¿Adónde vais? ¡Hemos venido a visitaros!

Life Lessons

¿Adónde vais? ¡Hemos venido de visita! exclamó una voz desde la entrada.

¡No soporto a tu hermana! bufó Lucía, apretando los puños. ¡Me saca de quicio!

No eres la única respondió Javier, apoyando a su mujer con firmeza.

Se mete en todo y cree que es más lista que nadie. Deberías ver su cara de satisfacción cuando logra humillarme murmuró Lucía entre dientes. Un día critica mi educación, al siguiente dice que mi maquillaje está pasado de moda

Siempre ha sido así se encogió de hombros Javier. Por desgracia, es culpa de mamá. La consintió demasiado.

Menos mal que vivimos a cien kilómetros de tu familia suspiró Lucía, mirando al techo.

La suegra, Carmen, y la cuñada, Nuria, vivían en Madrid, mientras que Javier y Lucía residían en un pequeño pueblo de la sierra.

Ambas mujeres eran viudas y compartían piso, así que cada vez que la pareja visitaba a Carmen, también se topaban con Nuria.

La hermana de Javier no soportaba a su cuñada, y las discusiones eran inevitables.

Al principio, Lucía aguantaba en silencio, pero al ver que su pasividad animaba incluso a Carmen a criticarla, decidió defenderse.

Cada visita terminaba en escándalo, hasta que la pareja dejó de ir.

Carmen no tardó en notarlo. ¿Por qué no venís? Dos semanas sin verte. ¿No crees que tu madre y tu hermana os echan de menos? regañó por teléfono.

Tenemos mucho trabajo respondió Javier, lacónico.

¿Qué hacéis tan importante? preguntó Carmen, sospechando. ¿Te lo prohíbe tu mujer? La última vez se fue con cara de haber mascado limones.

Ya te lo he dicho, asuntos pendientes cortó él, colgando.

Pero una hora después, Carmen volvió a llamar. Nuria y yo iremos al pueblo.

¿Para qué? se sorprendió Javier.

Visitar a una vieja amiga y de paso veros, ya que no os movéis dijo ella con seguridad.

El rostro de Javier se ensombreció. No había dejado de visitarlas para que ahora invadieran su hogar.

Puede que no estemos en casa mintió, esperando disuadirlas.

¿Adónde vais? replicó Carmen, irritada. Me parece que simplemente no queréis vernos. Si es así, decidlo claro.

Vamos a un cumpleaños improvisó Javier.

Pues id, aunque vuestra madre y hermana no os visitan todos los días contestó ella, amargada, antes de colgar.

Javier se sintió culpable, pero al recordar cómo trataban a Lucía, la culpa se desvaneció.

No le dijo nada a su mujer para no preocuparla, pero tres horas después, comprendió su error. Al sonar el timbre, Lucía abrió la puerta y se quedó helada al ver las sonrisas burlonas de Carmen y Nuria.

Javier, recordando de golpe, corrió al recibidor.

Lucía, ¿no estás lista? fingió sorpresa, ignorando a las visitas. ¡El cumpleaños!

¿Qué cumpleaños? preguntó ella, confundida.

¿No te acuerdas? sonrió él, tenso. Ah, mamá, Nuria, ¿qué hacéis aquí?

Te lo dije por teléfono respondió Carmen, serena. ¿Nos dejáis pasar o seguimos en el rellano?

No podemos, nos vamos. Lucía, vístete ordenó Javier, tomándola de la mano.

Ella le lanzó una mirada interrogante, pero al ver su guiño, entendió el juego.

¿Adónde vais? ¡Si acabamos de llegar! protestó Nuria, cruzando los brazos. ¿A un cumpleaños a estas horas?

A las ocho en punto afirmó Javier. Llegamos tarde.

¿Irás así? se burló Carmen, señalando su ropa de casa.

¡Maldita sea! exclamó él, fingiendo rubor. ¡No me he cambiado! Y salió corriendo.

Nuria y Carmen intercambiaron miradas escépticas.

No creían en la excusa, pero Javier insistió al regresar.

¿No podéis cancelar? preguntó Carmen.

Imposible. Hemos pagado el banquete mintió él. Venid la semana que viene.

¿Y si nos quedamos hasta que volváis? insinuó Nuria, mirando alrededor.

No, tenéis otros planes, ¿no? replicó Javier, tajante.

Claro, tu casa es mejor que la de esa vieja dijo Carmen con risa forzada. Y además, no le caemos bien.

¿Os llevo a la estación? ofreció él, deseando que se fueran.

No hay autobuses replicó Nuria, maliciosa.

Pues os pago un hotel improvisó Javier.

Carmen frunció el ceño.

¿Hotel? se ofendió Nuria. ¿Teméis que os robemos?

No, simplemente no nos gusta dejar a nadie en casa intervino Lucía.

¡No hace falta! espetó Carmen, saliendo.

Nuria la siguió, lanzando reproches.

Al verlas marchar por la ventana, la pareja suspiró aliviada.

La excusa del cumpleaños ya no era necesaria.

Carmen y Nuria tomaron un taxi de vuelta a Madrid, decididas a romper el contacto.

Javier solo pensó en ellas cuando, meses después, fue a la ciudad por un médico y buscó donde comer.

Nuria abrió la puerta.

Vamos a salir dijo secamente. No dejamos extraños en casa.

Él entendió, con amargura, que el rencor había echado raíces.

Y así, los lazos familiares se quebraron para siempre.

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