¡A ver, Begoña, una última vez me echas una mano, ¿no? ¡Que no somos extrañas! se quejaba su hermana al teléfono, con esa voz suplicante que siempre usaba cuando necesitaba dinero.
Aitana, ya te he ayudado dos veces este mes respondió Begoña, cansada. Y todavía no me has devuelto los ciento veinte euros que me prestaste la última vez.
¡Yo te ayudo con la niña! protestó Aitana al instante. La recojo del cole, le llevo la merienda. ¿Acaso no vale nada?
Begoña se acercó a la ventana. Afuera caía una llovizna fina que convertía el asfalto en un espejo gris.
En los últimos dos meses te has encargado de la peque dos veces dijo con calma. Y nada más. Yo he gastado tanto en ti que sería más barato contratar una niñera.
Begoña, no seas tacaña se volvió a quejar Aitana, con un tono aún más lamentable. ¿Me ayudas, por favor? Te prometo que lo devuelvo la semana que viene. Tengo un problemilla…
Begoña cerró los ojos. La misma canción, mes tras mes. Aitana siempre sabía cuál era la cuerda sensible.
Ayúdame, por favor siguió la hermana. Vamos, sé buena gente, somos familia.
Begoña abrió la app bancaria en el móvil y transfirió la cantidad solicitada. Ciento veinte euros desaparecieron de su cuenta, como tantas veces antes.
Dinero enviado informó secamente. Pero es la última vez, Aitana. Ya es hora de que te pongas las pilas y empieces a vivir por tu cuenta.
¡Gracias, hermanita! ¡Te quiero mucho! exclamó Aitana, y colgó de inmediato.
Begoña dejó el teléfono, se sirvió un té recién hecho y dejó que el vapor difuminara los contornos de la cocina. Se sentó en la silla y abrazó la taza humeante.
Después de que Aitana y Begoña se mudaran de Zaragoza a Madrid para estudiar y luego trabajar, la relación entre las hermanas se fue deteriorando. Aitana vivía de un lado a otro, cambiando de curro cada seis meses como quien cambia de chaqueta. Begoña, en cambio, soñaba con una familia estable.
Begoña tuvo un matrimonio breve. Cuando su hija tenía tres años, el marido la dejó por una compañera más joven, dejándola sola con la hipoteca a veinte años. Ahora Celia tiene cinco, va a la guardería y Begoña recibe una pensión módica mientras trabaja en una agencia de publicidad.
A veces pedía a Aitana que se hiciera cargo de la niña, pero últimamente la hermana solo sabía inventar excusas y pedir dinero. Cada llamada terminaba con una nueva historia lacrimógena sobre lo mal que le iba la vida.
Pasaron dos semanas sin noticias de Aitana: ni llamada, ni mensaje, como si se hubiera fundido con el bullicio madrileño. El dinero, claro, nunca volvió.
Begoña no fue la primera en llamar. La molestia se había instalado bajo sus costillas, una dolencia sorda que reaparecía cada vez que pensaba en su hermana. Pero el miércoles la retuvieron en el trabajo: una presentación se alargó y el cliente no paraba de pinchar detalles.
Begoña corría de un lado a otro en la oficina, mirando el reloj. Tenía que ir a buscar a Celia a la guardería, pero no podía escaparse.
¿Aló, Aitana? jadeó al teléfono. ¿Puedes recoger a Celia? Estoy atrapada en el curro.
De fondo se escuchaba música a todo volumen, risas y voces. Aitana debía estar en alguna discoteca o bar.
No puedo cortó la hermana. Tengo mil cosas. Estoy hasta los codos de trabajo.
¡Aitana, prometiste ayudar con Celia! alzó la voz Begoña. ¡Te he dado tanto dinero y ahora no puedes ni una manita?
¡Estoy ocupada, suéltame! replicó Aitana, más áspera. Tengo planes para la noche.
Se escuchó el pitido de colgado. Aitana colgó.
Begoña se quedó en medio de una oficina vacía sin saber qué hacer. Pedir el día libre ya no era opción; acababa de usar el parte de enfermedad cuando Celia se enfermó. No podía fallarle a su jefa.
Deslizó frenéticamente los contactos del móvil. Su madre estaba lejos, en Zaragoza. Las amigas estaban en el trabajo o con sus hijos. Entonces sus ojos se toparon con el nombre de Cristina la ex cuñada, hermana de su exmarido.
