Al enterarse de que su hijo nació con discapacidad, su madre hace once años presentó un “documento de renuncia”. Este aviso lo vio Sancho personalmente cuando llevó los expedientes al ambulatorio.

Life Lessons

Oye, te voy a contar lo que le pasó a Santi, ese chaval del orfanato de Madrid, y cómo todo cambió para él. Hace once años, cuando su madre descubrió que el bebé había nacido con una discapacidad, ella tuvo que presentar una solicitud de denegación de ayuda social. Esa papeleta la guardó en el archivo del centro de salud y, sin que ella lo supiera, Santi la vio una tarde mientras llevaba unos expedientes al consultorio. La enfermera le entregó los sobres y, justo cuando él se iba, sonó el teléfono y ella salió disparada, tirándole un gesto para que siguiera sin ella. No se imaginó que, al abrir el expediente, Santi encontraría la carta de denegación escrita por su propia madre.

En el orfanato, todos los niños esperan a sus padres, pero Santi dejó de esperar y, poco a poco, también dejó de llorar. Su corazón se cerró bajo una coraza de hierro que le protegía de los insultos, de la soledad y del rechazo. Cada casa tiene sus costumbres y, en la víspera de Año Nuevo, los niños del albergue escribían cartas a los Reyes Magos. El director las entregaba a los patrocinadores, que intentaban cumplir los deseos. A veces esas cartas llegaban a la escuadrilla de la Fuerza Aérea. Lo que más pedían los chicos era algo sencillo: encontrar a su papá y a su mamá. Los que leían esas misivas se quedaban perplejos, sin saber qué regalar.

Un día, el ingeniero mayor de la Base Aérea, Andrés Ramírez, recibió una de esas cartas. La metió en el bolsillo de su chaqueta y decidió leerla en casa, para comentarla con su esposa, Lucía, y su hija, Nerea. Esa noche, mientras cenaban, Andrés sacó la hoja y la leyó en voz alta: «Queridos adultos, si pueden, regálenme un ordenador portátil. No gastéis dinero en juguetes ni ropa. Aquí en el orfanato ya lo tenemos todo. Con Internet podré buscar amigos y, quizá, a gente de mi familia». Al final firmaba: «Santi Ibarra, 11 años».

Vaya, qué listos son los niños hoy comentó Lucía, sorprendida. De verdad, con un portátil podría ponerse en contacto con quien necesite.

Nerea, frunciendo el ceño, volvió a leer la carta y se quedó pensativa. Andrés notó que la niña temblaba un poco.

¿Qué pasa, cariño? le preguntó.

Papá, él no espera encontrar a sus padres dijo Nerea . En realidad, no los busca porque no existen. El portátil es su salvavidas contra la soledad. Dice: «buscar amigos o gente de la familia». La familia también puede ser gente ajena. ¿Qué tal si usamos los ahorros de mi hucha y le compramos el portátil? propuso, con los ojos brillando.

La celebración de Año Nuevo en el orfanato siguió su curso: un pequeño espectáculo, la visita de Papá Noel y la Reina de los Copos, la entrega de regalos por parte de los patrocinadores, y a veces algunos niños eran acogidos por familias durante las vacaciones. Santi, como de costumbre, no esperaba nada. Siempre le había tocado ver que sólo las niñas bonitas recibían atención; los chicos pasaban desapercibidos. Aquella carta la había escrito él, como tantos otros, pero esa noche vio a un piloto uniformado entre los invitados. El corazón le dio un salto, pero se dio la vuelta y respiró profundo.

Al recibir un paquete de caramelos, el chico cojeaba hacia la salida y, al oír su nombre, se volvió sorprendido. Detrás estaba el propio piloto. Santi se quedó paralizado, sin saber qué decir.

Hola, Santi saludó el piloto, mostrándose con una sonrisa. Hemos leído tu carta y queremos hacerte un regalo. Pero antes, déjame presentarme. Me llamo Andrés Ramírez, aunque puedes llamarme tío Andrés.

Yo soy la tía Natalia intervino una mujer elegante que estaba a su lado.

Yo soy Nerea añadió la niña, sonriendo. Tenemos la misma edad.

Yo soy Santi Obregón respondió él, soltando su sobrenombre.

Nerea quería preguntar algo, pero el piloto le entregó una caja y dijo:

Es para ti. Vamos a una sala y te enseñaremos a usar el portátil.

Entraron en un aula vacía donde los niños hacían deberes por la tarde. Nerea le mostró cómo encender el equipo, iniciar sesión, conectarse a internet y le registró en una red social. El piloto se sentó cerca y, de vez en cuando, le daba alguna pista. Santi sentía el calor y la protección del tío Andrés, como si fuera su propio padre. La chica hablaba sin parar, pero el chico notó que ella sabía mucho de informática y también practicaba deportes. Al despedirse, la tía Natalia lo abrazó; su perfume, suave y dulce, le dejó una sensación de calma. Santi se quedó un momento inmóvil, luego respiró hondo y siguió caminando por el pasillo.

