A él no me cayó bien desde el primer momento

Life Lessons

¿Te estaba apuntando de una, mamá? preguntó Begoña, temblorosa.
¿Qué dices? ¿Te parece que se ha lanzado contra ti? ¿Tal vez fue casual? replicó Lidia, sin perder la calma.
Mamá, ¿qué parece? Ya pensé que Andrés quedaría huérfano ¡Javier es mucho más alto que yo!
Ya sabes, los hombres no levanten la mano sin motivo Tú siempre has sido explosiva. Si algo no encaja, lo harás arder hasta el último aliento.

Begoña se quedó helada. Esperaba que su madre la defendiera, que se indignara, al menos le ofreciera compasión, pero no eso. Parecía como si la culpa fuera también suya. Y si, por desgracia, llegaran a los pasos de la consecuencia, ¿acaso su madre la culparía a ella también?

¿Cómo no voy a ser explosiva cuando él está rodeado de conejitos y gatitos? ¡Nunca he escuchado esas palabras de él en tres años! protestó Begoña.
Ya ves, hasta a la madre le gritas comentó Lidia, con una ligera irritación. Begoñita, lanzarse no es lo mismo que golpear. Además no bebe, no sale de noche, trabaja. Sí, con carácter. Todos los hombres tienen carácter, y tú también. ¿Has tenido alguno mejor? Piensa bien antes de meter la cabeza donde arde

Mamá, ya basta. Gracias por el apoyo. colgó Begoña.

El abuso, la traición y la mentira eran cosas que Begoña no podía tolerar, sobre todo en el matrimonio. Javier había juntado todo el combo. Ya había tomado una decisión y no iba a retroceder, pero le sorprendía otra cosa: la reacción de su madre a sus palabras era como si solojase una caducidad de supermercado. Eso no podía encajar en la cabeza de Begoña, aunque antes no lo había notado.

Lidia Martínez tenía la extraña costumbre de cambiar de calzado en pleno salto, de decir una cosa a los ojos y otra distinta a espalda. Su sonrisa era dulce y pícara, pero su mirada a menudo helada y evaluadora.

¡Qué vestido más bonito! Te queda genial decía cuando Begoña, todavía niña, probaba ropa en la tienda.
Después miraba la etiqueta, alzaba una ceja y cambiaba de opinión al instante.

Pero, con tus piernas parece que te quedan cortas afirmaba con tono tajante. No, busquemos otra cosa.

Al final se llevaban una pieza barata de sintético grisbeigemalva, que no servía de talla pero sí estaba rebajada, y Lidia se jactaba con sus amigas del gran hallazgo.

Algunas madres hacen vestidos a medida para el baile de graduación, ¡y eso en cuarto de primaria! se quejaba al teléfono con una conocida. Es una locura. El dinero es para una sola ocasión. Yo lo compré en oferta, al menos no me arrepiento. Tal vez lo vuelva a usar.

Con las amigas de Begoña sucedía algo similar. Un día fue al cumpleaños de una amiga y llevó un trozo de pastel. ¡Ay, qué buena chica es Lenka, padres educados!. Cuando Lenka quiso ir a su casa, Lidia cambiaba de marcha al instante.

¿Para qué la quieres aquí? Recuerda: ¡no dejes entrar a amigas! reprendía a Begoña. Desde pequeña acostúmbrate. Las amigas fingen ser dulces y luego o te critican a tus espaldas o le llevan el marido al vecino.

Lo mismo con Javier. Al principio la madre no aprobó la elección.

¿Para qué te sirve? Aparece y desaparece Un hombre decente no actúa así. Siento que no eres la única con él advertía Lidia.

Y Begoña le creía. No tenía experiencia y la autoridad de su madre ahogaba cualquier voz interior.

Begoña intentó romper con Javier, pero eso sólo lo animó a ser más insistente. Le enviaba flores a domicilio, sushi, y Lidia se reblandecía.

¡No dejes escapar a ese tipo! decía, intentando pinchar los rollos con el tenedor. No es perfecto, pero los perfectos siguen siendo cachorros. ¿No quieres acabar sola con treinta gatos? Entonces agarra al toro por los cuernos y llévalo al altar.

Begoña seguía la voz de su madre, como toda hija obediente. La madre nunca aconsejaría mal.

Sin embargo, ya se percibían señales de alerta: el humor de Javier cambiaba a menudo, podía ser cariñoso y, cinco minutos después, tornarse hosco y rudo. Le celaba incluso con las amigas, criticaba la ropa y decía que le gustaban las faldas cortas y los tacones altos. Begoña, siguiendo a su madre, obtuvo el sello de matrimonio en el pasaporte tras medio año.

Los primeros meses fueron miel: cenas románticas, selfies impecables, sorpresas diarias Pero algo cambió.

Javier dejó de preguntar los deseos de Begoña. Revisaba la lista de la compra y regañaba cada gasto superfluo, incluso el tinte para el pelo. casi le prohíbe usar lápiz labial rojo, diciendo que con eso parecía una mujer de moral ligera.

Ambos trabajaban, pero la casa solo la manejaba Begoña. Javier volvía antes, pero siempre la recibía con la pregunta de ¿qué hay de cena?. Tras la comida, se marchaba al ordenador, dejando una montaña de platos.

