A la bruja en busca de la felicidad

Life Lessons

Almudena miraba las cerillas encendidas en las manos de la mujer que se hacía llamar bruja. Las prendía y apagaba una y otra vez, mientras murmuraba todo lo que Almudena ya conocía y había sentido. Desde la punzada sorda que nunca desaparecía hasta el deseo incesante de aullar como lobo, decidió finalmente acudir a la bruja.

Almudena había vivido lo que creía la tragedia más grande de su vida. Su marido, Carlos, la había abandonado con sus dos hijos. Cuatro meses después volvió, y todo pareció volver a su cauce. Pero esa sensación era solo una ilusión. La relación había sufrido una grieta profunda; cada día se alejaban más.

Al principio, Almudena lloraba porque anhelaba recuperar la rutina de antes: los mensajes de ¿cómo estás? y buenas noches. Luego su alma buscó venganza, deseó que ella sufriera tanto como él, que a su marido le pasar

a algo terrible, incluso que un autobús lo atropellara. Después, la indiferencia la invadió: no le importaba él, dónde estaba, con quién, cuándo volvería. Incluso dejó de interesarse por sus hijos.

Una niebla gris y pesada se posó sobre ella, impidiéndole respirar y pensar. La melancolía la ahogaba. Cada intento de escapar solo la cubría de nuevo con más fuerza. Enfermedades surgieron una tras otra: una quiste bajo el diente que requirió extracción e implante, costando una fortuna en euros; una visión que se desvanecía; una caída en el parque que le rompió el brazo en tres sitios. En ese instante, Almudena decidió que algo tenía que cambiar, que no quería precipitarse al más allá.

Nadie te ha echado un hechizo. No pienses en eso. No es ella, es tu marido. No ve a nadie más que a sí mismo. Todo lo que te ocurre lo has creado tú misma, te has enterrado viva. Él solo piensa en su propia sombra. No se irá, cobarde, y el sitio ya está ocupado.

¿Y yo qué debo hacer? preguntó.

Vivir. Vivir a tu manera, como tú quieras.

Almudena se levantó, con la cabeza tan pesada como hierro fundido. Vivir fácil de decir. La bruja le tendió una cajita de velas y una pequeña botella de agua.

Gracias murmuró.

Almudena salió a la calle, con un nudo asfixiante en la garganta. Un mantra repetía en su mente: No es ella, es tu marido. Después de doce años de matrimonio, de todo lo que habían soportado juntos

Esa noche, tomó su cuaderno y se preguntó: ¿qué quiero? ¿Qué deseo? La pluma se quedó sin tinta tras los signos de interrogación. Siempre había querido lo mismo que los niños: ir al mar, al parque acuático, al salón de juegos, o al menos al patio del edificio. O cumplir los sueños de Carlos: comprar un piso, un coche, visitar a su madre en la comarca vecina, reformar el balcón, ver el cine hasta medianoche o acampar en la naturaleza.

Pero, ¿qué quería ella, Almudena? ¿En qué vivía más allá de los intereses de su marido y de los hijos? Se dio cuenta de que en los últimos años se había disuelto por completo en la familia; sus propios anhelos se habían perdido. Después de media hora garabateando, anotó varias metas:

Quiero correr por las mañanas, encontrar tiempo y energía para hacerlo.
Quiero cambiar de trabajo, ser responsable y cobrar un sueldo digno. Quiero formarme como profesional.
Quiero perder siete kilos.
Quiero comprarme un abrigo de piel.
Quiero una casa propia.
Quiero relaciones serenas con mis hijos.
Quiero descubrir un pasatiempo que me apasione.

Exhaló, cerró el cuaderno y reconoció que no era fácil escuchar sus propios deseos, pero había que empezar por algún lado. Miró por encima del hombro a Sergio, tendido en el sofá con la mirada perdida en la pantalla del portátil. Tu marido es así resonó como eco en su cabeza.

Almudena cerró la puerta del coche. Hoy volvería a la bruja. Tenía que hablar de muchos asuntos: cómo reorganizar su nuevo puesto para que el departamento funcionara sin que le volaran los sesos con tareas imposibles; cómo curar su cuello, que la dolía como una rama quebrada; si debería enviar al hijo mayor a la lucha o dejar que siga pintando. Y, por supuesto, su marido, que parecía estar y no estar a la vez.

No te reconozco dijo la bruja.
¿Por qué? replicó Almudena, sorprendida de que nada significativo hubiera cambiado en su vida. Cambió de empleo, pero eso no se sentía como un hito.

¿Con qué preguntas vienes hoy? indagó la bruja.
Espalda, cuello, trabajo, hijo, marido respondió Almudena. La bruja sonrió.

Hoy vienes con tu vida entera. Tu enfermedad, tu marido, poco a poco se irán apagando. Pronto no importará dónde está, con quién, si habla con su antigua amante o busca encuentros. Llegará el día en que olvidarás si le sirves o no, y pensarás en otra cosa, porque habrá un camino y alguien a quien ir. Pero no será de un día para otro.

Nuevas cerillas chispearon.

Déjalo pintar. dijo la bruja.
¿Y el trabajo? preguntó.
Pon objetivos claros, así obtendrás respuestas concretas. No leen la mente.

Tu marido se aferrará más cuanto más viva tú. Él es solo sombra mientras hay sol. Sin sol, la sombra desaparece; cuanto más brillante, más visible es la sombra. ¿Lo captas? añadió la bruja.

Almudena asintió.

Gracias dijo.

No lo dejes en el aire. Usa una pelota de tenis, ponla entre la pared y la columna, haz ejercicios mientras te agachas. Todo volverá a su sitio.

Almudena se rió para sí misma. Una pelota de tenis ¿qué demonios la traía hasta aquí? El fisioterapeuta había costado una fortuna sin lograr nada, y ahora una pelota parecía la solución. Pero, ¿qué otra opción había más que vivir su propia vida?

Los días se sucedieron: invierno, primavera, verano y de nuevo el dorado otoño. Al inicio del curso, Almudena inscribió a su hijo Damián en una escuela de arte. Damián empezó a pintar y Almudena, avergonzada, descubrió el talento que había pasado por alto. Sus obras apareció en exposiciones municipales y provinciales; el niño dejó el tablet y el móvil para entregarse al pincel y al lienzo.

Almudena adquirió una pizarra y marcadores para su despacho. Cada mañana anotaba tareas y plazos, y pronto dejaron de ser cuestiones de debate. Aunque detrás de ella surgían quejas, el trabajo avanzaba, y eso era lo esencial.

Los talleres de formación de personal surgieron primero como hobby, luego como actividad profesional. Los ingresos alcanzaron a equipararse a su salario anterior. Una semana, recibió un ramo de rosas rojas sin firma ni tarjeta. Un misterio, aunque sospechó que era de Carlos.

¿Qué te parece? le preguntó él al día siguiente, sin obtener respuesta.

Gracias escribió ella en su mente, y eso bastó.

Almudena amaba las crisantemos, su perfume amargo y penetrante, justo cuando estaban en temporada. Carlos jamás había recordado esa afición; en su rutina, todas las mujeres preferían las rosas.

El sol de otoño, cegador, iluminaba los arces rojos y dorados que giraban alrededor de la avenida frente a la oficina. Almudena inhaló el aire fresco con los pulmones llenos, dejando atrás la idea de que no podía hacer nada sola. Finalmente halló su libertad.

Y, como decía la bruja, la pelota de tenis había funcionado.

Rate article
Add a comment

twenty + 12 =