¡Volveremos pronto! gritó Nerea.

Desde entonces la vida de Santi dio un giro radical. Ya no le molestaban los apodos ni las burlas; en internet encontró miles de cosas útiles. Siempre le habían fascinado los aviones, y ahora descubría que el primer avión de transporte militar masivo había sido el Antonov An8, diseñado por el ingeniero Serguei Antonov, y que el An25 era una variante de ese modelo.

Los fines de semana, el tío Andrés y Nerea lo visitaban. A veces iban al circo, jugaban en las máquinas recreativas o se tomaban un helado. A Santi le costaba aceptar que siempre pagaran por él, pero su corazón se iba abriendo poco a poco.

Una mañana, el director lo llamó a su despacho. Allí estaba la tía Natalia, y el corazón de Santi se aceleró, sintiendo un nudo en la garganta.

Santi, Natalia Víctor

Natalia, la directora quiere que te tomes dos días libres con ella. Si aceptas, te los concedo le dijo el director.

Además, hoy es el Día de la Aviación. El tío Andrés organizará una gran fiesta. ¿Quieres ir? añadió.

Santi asintió sin decir palabra, con una enorme sonrisa. La tía Natalia firmó un documento y, tomados de la mano, salieron del despacho.

Primero pasaron por una gran tienda de moda y le compraron unos vaqueros y una camisa. Al ver sus zapatillas gastadas, Natalia lo llevó al sector de calzado. El tamaño de sus pies era distinto en cada pie, así que le explicaron que, tras la fiesta, irían a una clínica ortopédica para encargarle unas botas especiales, con suela única que equilibraría sus piernas y casi eliminaría la cojera.

Después fueron a la peluquería y, de regreso, recogieron a Nerea. Santi, por primera vez, cruzó el umbral de una vivienda que no fuera el orfanato. El aroma del hogar, la calidez del sofá y el sonido de un gran acuario con peces de colores le envolvieron. Se sentó en el borde del sofá y miró alrededor, sin poder creer lo que veía.

Estoy lista dijo Nerea . Vamos, Santi, mamá nos alcanzará.

Tomaron el ascensor y, al salir, se toparon con un niño que jugaba en la zona de arena del patio. Al verlos, gritó:

¡Candelero, abuela, candelero!

Espera un momento intervino Nerea, acercándose al pequeño.

En ese instante Santi vio cómo el niño se caía en la arena y, tirado, preguntó:

¿Qué te pasa? dijo, riendo. Era una broma.

Bromea en otro sitio respondió la niña.

El aeródromo estaba decorado con luces de colores. El tío Andrés los recibió y les mostró su avión, un C295 de la Patrulla. Santi quedó maravillado al ver de cerca aquella gigantesca máquina plateada; su pecho latía con fuerza ante la potencia del aparato. Luego, el espectáculo aéreo comenzó. La gente alzaba los brazos, gritaba y aplaudía mientras los aviones surcaban el cielo. Cuando el C295 de Andrés pasó, Nerea agitó los brazos y gritó:

¡Papá vuela! ¡Papá!

Santi, sin pensarlo, saltó y también exclamó:

¡Papá! ¡Mira, papá está volando!

No se dio cuenta de que la madre de Nerea estaba allí, con los ojos húmedos, secándose las lágrimas.

Al caer la noche, después de cenar, Andrés se sentó junto a Santi y, dándole una palmada en el hombro, le dijo:

Sabes, creemos que todos deberían vivir en familia. Solo en la familia aprendes a amar de verdad, a cuidar al otro, a proteger y a ser querido. ¿Te gustaría formar parte de la nuestra?

Un nudo se formó en la garganta de Santi; sintió que el corazón se le atascaba. Se apoyó contra Andrés y susurró:

Papá, siempre te esperé.

Un mes después, Santi se despidió del orfanato. Con paso firme y casi sin cojear, salió del portal tomándose de la mano del tío Andrés. Frente a la puerta, miró atrás, saludó a los niños y a los monitores que lo habían visto crecer.

Ahora cruzaremos esa línea y comenzará una vida nueva le dijo el tío Andrés. Olvida lo malo de aquí, pero recuerda a la gente que estuvo a tu lado. Siempre agradece a quienes te ayudaron.

Y así, con una mochila llena de sueños y un portátil bajo el brazo, Santi empezó una nueva historia, rodeado de familia, de amistad y de la promesa de volar, aunque sea con los pies en la tierra.

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