A mis 55 años, ¡por fin vivo para mí! Sin remordimientos, sin miedo a ser “distinta” o a desentonar. En mi espacio reina la armonía: tranquila, suave, casi silenciosa. No hay emociones ajenas que antes me agotaban. Nadie me dice cómo vivir, qué vestir o sobre qué soñar. ¡He vuelto a pertenecerme!

Life Lessons

Oye, te cuento un poco de lo que está pasando. Soy Carmen, tengo cincuenta y cinco años, y al fin estoy viviendo para mí, sin culpas, sin miedo a que me critiquen o a que tenga que complacer a nadie. En mi pequeño piso de Madrid reina una armonía tranquila, suave, casi silenciosa. Ya no aparecen esas emociones que antes me agotaban hasta el límite, y nadie me dice cómo debo vivir, qué ponerme o qué sueños perseguir. Por fin me pertenezco a mí misma.

Los mañanas las dejo correr sin prisas. Cuando quiero, pongo mi canción favorita de Rocío Dúrcal; cuando prefiero, simplemente disfruto del silencio y del aroma del té recién colado. Me asomo por la ventana y observo cómo se despierta la ciudad, pensando lo genial que es estar en sintonía contigo mismo. Ya nadie me regaña por quedarme horas con un libro o por tardar en preparar la cena. El silencio ya no asusta, ahora es mi mejor compañero.

Antes pensaba que una vida sin pareja era una vida incompleta. Desde pequeñas nos enseñan que una mujer tiene que estar siempre al lado de alguien, cuidando, fundiéndose, protegiendo el hogar. Así viví durante años, olvidándome de mí, intentando ser cómoda, atenta, la buena esposa. Con el tiempo comprendí que el amor no es sacrificio, sino respeto, calma y aceptación. Y la primera persona a la que debo querer soy yo.

A veces me cruza por la cabeza: ¿Y si vuelvo a abrirme a una relación? Pero basta con recordar cuánta energía y nervios me absorbían los ánimos ajenos, las expectativas y los resentimientos, y me da ganas de abrazar de nuevo mi libertad. Esa libertad es ligera como la brisa de la mañana, no pide explicaciones y me sienta genial.

Ahora puedo hacer lo que quiera, cuando quiera y con quien quiera. Si me apetece, salgo a pasear por el Parque del Retiro; si no, me quedo en casa, me envuelvo en una manta y me pongo a ver viejas películas españolas. Puedo guardar silencio todo el día o, de repente, llamar a mi amiga Lucía y reír hasta que nos duela el estómago. Nadie me controla, ni me hace los celos, ni espera informes. Es una sensación increíble, ser libre no solo por fuera, sino también por dentro.

Me gusta la versión de la vida compuesta de momentos bonitos: nos encontramos, nos reímos, pasamos una noche agradable y cada uno vuelve a su casa, donde reina la calidez, la tranquilidad y no hay quien exija explicaciones. Sin dramas, sin aclaraciones de relaciones, sin subidas y bajadas emocionales. Solo calor humano, ligereza y respeto mutuo.

Yo elijo la ligereza. Yo elijo ser yo. Por fin he entendido que la felicidad no llega con alguien más, nace dentro de uno. Y para sentirla solo hay que permitirse ser auténtica, sin máscaras, sin papeles, sin miedo a quedarse sola. La soledad no es castigo, es un lujo cuando aprendes a ser autosuficiente.

Tengo cincuenta y cinco años. No busco, no huyo. Simplemente vivo. Y cada día es una nueva oportunidad para agradecer a la vida por la paz, por la experiencia, por la libertad y por estar, al fin, en el centro de mi propio mundo.

Rate article
Add a comment

fifteen − 4 =