Cambié el amor por la riqueza. Y el destino me la devolvióembarazada, sirviendo comida en un lujoso restaurante. Lo que ocurrió aquella noche no solo terminó con mi compromiso, sino que reescribió toda mi vida.
Gilberto, un millonario, estaba sentado en aquel elegante restaurante junto a su prometida, Isabel, cuando una joven camarera les entregó el menú. Al alzar la vista, su corazón se detuvo: era Elena.
Sus miradas se cruzaron por un instante, ambos paralizados por la sorpresa. Elena había sido su primer amor, cuando aún era pobre y vivía en un pequeño pueblo. Juntos, sobre el tejado de su casa, habían jurado amor eterno mientras el sol se hundía en el horizonte.
En ese momento, algo que Gilberto había enterrado en lo más profundo de su pecho resurgió: el amor. Y, por la forma en que ella lo miraba, Elena sentía lo mismo.
Pronto, Isabel notó la tensión y preguntó si se conocían. Gilberto asintió con rapidez, ocultando que Elena había sido el gran amor de su juventud. Elena continuó sirviendo con profesionalidad, pero Gilberto advirtió algo más: estaba embarazada. La duda lo consumió¿qué había sido de ella todos estos años?
La última vez que la vio fue antes de irse a la universidad. En aquel doloroso adiós, Elena le suplicó que se quedara, pero él eligió perseguir su sueño: crecer, enriquecerse, dejar atrás la vida sencilla. En la gran ciudad, lo consiguió todo, pero siempre sintió un vacío. El dinero resolvía problemas, pero no sanaba las heridas.
Cuando conoció a Isabel, creyó haber encontrado a la pareja perfecta: rica, hermosa, influyente. Pero en el fondo, sospechaba que no era a quien debía amar. Ahora, frente a Elena, esa duda se convertía en certeza.
Durante la cena, Isabel se excusó para ir al baño, dejando a Gilberto solo y más vulnerable. Fue entonces cuando Elena regresó a preguntar si deseaban algo más. Sin poder contenerse, él le pidió que se sentara.
Elena habló con sencillez. Contó que había viajado a la gran ciudad en busca de Gilberto, pero solo encontró dificultades. Sin estudios, tuvo que conformarse con trabajos mal pagados. Incluso durmió en la calle hasta que el dueño del restaurante le dio refugio, solo para engañarla y abandonarla cuando quedó embarazada. Las lágrimas rodaban por su rostro al relatar su dolor. Gilberto la abrazó, sintiéndose impotente, aún comprometido.
Poco después, fue al baño tras Isabel. Al abrir la puerta, la encontró en un apasionado encuentro con el chef. Aturdido, le preguntó qué significaba aquello, y ella, sin remordimiento, confesó que llevaban siete meses juntos.
Para su sorpresa, Gilberto no se enfureció. Sintió alivio. Sonrió y anunció que su compromiso había terminado. De vuelta al salón, buscó a Elena, pero el jefe le informó que ya se había ido.
Desesperado, salió bajo la lluvia. Y allí estaba ella, caminando sola con un paraguas roto. Corrió hacia Elena, le rogó que esperara y le contó todo. Se besaron con una intensidad que borró los años de separación.
En ese instante, el amor iluminó la oscuridad, devolviéndoles el calor que sus almas habían perdido. El corazón de Gilberto latía al ritmo de la lluvia, las gotas mezclándose con el sabor salado de sus lágrimas y el dulce de sus labios. Era como si la vida comenzara de nuevo.
Gilberto prometió cuidar de ella y del bebé. Poco después, compraron una casa en el campo, devolviéndole a Elena la paz que siempre mereció. Eso era lo que él quería: amor. Un amor que ningún dinero podía comprar. Algo puro, sagrado y compartido, un regalo del destino, inesperado y valioso, capaz de transformarlo todo.
Cuando nació su hijo, los tresGilberto, Elena y el pequeñosubieron al tejado, como en los viejos tiempos. Abrazados, contemplaron el atardecer, jurando no separarse nunca más.







