¡Mira, hijo, has llegado! exclama Eufemia, con una sonrisa que se ilumina al ver la puerta.
Nicolás aprieta la gorra contra el umbral y dice: ¡Qué tal, mamá! Yo se detiene no vengo solo. Empuja hacia adelante al joven delgado, con gafas y una mochila al hombro. ¿Has traído a mi nieta? pregunta, sin poder ver bien sin sus gafas.
Nicolás se sienta en la silla. Póntelas, que es Vasco, mi hijo fuera del matrimonio. ¿Te acuerdas de que Zoraida y yo estuvimos un año sin vernos? Entonces me encontré con Valeria y nació él. Lo registré a mi nombre sin pensar suspira.
Eufemia lo reprende: ¿Qué dices con el niño? Aún es demasiado pequeño para saber de tus faenas. Vasco, ve a la sala y mira la tele mientras yo y tu padre resolvemos esto.
El chico se levanta en silencio y se dirige al cuarto. Eufemia, bajando la voz, pregunta: ¿Y Zoraida sabe algo de él? Ella nunca quiso a la esposa de su hijo, era peleona y dominante.
Nicolás se estremece: ¿Qué, madre? Si lo hubiera descubierto, habría echado a casa a esa mujer. Pero yo lo crié con mis propias manos, desde el cimiento.
Eufemia suspira: Eres más desordenado que nunca. No eres un hombre, sino un torpe bajo el tacón de Zoraida toda la vida. ¿Cómo se te ocurrió engendrar a un hijo fuera del matrimonio? ¿Y por qué lo traes aquí? Zoraida lo descubrirá y no nos quedará nada.
Nicolás, nervioso, intenta explicar: Valeria, una serpiente, se casó y se marchó al sur con su nuevo amante. Un mes después me llamó y dijo: «Llévate al hijo donde quieras, aunque sea a casa». Yo, enloquecido, le contesté que mi esposa me expulsaría, y que si no obedecía, lo haría a la mala. Le entrego a tu Zoraida el certificado de nacimiento y tú harás lo que creas conveniente. Así terminará mi historia. Valeria apenas me perdonó, pasó medio año sin hablarme. Decidí que él se quede contigo un mes y luego volveré a buscarlo dice, sin alzar la vista a su madre.
Eufemia mueve la cabeza: Así eras de niño, y sigues igual. Haz lo que sea, mamá, ayúdame. ¿A dónde lo llevo? pregunta, vacilando. ¿Está realmente bajo tu cuidado? pregunta al fin.
Nicolás gesticula: Es mío, no lo dudes. Valeria tampoco es fácil, pero la mujer es leal.
Se quedan callados. Eufemia se levanta de golpe: ¿Qué hago yo aquí? Vamos a darle de comer antes de que se vaya.
Nicolás se levanta: Lo siento, mamá, pero tengo que irme. Zoraida me espera en casa. He mentido diciendo que voy a comprar repuestos a Madrid. Alimenta a Vasco y me largo.
Eufemia abraza a su hijo desordenado y susurra: Que te vaya bien, mi sangre.
Vasco come rápidamente, sin apartar la vista del plato. ¿Quieres más? pregunta Eufemia con lástima, al ver que ya ha devorado todo. No, gracias contesta él, levantándose de la mesa.
Sal a la calle, da una vuelta, y yo terminaré la cena. Le dice, señalando la mochila. ¿Qué llevas ahí?
Él gruñe: Cosas.
¿Las lavarás tú o me toca a mí? inquina Eufemia.
Por primera vez, sus ojos se llenan de temor: Yo no sé lavar. Siempre lo hacía mi madre.
Eufemia toma la pequeña mochila: Anda, ve y yo reviso y enjuago lo sucio.
Él sale y ella comienza a separar la ropa sencilla: dos camisetas, una braga y un par de calzoncillos.
No es mucho comentó, sacudiendo la cabeza. Ni siquiera una chaqueta cálida. Aún se nota que es una mamá apañada. Remoja la ropa en un balde y se pone a preparar una tarta de cerezas.
De pronto, un grito se oye desde la calle. Eufemia sale corriendo, sin siquiera sacudirse el polvo de la harina.
¿Qué ocurre? pregunta.
Vasco llora y se agarra la pierna: Una oca me pinchó. Duele mucho solloza, con lágrimas que caen en cascada.
¿Por qué te acercaste a ellas? Están allí pastando y tú estabas en el patio le dice, observando la marca roja en su pierna.
Solo quería verlas balbucea Vasco.
¿Nunca habías visto gansos? se sorprende ella.
Los había visto, pero nunca me acerqué susurra.
Vale, vamos a casa, te aplicaré una pomada le toma de la mano.
Después de la cena lo acomoda en el sofá y no logra conciliar el sueño. Se pregunta qué vida tan extraña ha tomado. Nunca habría enviado a su nieto a la casa de una extraña. La madre parece una torbellina. El niño lleva los pantalones como si fueran tesoros. Entonces oye un sollozo. Se inclina, escuchando al chico que está llorando.
¿Qué pasa, hijo? ¿No te gusta estar aquí? le pregunta. Espera un mes y mamá volverá a recogerte.
Él se incorpora y susurra: No lo hará. Escuché a la tía Violeta decir que cuando lleguen me llevarán a un internado y solo me recogerán en vacaciones. No quiero, me gustaba estar con mi madre. Mientras el tío Víctor no aparezca, y a tío Koldo no me necesita, ni siquiera me llama por mi nombre. Usted, abuela, es buena, pero yo tampoco le sirvo a usted grita, sollozando más fuerte.
El corazón de Eufemia se aprieta. La abraza con fuerza.
No llores, Vasquito. No te haré daño. ¿Quieres que hable con tu madre y te quede conmigo? Aquí hay una escuela excelente y buenos profesores. Iremos a recoger setas y bayas, ordeñaremos a nuestra vaca. Eres tan delgado, pero la leche de vaca te dará fuerza. ¿No lo crees? Mañana te presentaré a Pablo, un chico fuerte y redondo como una rosquilla. ¿Te apetece?
Él la aprieta del cuello: Sí, ¿pero no me engañarás?
Eufemia lo besa en la coronilla con ternura: Claro que no.
Los años pasan. Valentina a veces visita, trae regalos, pero siempre se marcha rápido, pues Víctor la apresura al coche. Nicolás aparece de vez en cuando. Zoraida se entera de Vasco y culpa a Eufemia, diciendo que los nietos le son inútiles y que prefiere a cualquier otro sobrino.
A Eufemia no le importa. El flaco niño se ha convertido en un joven robusto. Hoy, preparando los platos favoritos de su nieto, mira por la ventana y de repente ve entrar a un joven soldado.
¡Abuela! exclama, acercándose y colgándose del cuello del chico. ¡Vasquito, mi nieto querido!
¿Te vas a casa? le pregunta. Él deja el tenedor, sorprendido. ¿A cuál? ¿A la que me dejó y solo me trae chucherías una vez al año? No, no me voy. Tú eres mi madre, y eso no se discute dice, sentándose a comer tranquilamente.
Eufemia, a escondidas, seca una lágrima; siente una inmensa alegría por tener a ese nieto, su consuelo y ayuda en la vejez. Su sangre, su querido hijo.







