Viki permanecía larga rato con el teléfono en mano. La voz de su madre resonaba en sus oídos — húmeda, desesperada, como la lluvia que no cesa.

Life Lessons

Almudena está de pie, con el móvil en la mano. La voz de su madre suena en sus oídoshúmeda, desesperada, como una lluvia que no cesa.

No sabe qué sentir. ¿Pena? No. ¿Ira? Tampoco. Es más bien vacío.

Ese mismo vacío que le dejó María cuando le dice: «Vas a dormir en la cocina».

Sin embargo, su corazón late más rápido.

«Me echas», le grita la madre. «Como a un perro».

Las palabras le cortan la memoria como un cuchillo, porque ella también ha sido desterradacomo una niña con una mochila que lleva dos libros y una blusa.

Vale, vendice al fin Almudenapero solo un rato.

María llega al día siguiente, agotada, con ojeras bajo los ojos y arrastrando una gran maleta.

Almudena abre la puerta y, por un instante, se miran. Quedan como desconocidos que antes fueron cercanos, pero que ya no saben cómo.

Qué bonito lo has arregladocomenta María, recorriendo el luminoso piso. Da buena sensación.

Sí. Porque yo lo he hecho acogedorresponde Almudena con calma.

Se sientan a la mesa.

María toma el té en pequeños sorbos, como temiendo que se le queme.

No pensaba que acabaría asíempieza. Vladislav ha fallecido todo quedó para sus hijos. Y ellos vendieron el piso. Me dijeron: «No eres nuestra madre».

Su voz se quiebra. Yo los veía como a mis propios hijos

¿Y a mí, mamá? ¿Qué me considerabas?pregunta Almudena.

María levanta la vista. Por primera vez, en sus ojos hay miedo.

Hija mía, no empieces. En aquel entonces todo era duro yo no sabía qué hacer.

No, mamá. La vida no era dura. Tú lo eras. Yo solo era una molestia.

El silencio se vuelve una pesada cortina entre ambas.

María traga saliva, pero no dice nada.

Pasan semanas.

Almudena intenta no pelear, pero María poco a poco actúa como si la casa fuera suya.

Reordena los armarios, lava los platos «como se debe», mueve los muebles.

Después vuelve del mercado con bolsas.

Compré una alfombra. La tuya no combina.

Mamá, esto es mi hogar.

¡No seas aguafiestas! Solo quiero ayudar.

Y Almudena vuelve a sentirse como aquella niña pequeña sin sitio donde estar.

Una noche, al volver del trabajo, la cocina huele a bizcocho.

¡Ah, estás aquí!sonríe María. Tenemos invitados.

En la mesa está un hombre mayor con el cráneo brillante y una barba grasienta.

Él es Estebandice Maríaun conocido mío. A veces me echa una mano.

¿En mi piso?pregunta Almudena, fría.

No empieces. Solo vamos a cenar.

No, mamá. Mañana cenarás en otro sitio.

María se palidece.

¿Me estás echando de la casa?

No. Solo te recuerdo que yo también dormí en la cocina por tus decisiones. Pero ya no soy una niña.

A la mañana siguiente, María recoge sus cosas en silencio.

Almudena está en la puerta, apoyada en el marco. Los dedos le tiemblan, pero el rostro permanece sereno.

¿A dónde iré?susurra María. Nadie me espera.

Como tú no me esperaste a mícontesta Almudena.

María se queda paralizada.

No lo entendía

Lo entendías. Simplemente no te importaba.

Los hombros de María se estremecen.

Fui una mala madredice en voz baja. Pero sigo siendo humana.

Lo séreplica Almudenay yo también ya soy una persona. No soy la niña que temía a su madre.

Cuando la puerta se cierra, Almudena se sienta en el sofá. Sus manos están tibias, como después de una lucha.

El sol ilumina la habitación y el aire se vuelve repentinamente puro.

Se levanta, abre el armario y saca una caja vieja.

Dentro hay dibujos infantiles, postales y una foto: ella, su madre y su abuela.

La abuela las abraza en los hombros, sonriendo.

Si estuvieras aquí, abuelapiensa Almudenanos dirías que debemos perdonar. Pero ya no quiero vivir con el dolor que se supone he de perdonar.

Enciende la foto en el cenicero.

Mira largo y tendido cómo el rostro de su madre se desvanece en cenizas.

Una semana después llega una carta.

«Almudena, perdóname. No busco excusas, solo que sepas que te quiero, aunque no sepa expresarlo. