Mamá, ¿me pones la camisa azul mañana para el cole?
¿La azul? ¿Por qué esa?
¡Porque Natalia Ivánova dijo que me queda bien, que combina con mis ojos!
Bueno, si Natalia lo dice, claro que te la pondrás.
Alejo, contento, se fue a jugar con su hermano mayor, Pablo, que ya iba al instituto.
Por la noche, su madre le contó al padre lo de la camisa azul y lo bien que le quedaba a Alejo.
El padre se rio y le despeinó cariñosamente el pelo al pequeño.
¿Qué pasa, hijo? ¿Te gusta Natalia?
Sí, me voy a casar con ella.
Vaya, vaya. Primero tienes que estudiar, formarte, y luego ya pensarás en casarte.
Uf, ¡qué largo!
Alejo se quedó pensativo.
Papá, ¿y si me caso con Natalia mañana?
¿Mañana? ¿Y dónde vais a vivir, hijo?
Pues en casa respondió el niño, sorprendido.
¿En qué casa? preguntó el padre, jugando. ¿En la de Natalia?
¡No, papá! Alejo abrió los ojos como platos. Natalia en su casa y yo en la mía.
No, hijo, así no funciona. Si te casas, Natalia vendrá a vivir contigo. Tú tendrás que trabajar, y ella irá al cole, luego al instituto, a la universidad
¿Y yo? preguntó Alejo, con los ojos llenos de lágrimas.
Tú tendrás que mantener a la familia, hijo.
¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? su madre se agachó frente a él.
Mamá, quiero casarme con Natalia, pero no quiero trabajar ahora. Quiero ir al cole, estudiar ¡y papá dice que uuuuh!
No llores, cuando seas mayor te casarás con Natalia.
Pero para entonces ¡igual se la lleva otro!
¿Quién?
No lo sé ¡igual Sergio o Víctor!
Pues entonces esa Natalia no vale, si se la puede llevar cualquiera
Al día siguiente, Alejo se acercó decidido a la chica del vestido rojo de terciopelo, con un gran lazo en su melena rubia. Le cogió la mano y dijo con solemnidad:
¡Me voy a casar contigo, Ivánova!
La niña lo miró un momento, luego apartó la cara y respondió:
¡No!
Alejo se puso delante y, dando una patada, repitió:
¡He dicho que me caso contigo! Bueno no ahora, ¿vale, Natalia? Le cogió la mano y la miró a los ojos. ¿Más tarde, sí?
¿Por qué no ahora? preguntó Natalia, sorprendida. Víctor y Laura se casaron ya.
Eso es de mentira, de jugar. ¡Nosotros nos casaremos de verdad!
¡Vale! asintió la niña, y, cogidos de la mano, se fueron a jugar.
En el cole, Alejo le pidió a la profesora que lo sentara al lado de Natalia.
La profesora no quiso ceder, y puso a Natalia con otro alumno. Alejo se acercó y se sentó a su lado, terco.
Me casaré con Ivánova cuando sea mayor.
¡Ja, ja, ja! se rieron los otros niños. ¡Boda, boda!
¡Niños, silencio! dijo la profesora con firmeza. ¿Cómo te llamas?
Alejo.
Alejo, eres muy pequeño para pensar en esas cosas. Vuelve a tu sitio, ¿vale?
¡No! Natalia, dile que me voy a casar contigo.
Natalia se quedó sentada, sonriendo tímidamente.
Bueno, señorita, ¿qué le respondes? preguntó la profesora.
Nos casaremos de verdad cuando seamos mayores, no como Víctor y Laura, que solo juegan.
Ah, ¿sí? La profesora los miró pensativa. Bueno, pues sentaos juntos.
Natalia era la reina de su corazón. Le cargaba la mochila, la defendía de los perros, de los matones, hasta de los profes. Una vez, ella se cayó y se raspó la rodilla; él la llevó en brazos hasta la enfermería.
En el instituto, le confesó su amor de verdad.
¿Y Natalia?
Natalia sonrió con esa sonrisa suya y se fue, con la cabeza bien alta.
¡Me casaré contigo igual, Ivánova! le gritó. ¡¿Me oyes?!
Empezó a rondar a Natalia un chico llamado Ignacio, boxeador, con un Seat 600, estudiante de mecánica en la FP.
Alejo se llevó más de un moratón, pero no se echó atrás.
Un día, vio a tres tíos esperándolo.
Eh, chaval uno de ellos se separó perezosamente de la pared, ven aquí.
Si quieres algo, acércate tú.
Vaya morro.
No soy “chaval”, tengo nombre.
Bueno, escucha, deja en paz a la chica. Es novia de un colega nuestro.
Pues dile a tu colega que si no deja en paz a mi chica Alejo enfatizó “mi”, se va a enterar.
Y, dándoles la espalda, se alejó con calma.
Sentía su rabia, pero seguía caminando, sabiendo que podían saltarle en cualquier momento
Una vez lo atacaron por la espalda, cobardemente. Eran más fuertes, y entonces oyó un grito.
Era Natalia, que venía corriendo con un listón de una valla lleno de clavos. Gritando como una posesa, se lanzó contra los chicos que le pegaban a Alejo.
Les repartió estacazos a diestro y siniestro. Mientras, el hermano mayor de Alejo y un amigo corrían hacia ellos, avisados por Leticia, la amiga de Natalia.
Ese día, ella lo besó por primera vez.
Por la noche, después de lavarse bajo la fuente del barrio, Leticia trajo mercromina, y untaron bien a los chicos.
Se rieron todos juntos. A Alejo le dolía, pero se reía más fuerte que nadie. Al acompañar a Natalia a casa, ella se giró frente al portal.
¿Te duele, Alejo?
No negó él, estoy bien.
Ella se levantó de puntillas y lo besó. Los demás miraron para otro lado, discretos.
Perdóname
¿Por qué? Eres mi salvadora. ¡Menudo miedo me das, Ivánova! Si me voy a casar contigo y pegas como Bruce Lee
Anda ya se rio Natalia.
Luego llegó la mili.
Natalia no lloró exageradamente ni se colgó de Alejo. Simplemente, estuvieron juntos hasta el último momento.
Recuerda, cuando vuelva, me caso contigo, ¿eh?
Sí por primera vez desde el cole, Natalia dijo que sí. Alejo se ruborizó tengo una pregunta.
¡Dime!
¿Tú me quieres? susurró, tapándose la cara.
Natalia, ¿estás tonta? ¿Todavía no te has enterado? Llevo toda la vida diciendo que me caso contigo, ¡claro que te quiero!
Y se mandaron cartas sin parar, llenas de “te quiero”.
Hasta que dejaron de llegar.
Sus padres y Natalia esperaron en vano. En la tele salían chicos sucios, harapientos, pero vivos y sonrientes. Luchaban contra el mal.
Luego llegaron tres cartas: para sus padres, Natalia y su hermano.
A sus padres y a Natalia les escribió cosas alegres, contó que había estado en una misión en el norte,