Cuando Lía tenía dieciséis años, una anciana gitana en el mercado la tomó de la mano, miró las líneas de su destino y dijo:

Life Lessons

Cuando Dolores tenía dieciséis años, una anciana gitana del Rastro de Madrid le tomó la mano, miró su palma y le dijo con voz grave:
Nunca te casarás.
Dolores se rió al instante. Sin embargo, pasaron los años y, cuando Antonio Ruiz se presentó ante ella con un anillo, recordó aquellas palabras y, sonriendo, respondió:
Pues al menos seré la novia, bromeó, aceptando.
Se casaron.

Los hijos tardaron en llegar.
Los médicos, con tono severo, diagnosticaron infertilidad. Sin opciones, sin esperanzas.
Pues al menos seré su esposa, suspiró Dolores, intentando contener las lágrimas.

Entonces ocurrió un milagro: quedó embarazada.
Es peligroso, podría no sobrevivir, advirtieron los médicos.
Dolores, con una sonrisa, contestó:
Pues al menos seré madre.

Dio a luz a un niño sano y fuerte.

Los años transcurrieron. Dolores y Antonio afrontaron todo: alegrías y pérdidas, risas y llantos, subidas y caídas. Cuarenta años pasaron como un solo día.

Pero llegó un nuevo diagnóstico.
Solo les quedan seis meses de vida, dijeron los médicos.
Dolores los miró directamente a los ojos y replicó:
Entonces saltaré en paracaídas. Siempre lo he soñado.

Y saltó. Una vez. Dos. Tres.

Meses después, al repetir los análisis, la enfermedad había desaparecido.

Porque mientras una persona vive de verdad, el destino solo se encoge sobre los hombros y vuelve a escribir su historia.

Así, la vida enseña que, más allá de los pronósticos y las profecías, la voluntad de seguir adelante puede reescribir el propio destino.

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