Celebración de Cumpleaños Inolvidable: Una Cena Romántica para Parejas en España

Life Lessons

**Diario de una Noche que Cambió Todo**

Regresaba del restaurante con mi marido, Pablo, después de celebrar su cumpleaños. Fue una velada espléndida, llena de familiares y compañeros de trabajo. Muchos de ellos eran desconocidos para mí, pero si Pablo los había invitado, sería por algo. Nunca he sido de discutir sus decisiones; prefiero evitar conflictos. Es más sencillo asentir que demostrar que tengo razón.

Lucía, ¿tienes las llaves a mano? ¿Puedes sacarlas? preguntó Pablo mientras nos acercábamos al portal.
Abrí mi bolso y, al hurgar dentro, un dolor agudo me hizo retirar la mano bruscamente, dejando caer todo al suelo.
¿Por qué gritas?
Algo me ha pinchado dije, confundida.
Con la cantidad de cosas que guardas ahí, no me extraña respondió él, indiferente.

No insistí. Recogí el bolso con cuidado, saqué las llaves y entramos. El incidente quedó olvidado entre el cansancio. Solo ansiaba una ducha y la cama. Sin embargo, al despertar, un dolor punzante en el dedo me recordó lo ocurrido. Lo tenía enrojecido e hinchado. Revuelta, encontré en el fondo del bolso una aguja grande y oxidada.

¿Qué demonios hace esto aquí?
No lograba entender cómo había llegado allí. La tiré a la basura y desinfecté la herida. Pero al mediodía, la fiebre me consumía. Llamé a Pablo desde el trabajo:

No sé qué me pasa. Tengo fiebre, dolor de cabeza Encontré una aguja oxidada en mi bolso. Me pinchó anoche.
Deberías ir al médico. Podría ser tétanos o algo peor insistió él.
Exageras. Ya limpié la herida repliqué, aunque empeoré tanto que apenas aguanté hasta el final de la jornada.

Al llegar a casa, colapsé en el sofá. Soñé con mi abuela Carmen, fallecida cuando yo era niña. Aunque su figura podría asustar a otros, en el sueño me guió por un campo, señalando hierbas para una infusión que purgaría el mal que alguien me había enviado.

Desperté sudando. Solo habían pasado minutos, pero Pablo ya estaba en casa. Al verme, palideció:
¡Mírate al espejo!
Mi reflejo era el de una desconocida: pelo revuelto, ojeras, piel cetrina.
¿Qué me está pasando?
Recordé el sueño y se lo conté. Él, incrédulo, insistió en llevarme al hospital. Discutimos como nunca. Hasta forcejeó, pero me resistí, cayendo al suelo. Furioso, agarró su abrigo y se marchó.

Regresó cerca de la medianoche, arrepentido.
Llévame al pueblo de mi abuela supliqué.
A la mañana siguiente, parecía un espectro. Pablo rogó que fuésemos al médico, pero partimos hacia el pueblo. Dormí todo el trayecto hasta que, al llegar, reconocí el campo del sueño. Encontré las hierbas y preparamos la infusión en casa. Con cada sorbo, mejoraba hasta que, al orinar, el líquido era negro. Recordé las palabras de mi abuela: *”El mal está saliendo.”*

Esa noche, soñé de nuevo con ella. Sonreía, pero su mensaje era grave:
Te lanzaron una maldición mediante la aguja. La infusión te da tiempo, pero no mucho. Compra otra aguja, recita este conjuro y ponla en el bolso de Pablo. Quien te hizo esto se pinchará y sabremos su nombre.

Así lo hice, fingiendo normalidad. Esa tarde, Pablo mencionó:
Hoy, Sandra, del departamento de contabilidad, se pinchó con una aguja en mi bolso. ¡Ni idea de cómo llegó ahí! Me miró como si quisiera matarme.
¿Tienes algo con ella? pregunté, fría.
¡Por Dios, Lucía! Solo es una compañera.

El rompecabezas encajó. Sandra, presente en la cena, había puesto la aguja en mi bolso. Seguí las instrucciones de mi abuela para devolverle el mal. Días después, Pablo comentó que Sandra estaba de baja, gravemente enferma.

Fuimos al pueblo para visitar la tumba de mi abuela. Limpié la lápida, dejé flores y murmuré:
Perdón por no venir antes. Sin ti, no estaría aquí.

Una brisa acarició mis hombros. Me giré nadie estaba allí. Pero supe que me escuchaba.

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