—Aquí está el menú, prepáralo todo para las cinco, no voy a ser yo quien se quede en la cocina en mi aniversario —ordenó la suegra, pero pronto se arrepentiría amargamente

Life Lessons

Aquí está el menú, ten todo listo para las cinco. No voy a estar en la cocina en mi aniversario ordenó la suegra, aunque pronto se arrepentiría.

Isabel Martínez despertó aquella mañana de sábado con la sensación de celebración. Sesenta años: una fecha redonda, digna de fiesta. Llevaba tiempo planeando ese día, haciendo listas de invitados, eligiendo su vestuario. En el espejo se reflejaba el rostro satisfecho de una mujer acostumbrada a que todo saliera según su plan.

¡Mamá, feliz cumpleaños! Javier fue el primero en llegar a la cocina, llevando una pequeña caja. Es de parte de Laura y mío.

Laura asintió en silencio, de pie frente a la cafetera con una taza en las manos. Siempre era poco habladora por las mañanas, especialmente cuando se trataba de celebraciones familiares de su suegra.

¡Ay, Javier, muchas gracias! Isabel aceptó el regalo con alegría fingida. ¿Ya habéis desayunado?

Sí, mamá, todo en orden respondió Javier, mirando de reojo a su esposa.

Laura dejó la taza en el fregadero, preparándose mentalmente para lo que vendría. Los últimos días, su suegra había estado de un humor excepcional, lo que, curiosamente, solo intensificaba su actitud autoritaria. Parecía creer que el espíritu festivo le daba derecho a mandar aún más que de costumbre.

Laura, cariño la llamó Isabel con ese tono especial que siempre precedía a una orden disfrazada de petición, tengo una pequeña tarea para ti.

Laura se giró, intentando mantener una expresión neutra. Tras tres años viviendo en aquel piso, había aprendido a leer las entonaciones de su suegra como un libro abierto.

Aquí tienes el menú. Prepáralo todo para las cinco. No voy a estar en la cocina en mi aniversario Isabel le tendió una hoja doblada, escrita con su pulcra letra.

Laura cogió el papel, echó un vistazo a los platos y sintió que algo se le encogía por dentro. Doce platos. ¡Doce! Desde entrantes sencillos hasta ensaladas elaboradas y aperitivos calientes.

Isabel empezó con cautela, esto es trabajo para todo el día…

¡Claro que sí! la suegra rió como si Laura hubiera dicho algo obvio. ¿Qué mejor manera de celebrar un día tan especial? ¡Cocinar para la cumpleañera! Entiendes que vendrá mucha gente, mis amigas, los vecinos… No podemos quedar mal.

Javier miraba alternativamente a su madre y a su esposa, percibiendo la tensión.

Mamá, ¿y si encargamos algo ya hecho? propuso con timidez.

¡Qué dices! se indignó Isabel. ¿Dar de comer comida comprada en mi aniversario? ¡Qué pensarían de mí! No, todo tiene que ser casero, hecho con cariño.

Laura apretó los puños. Con cariño. Claro, con su cariño, el de ella, que pasaría el día entero esclavizada en la cocina.

Vale dijo secamente y se encaminó hacia la salida.

¡Laura! la llamó Javier. Espera.

Se detuvo en el pasillo, respirando hondo. Javier se acercó, con la mirada culpable.

Mira, yo te ayudaría, de verdad, pero ya sabes que en la cocina solo estorbo… No se me da bien.

Claro sonrió Laura, forzada. Pero que tu madre me use como criada, ¿eso está bien?

Vamos, no digas eso… Javier se encogió de hombros. Piensa, cocinar para mamá en su día no es para tanto. Ella hace mucho por nosotros, nos da techo, nunca nos pide dinero por los gastos…

Laura lo miró fijamente. Podría recordarle cómo su madre siempre le echaba en cara ese techo, cómo criticaba su forma de limpiar o cocinar. Podría mencionar las veces que Isabel le recordaba que “había acogido en su familia a una chica de pueblo”, como si le hubiera hecho un favor inmenso. Pero ¿de qué serviría? Javier nunca lo entendería. Para él, su madre siempre sería intocable, y sus quejas, caprichos de una esposa malcriada.

Bien dijo Laura y volvió a la cocina.

Las siguientes horas pasaron en un frenesí. Laura cortó, hirvió, friendo, mezcló. Sus manos trabajaban automáticamente mientras su mente daba vueltas. Y de pronto, mientras removía una salsa, tuvo una idea. Sencilla, pero brillante.

Sacó del armario una pequeña caja que había comprado en la farmacia hacía un mes para sí misma, pero que nunca usó. Un laxante suave. En el envase decía que el efecto empezaba una hora después de tomarlo.

Revisó el menú. Ensaladas, aperitivos… En todo eso podía añadir unas gotas sin que nadie lo notara. Los platos calientes el pollo con patatas los dejaría intactos. Al fin y al cabo, ella y Javier también tenían que comer.

A las cinco en punto, la mesa rebosaba de comida. Isabel, vestida con un traje nuevo y enjoyada como una reina, inspeccionó la cocina con aire de general victorioso.

No está mal dijo con condescendencia. Aunque la ensaladilla podría estar más salada.

Laura no respondió, terminando de colocar los platos. Por dentro, cantaba de anticipación.

Los invitados empezaron a llegar puntuales. Isabel los recibía con abrazos, aceptando regalos y halagos. Sus amigas, mujeres de su misma edad y vestidas con igual elegancia, elogiaban la mesa.

Isabel, ¡qué maravilla! exclamó Carmen, la vecina del tercero. ¡Todo está divino!

Ay, no es nada fingió modestia la cumpleañera. Laura y yo lo preparamos. Bueno, yo hice casi todo, ella solo me ayudó.

Laura, que en ese momento colocaba los platos, contuvo una risa. “Ayudó”. Claro.

Javier susurró a su esposo, no comas las ensaladas. Espera al plato caliente.

¿Por qué? preguntó él, confundido.

Solo hazme caso, ¿vale?

Él se encogió de hombros, pero obedeció. Laura se sentó aparte, observando cómo los invitados devoraban los entrantes. Isabel contaba orgullosa cómo había planeado el menú, elegido los ingredientes, buscado agradar a todos.

Esta ensaladilla es mi especialidad presumía, señalándola. La receta es de mi abuela.

¡Está deliciosa! adularon.

Pasó una hora. Laura miraba el reloj. Y entonces empezó.

Carmen fue la primera en agarrarse el vientre.

Ay gimió, no me siento bien…

¡A mí tampoco! se quejó otra invitada. Isabel, ¿seguro que todo estaba fresco?

Isabel palideció.

¡Claro! Lo compré ayer.

Pero entonces a ella también le dio un retorcijón. Se disculpó rápidamente y corrió al baño. Tras ella, una fila de invitados hizo lo mismo.

Laura susurró Javier, ¿qué pasa?

No lo sé respondió ella, impasible. Algo les habrá sentado mal. Por suerte, no tocamos las ensaladas.

El caos se apoderó del piso. Los invitados desaparecían en el baño, luego se marchaban murmurando excusas. Isabel iba y venía, intentando salvar la situación, pero era tarde.

A las siete, solo quedaban ellos tres. Isabel, pálida y derrotada, se dejó caer en el sofá.

Descansa dijo Laura con falsa compasión, nosotros recogemos.

¿Qué les pusiste? p

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