¿Adónde van? ¡Hemos venido de visita! exclamó Teresa frunciendo el ceño. ¡No soporto a tu hermana!
Tampoco yo respondió Javier, apoyando a su esposa.
Se mete en todo y cree saber más que nadie. Deberías ver su cara de triunfo cuando consigue humillarme murmuró Teresa entre dientes. Un día critica mi educación, al siguiente mi vestido está pasado de moda…
Siempre ha sido así se encogió de hombros su marido. Es culpa de mi madre, que la consintió demasiado.
Menos mal que vivimos a cien kilómetros de tu familia suspiró Teresa, alzando los ojos al cielo.
La suegra, Carmen, y la cuñada, Lucía, vivían en Madrid, mientras que Javier y Teresa residían en un pequeño pueblo cercano.
Ambas mujeres eran viudas y compartían piso, así que cada vez que la pareja visitaba a Carmen, también se topaban con Lucía.
La hermana de Javier no toleraba a su cuñada, y las discusiones eran inevitables.
Al principio, Teresa aguantaba en silencio, pero al ver que Carmen también empezaba a criticarla, decidió defenderse.
Cada visita terminaba en escándalo, hasta que la pareja dejó de ir.
Carmen no tardó en notarlo y llamó a su hijo para exigir explicaciones.
¿Por qué no venís? Dos semanas sin veros. ¿No crees que tu madre y tu hermana os echan de menos? reprochó.
Estamos ocupados respondió Javier, evitando detalles.
¿Qué tenéis tan importante que hacer? preguntó Carmen, sospechosa. ¿No será que tu mujer te lo impide? La última vez que vino, parecía haber comido limones.
Ya te dije, tenemos asuntos pendientes cortó Javier, colgando rápido.
Pero una hora después, Carmen volvió a llamar para anunciar que irían al pueblo.
¿Por qué? se extrañó Javier.
Para visitar a una amiga y veros, ya que vosotros no venís explicó con seguridad.
Javier palideció. No había dejado de ir para que ellas aparecieran en su casa.
No estaremos dijo, esperando disuadirlas.
¿Adónde van? replicó Carmen, irritada. Me parece que simplemente no queréis vernos. Si es así, diganlo claro.
Vamos a un cumpleaños improvisó Javier.
Pues id, aunque vuestra madre y hermana no os visitan todos los días contestó amargamente antes de colgar.
Javier se sintió culpable, pero al recordar cómo trataban a Teresa, dejó de preocuparse.
No mencionó la visita a su esposa para no alterarla.
Tres horas después, comprendió su error. Al oír el timbre, Teresa abrió la puerta y se quedó paralizada al ver a su suegra y cuñada.
Javier, recordando de pronto, corrió al recibidor.
Teresa, ¿no estás lista? fingió no verlas. ¡El cumpleaños!
¿Qué cumpleaños? preguntó ella, confundida.
¿Ya lo olvidaste? sonrió él, forzado. Ah, madre, Lucía, ¿qué hacen aquí?
Te avisé dijo Carmen con calma. ¿Nos dejáis pasar o seguimos en el rellano?
No podemos, nos vamos. Teresa, cámbiate ordenó, tomándola de la mano.
Ella lo miró intrigada, pero al ver su guiño, entendió la farsa.
¿Adónde van? ¡Vinimos a verlos! protestó Lucía, cruzando los brazos. ¿No es tarde para un cumpleaños?
Debemos estar allí a las ocho cortó Javier. En media hora.
¿Irás así? se burló Carmen, señalando su ropa.
¡Maldición, olvidé cambiarme! fingió ruborizarse antes de escapar.
Lucía y Carmen intercambiaron miradas escépticas. No creían que tuvieran planes.
¿No podéis cancelar? preguntó Carmen cuando volvió.
No, llevamos meses esperando esto mintió él. La cena está pagada. Volved la próxima semana.
¿Podemos esperar aquí hasta que regreséis? insinuó Lucía, mirando alrededor.
No negó tajante. ¿No tenéis otro sitio?
Tu casa es mejor que la de esa vieja amiga rió Carmen con sarcasmo. Además, ya fuimos y no le gustó nuestra visita.
¿Os llevo a la estación? sugirió Javier, deseando que se fueran.
No hay autobuses replicó Lucía, maliciosa.
Os reservo una habitación propuso él. Es lo único que puedo hacer.
Carmen frunció el ceño, decepcionada.
¿Un hotel? se ofendió Lucía. ¿Temen que les robemos?
No, pero preferimos no dejar a nadie aquí intervino Teresa.
Os acompaño insistió Javier.
¡No hace falta! espetó Carmen, saliendo.
Lucía la siguió, lanzando quejas contra su hermano y cuñada.
Al verlas marcharse, la pareja suspiró aliviada.
La excusa del cumpleaños ya no era necesaria.
Carmen y Lucía tomaron un taxi de vuelta a Madrid, decididas a romper el contacto.
Javier solo pensó en ellas cuando tuvo una cita médica en la ciudad y buscó dónde comer.
Lucía le abrió la puerta y, al verlo, dijo secamente que salían y no dejarían a un extraño en casa.
Javier comprendió, con amargura, que estaban profundamente ofendidas.
Tras ese encuentro, la relación se desvaneció para siempre.