Javier, ¿puedes al menos lavar los platos? se atrevió a preguntar una noche.
¿Y a ti qué te molesta atenderme? replicó él.
Me agrada, pero estoy agotada. respondió ella.
Yo también estoy cansado. Hoy he trabajado mucho. contestó él.

Begoña se sintió perdida. Ella también sudaba en su labor, pero él no se inmutaba. Se limitaba a encogerse de hombros, diciendo que su madre lograba todo y que él también tenía hermanos.

¿Qué esperabas al casarte? le preguntó su madre cuando se quejaba del marido. La mujer debe estar en todos los frentes. La familia se sostiene con nosotras.

Begoña no compartía esa visión, pero cuando todos los cercanos coincidían, empezaba a dudar de sí misma.

El tiempo siguió su curso. Begoña dio a luz y todo empeoró. Entre amigos eran la pareja perfecta; a solas discuten por tonterías. Javier no ayudaba con el bebé, asegurando que durante el primer año el padre no tenía nada que hacer. Dormía en otra habitación, justificando que el niño lloraba y él necesitaba levantarse temprano para el trabajo. Cuando Begoña se despertaba en plena noche, a veces veía a Javier despierto, pegado al móvil.

Intentó hablar con él, pero él cerraba la puerta: Tus emociones son tuyas, a mí no me importa. Begoña, con voz calmada, explicaba sus inquietudes, diciendo que luchaba por su familia, no que lo atacara.

Son exigencias exageradas dijo su madre. ¿Qué más deseas? El hombre trabaja, os mantiene, vivís en su piso

Begoña trataba de convencerse de que, objetivamente, todo estaba bien; los pleitos son normales.

Un día encontró en el móvil de Javier conversaciones cargadas de conejitos, gatitos, soles y cariños. No había pruebas de infidelidad física, pero sí un zoo de mensajes cariñosos que le parecían traición.

No lo entiendo dijo Begoña, al borde del colapso, y decidió confrontarlo.

Son sólo palabras en el aire se excusó él. Colegas, conocidos Así trato a la gente para que les resulte agradable y sea más fácil negociar. ¿Por qué te enfadas? Deberías confiar en mí.

Confiar en un hombre que mantenía un harén virtual era imposible.

La discusión degeneró en pelea; Javier la echó a la puerta y, en un momento, la amenazó con una voz que ella no podía tolerar. No podía huir sin ayuda, pero su madre no estaba allí.

Es sólo un mensaje, una letra al hombre le falta atención, tú tienes al bebé todo el día, por eso él busca compensar la tranquilizó Lidia con tono cotidiano.

Lidia no cambió de opinión, aunque Begoña le contó que había estado a punto de morir.

Begoña tuvo que arreglárselas sola. Cuando las amigas supieron que se divorciaba, se quedaron boquiabiertas: nunca se había quejado. Sin embargo, el mundo aún albergaba gente amable.

Una amiga le prestó la llave de su piso, otra le adelantó dinero, una tercera le ayudó con la mudanza. En dos semanas Begoña presentó el divorcio y escapó de su marido. La reacción de su madre la sorprendió de nuevo.

¡Qué bien! Ese tío era un tirano exclamó Lidia. No me gustó desde el principio. ¿Recuerdas que te dije que los hombres decentes no actúan así?

Begoña parpadeó, desconcertada. Lidia había dicho una cosa y luego otra: no lo dejes, es cuidadoso. La madre había intentado que no se fuera.

Mamá ¿no me aconsejaste que no me divorciara? preguntó Begoña.
No sabía que tenías a quién acudir. ¿A dónde ibas a ir? replicó Lidia, y luego se dio cuenta. Claro, tienes a mí, pero yo ya soy una anciana, no tengo espacio y ser madre soltera es duro, lo sé bien.

En ese instante Begoña comprendió que su madre cambiaba de postura no por conveniencia, sino por su propia comodidad. Compraba ropa barata, no aceptaba a sus amigas, la disuadía de divorciarse para que no tuviera que regresar al hogar del ex con el niño.

Pasaron dos años. Begoña siguió en contacto con su madre, pero dejó de contarle su vida y de pedirle consejos. Ya no la visitaba, y ella tampoco la invitaba. Fue difícil en lo laboral y económico, pero el alma estaba más ligera.

Una tarde sonó el teléfono.

Begoñita estoy muy enferma, no tengo medicinas ni comida. Me encantaría comer algo de sopa ¿Puedes pasar una hora?

Begoña levantó una ceja. ¿Pasar una hora a una madre enferma con un niño pequeño?

Dime qué necesitas y lo encargo. respondió.

Un silencio. La madre esperaba otra respuesta.

No necesito entregas, dijo ligeramente irritada. Solo quería verte. Quizá estos sean mis últimos días.
Mamá, con gusto te ayudaría, pero sabes que ser madre soltera es muy duro. Llevar medicinas y comida es mi deber, pero estar a tu lado requiere confianza, y yo ya no confío en ti. Eres la campeona del cambio de calzado.

Lidia suspiró, se quejó débilmente, pero no logró convencer a su hija.

Desde entonces Begoña eligió con mucho cuidado a quién confiar. Aprendió a no engañarse, aunque el deseo fuera fuerte.

Al final comprendió que la verdadera fuerza no reside en obedecer ciegamente a quien nos quiere controlar, sino en escuchar nuestra voz interior y proteger nuestra dignidad. Sólo así podemos vivir con la conciencia tranquila y construir una vida basada en la libertad y el respeto propio.

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