– ¡Aquí está toda la verdad sobre tu prometida! – dijo el padre con frialdad, entregándole al hijo una memoria USB.

Life Lessons

¡Aquí está toda la verdad sobre tu novia! dijo su padre con frialdad, entregándole un pendrive a su hijo.

Carlos miraba el reloj cada dos por tres. Había reservado mesa en “El Rincón de Plata”, el restaurante más exclusivo de Salamanca. Lucía llevaba diez minutos de retraso, y eso siempre le fastidiaba el humor.

La puntualidad era una de las cualidades que más valoraba a las personas.

Suspiró, hojeando el menú por enésima vez, aunque ya sabía perfectamente lo que iba a pedir.

El cansancio acumulado y la reciente conversación con su padre le nublaban la mente. Justo cuando decidió llamar a Lucía, la puerta del restaurante se abrió de golpe.

¡Cariño! ¡Perdón por llegar tarde! La chica se acercó a la mesa como un remolino, con un vestido azul claro que le marcaba su figura esbelta.

Se inclinó y le dio un beso suave a Carlos. Olía a flores de primavera y a algo tan familiar que su enfado se esfumó al instante.

Sabes que no me gusta esperar intentó mantener el tono serio, pero sus labios se curvaron en una sonrisa. Era imposible enfadarse con ella.

Pues yo Lucía le lanzó una mirada pícara adoro que un hombre tan guapo me espere en un restaurante. ¡Imagínate, me quedé atrapada en un semáforo! Luego una abuela cruzó la calle tan despacio que casi me vuelvo loca.

Carlos se rio.

Seguro que estuviste media hora arreglándote.

¡Qué va! se hizo la ofendida. Solo veinticinco minutos.

No podía apartar los ojos de ella. Su melena castaña ondeaba sobre los hombros, sus ojos azules brillaban y sus hoyuelos hacían su sonrisa aún más encantadora.

Cada vez que la miraba, no podía creer su suerte. Se conocieron hace dos años, llevaban año y medio juntos y un año comprometidos. Y ahora

¿Por nosotros? Carlos alzó su copa de cava.

Por nosotros Lucía sonrió, pero algo en su mirada le hizo sentir un vuelco en el estómago.

Pidieron y charlaron con naturalidad sobre el día. Ella, como siempre, contaba animadamente su trabajo en la clínica, algún caso gracioso con un niño pequeño, cómo el director médico la elogiaba llamándola “la enfermera de oro”.

¿Y tú? ¿Cómo va el proyecto con tu padre? preguntó, llevándose un trozo de salmón a la boca.

Va bien encogió los hombros. Todo según lo planeado, pero los plazos, como siempre, aprietan.

Lucía asintió y, como al descuido, preguntó:

Hablando de plazos ¿Cuándo vamos a poner fecha a la boda?

Carlos se quedó helado. Otra vez.

Lucía, ya lo hablamos. Cuando terminemos con el proyecto

Sí, sí, lo sé hizo un gesto impaciente. ¡Pero ya llevamos seis meses así! Carlos, no quiero esperar más. Hace un año que estamos comprometidos. ¿Por qué lo retrasas?

No lo retraso. Es que ahora no es el mejor momento.

¿Y cuándo lo será? ¿Cuando tenga cincuenta años? Quiero ser tu esposa, ¿entiendes? ¡No tu novia, no tu amiga, tu esposa!

Lucía, ahora mismo tengo tanto trabajo que no levanto cabeza

¡Venga ya! ¡Como si para la boda tuvieras que hacer más que aparecer el día indicado!

No es eso Carlos empezó a irritarse. Quiero que todo sea perfecto.

¡Yo también! exclamó ella. ¿Y sabes lo que sería perfecto? ¡Una boda en una isla! Ya lo hablamos. Hasta he visto catálogos. ¿Maldivas, Bali, Seychelles? ¡Tú eliges! Allí lo organizan todo, solo tenemos que venir.

¿Otra vez con la boda en la isla? ¿Necesitas tanto lujo? ¿O solo quieres que todos mueran de envidia?

Lucía apartó bruscamente el plato.

¿Así que piensas que estoy contigo por dinero? ¿Que solo me importa una boda de revista?

¿No es así? le salió la frase antes de pensarlo.

¡Eres un insoportable! sus ojos se llenaron de lágrimas. ¡Solo quiero ser tu esposa! ¡Y tú pones excusas ridículas! Si no quieres casarte, dilo ya.

¡No es una excusa! Carlos alzó la voz, atrayendo miradas de otros comensales.

¡Porque te quiero, estúpido! ¡Pero tú no lo entiendes! O quizá no te importa.

Se levantó de golpe y tiró unos billetes sobre la mesa.

¿Sabes qué? No voy a discutir esto aquí. Llámame cuando te calmes.

Salió a paso rápido, ignorando la mirada confundida del camarero y los sollozos de Lucía a sus espaldas.

***

Carlos conducía por la ciudad a toda velocidad, superando los límites. Su BMW serpenteaba entre las curvas con facilidad. Subió la música al máximo para ahogar sus pensamientos, pero no funcionó.

¿Por qué todo con Lucía se había vuelto tan complicado? Cuando se conocieron, era diferente. Recordó el día en que se vieron por primera vez.

Había ido a la clínica de su padre por unos documentos. Francisco Javier Domínguez uno de los mejores cardiólogos del país y dueño de una red de clínicas privadas nunca separaba negocios de familia.

“El negocio debe quedar en casa”, solía decir.

Carlos, único hijo y heredero, siempre tuvo atención especial allá donde iba.

En el colegio, la universidad, el trabajo Todos lo trataban diferente.

A los veinticinco ya estaba harto de chicas que solo veían en él su bolsillo y posición. Modelos, ejecutivas ambiciosas, socialités Todas llevaban la misma máscara, ocultando miradas calculadoras tras sonrisas.

Hasta que conoció a Lucía.

Aquel día, ella estaba en recepción, rellenando papeles. Con su uniforme blanco de enfermera y el pelo recogido en una coleta sencilla, sin artificios. Cuando levantó la vista y le sonrió, Carlos sintió algo removerle por dentro. En su mirada no había falsedad, solo calidez y una luz especial.

Buscó excusas para hablarle, luego la invitó a un café, después a un restaurante

Lucía era distinta a todas. Criada en una familia humilde, trabajó desde los dieciséis y pagó sus estudios sola. Le fascinó su autenticidad, su humor, que nunca intentara aparentar ser otra. Nada como las mujeres de su mundo.

Su madre, María del Carmen, la aceptó de inmediato.

“Es auténtica, hijo. No la sueltas”, le dijo después de conocerla. Desde entonces, la llamaba “mi niña”, incluso cuando empezaban a salir.

Pero su padre Francisco Javier nunca criticó a Lucía. De hecho, la valoraba como profesional.

Pero cada vez que Carlos hablaba de planes serios con ella, algo extraño aparecía en la mirada de su padre.

“Es una buena chica, Carlos, pero no para ti”, dijo una vez. Esa frase se le quedó grabada, sembrando dudas.

¿Quizá su padre veía algo que él no? ¿Quizá Lucía era igual que las demás, pero mejor ocultando sus intenciones?

Esos pensamientos crecían en situaciones como esta. Cuando hablaba de la boda, de su ceremonia soñada, Carlos recordaba a sus ex. Todas querían fiestas fastuosas, joyas, el estatus de esposa de un heredero.

¡Maldita sea! gritó al frenar en un semáforo en rojo.

Amaba a Lucía, sin duda. Pero

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