El dedo tembló sobre el contacto. No hablaban desde el divorcio, hace un año. Pero no quedaba otra salida.
Cristina, hola empezó Begoña cuando contestó. Perdona que te moleste, pero tengo un imprevisto
Explicó rápido la situación, esperando un rechazo.
¡Claro que sí! respondió Cristina sin dudar. ¿La guardería sigue siendo la misma?
Sí exhaló aliviada Begoña. Mil gracias.
No hay problema. Celia es mi sobrina, y ya sabes, ¿qué más da?
Cuarenta minutos después Begoña recibió una foto: Celia sonriendo en el coche junto a Cristina, mostrando el dedo pulgar. Vamos a casa de Cristina. Todo bien, escribió la ex cuñada.
Begoña terminó la presentación en tiempo récord y se lanzó a la casa de Cristina. La mujer vivía en un acogedor piso de dos habitaciones, decorado al estilo escandinavo: madera clara, paredes blancas y plantas en el alféizar.
¡Mamá! gritó Celia al entrar, abrazando las piernas de Begoña. ¡Tía Cristina me ayudó a hacer un erizo con piñas!
Pasa, tomaremos un té sonrió Cristina, guardando plastilina y papel de colores.
Mientras Celia jugaba con bloques, las dos mujeres charlaban en la cocina.
¿Cómo ha llegado a ser que nadie pueda recoger a la niña? preguntó con delicadeza Cristina.
Begoña relató el drama con Aitana, sin ocultar la amargura.
Sabes, yo trabajo desde casa, horario flexible. Si vuelve a pasar algo así, llámame sin pena. Celia es mi sobrina y la quiero.
Begoña no podía creerlo. Tras el divorcio había pensado que los familiares del ex marido la darían la espalda. En cambio, la ayuda vino de donde menos se esperaba.
Gracias, de verdad la agradeció. Lo valoro mucho.
Salieron cuando ya habían encendido las farolas. Celia no paró de contar cómo su tía le había hecho trucos con monedas.
Desde entonces Begoña y Cristina mantuvieron una comunicación inesperada y muy cordial. Cristina llamaba a menudo, ofreciendo llevar a la niña los fines de semana.
Déjame a Celia el sábado proponía. Vamos al teatro de títeres y después nos echamos un helado. Tú ya estás agotada, descansa.
Unas semanas después el móvil sonó otra vez, con el nombre de Aitana en la pantalla.
Begoña, oye empezó sin preámbulo. Necesito dinero urgentemente, es una emergencia…
Begoña estaba en el sofá, mientras Celia dibujaba princesas con lápices de colores.
Lo siento, pero esto es el final respondió con serenidad. Mi labor de benefactora se ha acabado. No te daré más dinero. Puedes quedarte con la deuda, pero no esperes más fondos.
¡¿Qué?! chilló Aitana. ¡Yo te ayudo con la niña! Si no te doy el dinero, dejaré de cuidarla.
Me fallaste la última vez que realmente necesité tu ayuda contestó imperturbable Begoña. Y sabes qué, durante el último mes no te he llamado ni te he pedido que vigiles a Celia. Lo he logrado sola. Así que tu ayuda ya no me sirve, y no voy a seguir pagando por ella.
¡Estás loca! gritó Aitana.
Adiós colgó Begoña, bloqueando el número.
Celia alzó la vista del dibujo.
Mamá, ¿por qué la tía Aitana gritaba?
A veces los adultos se ponen de mala leche, cariño explicó Begoña con ternura. No pasa nada grave.
El móvil emitió un pitido: un mensaje de Cristina.
¿Te parece si nos vemos este fin de semana en la nueva cafetería infantil? Me la recomendó una amiga. Mientras Celia juega, hablamos de su cumple. Es mi única sobrina y no quiero que le falte buen regalo.
Begoña sonrió y respondió rápido:
¡Perfecto! ¿A qué hora nos vemos?
Miró a su hija, concentrada en colorear otra princesa, y pensó en lo irónico que resulta la vida. A veces los lazos más fuertes se forman con quien menos esperas. Y los que más confías pueden desaparecer justo cuando más los necesitas. Lo importante es que ya no va a tolerar que la traten como una cartera. Tiene a su hija, su trabajo y, ahora, una verdadera amiga que no pide nada a cambio. Eso basta para ser feliz.







