**Diario de un hombre que cambió el amor por la riqueza**
Intercambié el amor por la fortuna. Y el destino me la devolvióembarazada, sirviendo comida en un lujoso restaurante. Lo que ocurrió esa noche no solo terminó con mi compromiso, sino que reescribió toda mi vida.
Guillermo, millonario, estaba sentado en aquel restaurante de Madrid junto a su prometida, Valeria, cuando recibió la carta de manos de una joven camarera. Al alzar la vista, su corazón dio un vuelco: era Elena.
Sus miradas se encontraron por un instante, ambos paralizados por la sorpresa. Elena fue su primer amor, cuando aún era pobre y vivía en un pequeño pueblo de Andalucía. Juntos, sobre el tejado de su humilde casa, juraron amor eterno mientras el sol se ponía tras los olivares.
En ese momento, algo enterrado en su corazón resurgió: el amor. Y Elena, parecía sentir lo mismo.
Pronto, Valeria notó la tensión y preguntó si se conocían. Guillermo asintió con rapidez, ocultando que Elena había sido el gran amor de su juventud. Ella siguió sirviendo con profesionalismo, pero él notó algo más: estaba embarazada. La duda lo consumía¿qué le había pasado en todos estos años?
La última vez que la vio fue antes de irse a la universidad. En aquel doloroso adiós, Elena le suplicó que se quedara, pero Guillermo siguió su sueño: quería crecer, enriquecerse y dejar atrás la vida sencilla. En la gran ciudad lo logró, pero siempre sintió un vacío. El dinero soluciona problemas, pero no sana todas las heridas.
Cuando conoció a Valeria, creyó haber encontrado la pareja perfecta: adinerada, hermosa, influyente. Pero en el fondo, sospechaba que no era a quien debía amar. Ahora, frente a Elena, esas dudas se convertían en certeza.
Durante la cena, Valeria se dirigió al baño, dejando a Guillermo a solas con sus pensamientos. Fue entonces cuando Elena regresó para preguntar si deseaban algo más. Él, incapaz de contenerse, le pidió que se sentara y hablara.
Elena le contó con sencillez. Había ido a Madrid buscándolo, pero solo encontró dificultades. Sin estudios, solo trabajos mal pagados. Incluso durmió en la calle hasta que el dueño del restaurante le dio refugio, solo para abandonarla después, dejándola embarazada. Las lágrimas rodaban por su rostro mientras hablaba. Guillermo la abrazó, sintiéndose impotente, aún comprometido.
Poco después, fue tras Valeria. Al abrir la puerta del baño, la encontró en un apasionado encuentro con el chef. Sorprendido, le preguntó qué significaba aquello. Ella, sin arrepentimiento, confesó que llevaban siete meses juntos.
Para su asombro, Guillermo no se enfureció. Sintió alivio. Sonrió y declaró que su compromiso había terminado. Al volver al salón, buscó a Elena, pero el jefe le informó que ya se había ido.
Desesperado, salió bajo la lluvia. Y allí estaba ella, caminando sola con un paraguas roto. Corrió hacia Elena, le pidió que esperara y le contó todo. Se besaron con urgencia, como si el tiempo retrocediera.
En ese instante, los años de separación se desvanecieron. La soledad llegó a su fin. Como si la luz del amor iluminara la oscuridad, calentando sus corazones con una alegría que creían perdida. Los latidos se aceleraron al ritmo de la lluvia. Las gotas resbalaban por sus rostros, mezclándose con el beso, los ojos cerrados y los labios apretados, como si la vida comenzara de nuevo.
Guillermo prometió cuidar de ella y del niño. Poco después, compró una casa en el campo, devolviéndole a Elena la paz que siempre mereció. Eso era lo que él quería: amor. Algo que el dinero jamás podría comprar. Algo puro, sagrado y compartido, un regalo inesperado del destino, capaz de transformarlo todo.
Cuando nació su hijo, los tresGuillermo, Elena y el pequeñosubieron al tejado de la casa, como en los viejos tiempos. Abrazados, miraron el atardecer, jurando no separarse nunca más.







