**Diario Personal**
Hoy, mientras subía a mi piso, una niña pequeña me detuvo en el descansillo.
Señora, ¿usted a quién busca? le pregunté, intrigada por su presencia.
Busco a mi mamá, ¿no la ha visto? Sus ojos grises me miraron con una intensidad que me dejó sin palabras.
Me quedé pensativa. Hacía poco que vivía en ese edificio y, hasta donde sabía, el apartamento frente al mío estaba vacío desde que llegué.
Pero ahí no vive nadie respondí.
Ella rompió a llorar y se sentó en las escaleras.
Tía, ¡necesitamos mucho a mamá! Solo ella puede arreglarlo todo. Papá está muy triste sin ella.
No sabía qué hacer. Nunca había tenido hijos, así que no entendía bien cómo ayudarla. ¿Un abrazo? ¿Invitarle a tomar algo? Pero, claro, no iba a seguir a una desconocida. En ese momento, sonó mi teléfono. Le pedí que no se moviera y salí corriendo. Cuando volví, ya no había rastro de ella.
Esa noche no pude sacármela de la cabeza. Decidí llamar a mi casera, Esperanza Martínez, para preguntarle por mis vecinos.
Ese piso lleva años vacío me dijo. ¿Por qué lo preguntas?
Hoy vino una niña buscando a su madre
Hubo un silencio al otro lado de la línea, como si recordara algo.
Debe ser la hija de Lucía pero ella ya no está con nosotros. Su marido se quedó solo, con la niña y un bebé. No pudo seguir viviendo ahí y se mudó. Desde entonces, el piso está deshabitado.
Irene, si vuelve, llévale a su casa. Viven cerca y me dio una dirección.
Con el tiempo, el asunto se me olvidó entre el trabajo y las prisas. Hasta que una noche, en vísperas de Navidad, escuché un suave golpe en la puerta. Al abrir, allí estaba ella, la misma niña de ojos grises, llorando.
¿Qué te pasa, cariño? ¿Dónde está tu papá?
En casa. Pero yo busco a mamá susurró.
Recordé la dirección que me había dado Esperanza. Le pedí que esperara dentro mientras buscaba el papel. La niña entró, se sentó en el puff del pasillo y, cuando por fin encontré la dirección, ya dormía acurrucada. La llevé con cuidado al sofá y llamé a Esperanza.
¿Recuerda lo de la niña que venía al piso vacío? Ahora está en mi casa. Se ha quedado dormida. No quiero que su padre se preocupe
Vivo cerca de ellos. Iré yo respondió Esperanza.
Mientras esperaba, no pude evitar mirar a la pequeña. Le aparté un mechón rebelde de la cara. Cuánto había deseado ser madre Pero la vida tuvo otros planes.
Hace años, con mi exmarido, Jorge, lo intentamos. Quedé embarazada enseguida, pero perdí al bebé por el estrés del trabajo. Luego, al volver a intentarlo, otra pérdida. Y después nada. Jorge se marchó. Supe que tuvo una hija con otra mujer, pero borré todo rastro de él.
Llevaba siete años viviendo sola, de alquiler en alquiler.
Un golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos. Al abrir, no lo podía creer: era Jorge.
¿Qué haces aquí?
Vengo a buscar a mi hija. Espera ¿Calle Azúcar, 5?
Sí. ¿Es tuya? asentí, señalando al sofá. Está durmiendo.
Entramos en la cocina. Mientras el hervidor silbaba, él empezó a hablar:
Hace años, vivíamos en ese piso con Lucía. Era herencia de su abuelo. Poco después de casarnos, ella quedó embarazada. Yo era el hombre más feliz del mundo.
Hizo una pausa, tragando saliva.
El día del parto hubo complicaciones. Me pidió que cuidara de la niña si algo pasaba. No la salvaron.
Le di una palmadita en el hombro. Luchaba por contener las lágrimas, pero al final cedió.
¡Papá! la voz de la niña resonó desde el salón.
Jorge corrió hacia ella, abrazándola fuerte.
Ana, ¿por qué te fuiste sin avisar?
Solo quiero encontrar a mamá
Ya la encontraremos. Vamos a casa.
Antes de irse, Jorge me dejó su número.
Llámame si vuelve. Vivimos cerca.
¿Cómo supo la dirección de ese piso? pregunté.
Se la enseñé yo suspiró. Fui a buscar algunas cosas. Vio fotos de Lucía y desde entonces sueña con verla. Le dije que se había ido de viaje, pero que volvería.
Se marcharon, pero días después, Jorge me llamó. Empezamos a vernos los fines de semana: parque, cafés, cine. Ana se encariñó conmigo. Hasta me llamó “mamá” una vez.
Irene me dijo Jorge una tarde, vente a vivir con nosotros. Ana te echa de menos.
¿Y tú?
Yo también bajó la mirada, cogiendo mis manos. Lo siento por todo.
Ahora somos una familia. Criamos a nuestra pequeña felicidad: Ani. Cada día agradezco este regalo: ser esposa y madre.
Aunque Ani no sea sangre de mi sangre, eso no impide que le dé todo el amor que guardé durante años.







