— Andrés, ¡ponte el gorro, hijo mío, hace frío ahí fuera!

Life Lessons

30 de octubre de 2025

Hoy vuelvo a escribir sobre aquel día en que mi hijo, Andrés Navarro, se puso el gorro y salió al frío de la sierra. «¡Mamá, si no me congelo en los Pirineos, no será aquí donde lo haga!» fueron sus últimas palabras antes de subir al autocarcel de Madrid y, de allí, cruzar el Atlántico rumbo a Buenos Aires. Prometió volver en dos años; pasaron doce.

Yo, María González, nunca abandoné la casa de la familia. El viejo fogón de leña sigue ardiendo, las cortinas de encaje y la alfombra tejida por mi mano a los veinte años siguen allí. En la pared cuelga la foto de Andrés con su toga de graduación y, bajo ella, una hoja amarillenta que dice: «Vuelvo pronto, mamá. Lo prometo».

Cada domingo me coloco el pañuelo de seda y paso por los correos. Envío una carta, aunque sé que no llegará respuesta. Hablo de la huerta, del frío de la mañana y de la vaca del vecino. Siempre termino con: «Cuídate, hijo mío. Tu madre te quiere».

A veces la cartero, una joven de ojos risueños, me dice con cariño: «Señora María, quizá no lleguen todas las cartas Canadá está demasiado lejos». Yo respondo: «No importa, hija. Si el correo falla, Dios las llevará».

En aquel pueblo el tiempo transcurre distinto. Las primaveras llegan y se van, los otoños pasan como hojas al viento. Yo envejezco despacio, como una vela que se apaga sin ruido, y cada noche, antes de apagar la lámpara, susurro: «Buenas noches, Andrés. Tu madre te ama».

Un gélido diciembre trajo una carta que no era de él, sino de una mujer desconocida.

«Estimada Señora María,
Me llamo Almudena Martínez. Soy la esposa de Andrés. Él hablaba de usted a menudo, pero nunca tuve el valor de escribirle. Perdón por hacerlo ahora Andrés estuvo enfermo. Luchó con todas sus fuerzas, pero partió en paz, con su fotografía en la mano. Antes de cerrar los ojos, dijo sólo: Dile a mi madre que vuelvo a casa. La he echado de menos cada día. Le envío una caja con sus cosas. Con todo nuestro cariño, Almudena».

Leí la carta en silencio, me senté junto al fogón y quedé inmóvil durante mucho tiempo. Al día siguiente los vecinos me vieron arrastrar una caja al interior de la casa. La abrí despacio, como quien abre una vieja herida. Dentro había:

una camisa azul,
un cuaderno pequeño,
y un sobre sellado que llevaba la inscripción «Para la madre».

Mis manos temblaban al romper el sello. El papel olía a nieve y a nostalgia.

«Mamá,
Si estás leyendo esto, es porque llegué demasiado tarde. Trabajé, ahorré, pero no comprendí lo esencial: el tiempo no se compra. Te extrañé cada mañana en que caía nieve. Soñé con tu voz, con tu sopa, con nuestra casa. Tal vez no fui el mejor hijo, pero quiero que sepas que te amé siempre, en silencio. En el bolsillo de mi camisa guardé un puñado de tierra del patio. La llevo conmigo a todas partes. Cuando ya no pueda, escucho tu voz diciendo: Aguanta un poco más, hijo. Si no regreso, no llores. Mi amor te encontrará en tus sueños. Ya he vuelto a casa, mamá, pero ahora ya no tengo que tocar la puerta. Con amor, tu hijo, Andrés».

Apreté la carta contra el pecho y lloré a media voz, como hacen las madres que ya no tienen a quien esperar, pero que aún tienen a quien amar. Lavé la camisa, la planché y la colgué en el respaldo de la silla junto a la mesa. Desde entonces no volví a cenar solo.

Una noche fría de febrero, la cartero me encontró dormida en el sillón. En la mano la carta, en la mesa una taza de té tibio, y en el rostro una sonrisa serena. La camisa azul parecía abrazarme. Los vecinos dijeron que el viento se detuvo esa noche. El pueblo quedó en silencio, como si alguien hubiera regresado finalmente al hogar.

Quizá Andrés cumplió su promesa; quizá volvió, aunque de otra forma. Porque hay promesas que nunca mueren; se cumplen en silencio, entre lágrimas y nieve. El hogar no siempre es un lugar; a veces es el reencontrarse que se ha esperado toda una vida.

Lección personal: no esperes a que el tiempo te lo entregue; actúa ahora, porque el reloj no se detiene para nadie.

Rate article
Add a comment

fourteen − four =