unos días. Soy su sobrino.
¡Ah, Carlos! exclamó al reconocerlo. ¿Por qué no avisaste que venías? ¿Ese coche es tuyo?
Sí.
¡Pues ve a moverlo antes de que alguien lo raye! ¿Cómo se te ocurre aparcar en mis geranios?
El sobrino salió corriendo. Valentina fue a preparar té. Necesitaba vender el piso; no quería dejar que los vecinos arruinaran su jardín.
Hacía años que su tío visitaba con su hijo. Luego, perdieron el contacto. Y ahora, el joven aparecía. Pero algo en él despertaba sospechas. Fumaba demasiado; aunque joven, ya tenía los dientes amarillos. Al menos vino. Prefería venderle el piso a él antes que contratar a un agente inmobiliario. Pero él rechazó el dinero.
Valentina, ya viuda y sin hijos, anhelaba mudarse al campo. Mejor aire puro que subir cuatro pisos cada día. En el pueblo había una casita. Mientras tuviera fuerzas, quería cultivar su huerto. En otoño apareció un comprador.
Mañana empieza el invierno. Mejor vendemos en primavera decidió Valentina, posponiendo la venta.
¡Pero en primavera subirán los precios! objetó Carlos. Con frío se revisa mejor la calefacción. Además, ya hay comprador. ¿Y si luego se echa atrás?
Pero aún no has encontrado una casa para mí. ¿Dónde viviré? Primero busquemos, luego vendemos suspiró.
Carlos cedió.
Pronto encontró opciones. Tras visitar una casita, Valentina se desanimó. Todo necesitaba reformas. Pero con el dinero de la venta, podría arreglarlo.
Carlos, conocedor de construcción, le explicó costes y materiales. Prometió ayudarla.
A la anciana le angustiaba:
El invierno está cerca. No quiero lidiar con reformas. Quiero entrar y vivir como cualquiera.
¡Pero yo le ayudaré! insistió él.
Le inquietaba que Carlos presionara para vender rápido. Aun así, creyó que no sacaría provecho. Agradeció su ayuda. Eligió una casa y fijó la fecha.
El comprador y el notario llegaron puntuales. Carlos sirvió té. Valentina dudó: era su hogar de toda la vida. Pero no había vuelta atrás. Las maletas estaban hechas.
Listo. ¡A la casa nueva! anunció Carlos tras firmar.
¿Ahora? Aún no he vaciado el armario protestó ella, pero él insistió: el comprador no tenía dónde dormir.
Bueno, pues hoy. Pero déjame recoger los platos aceptó.
En la furgoneta, Valentina bostezó y se durmió. Entre sueños, oía voces.
Señora, ¿me oye? sonó la voz de Carlos. No tuvo fuerzas para responder.
Déjala aquí oyó después. Todo parecía borroso. La abandonaron en la nieve.
Que se muera añadió él.
Cayó en la cuenta: la había engañado. Algo le echó al té para dormirla y firmar. Cerró los ojos, resignada.
Pero una joven, Irene, que pasaba por allí, vio el coche parado. Al notar que sacaban algo, sospechó. Anotó la matrícula y, al irse ellos, encontró a Valentina. Con pulso débil pero viva. Llamó a su marido.
¿Dónde estoy? preguntó la anciana al despertar en su coche.
La encontramos en la nieve dijo Irene. ¿Recuerda cómo llegó allí?
Sí. Vendí el piso con mi sobrino. Luego bebimos té… ¡Me drogó! Me abandonó.
Permítame ayudarla ofreció Irene, aplicándole crema.
Con ustedes me siento segura sonrió Valentina. Casi me voy al otro barrio.
Denunciaron a Carlos. Lo arrestaron por estafa. A Valentina le devolvieron el piso. En primavera, como planeaba, lo vendió y compró su casita. Sin reformas, se dedicó al huerto. En verano, invitó a Irene y su marido. Nunca olvidaría su bondad.
**Lección:** La codicia ciega, pero la bondad siempre florece.







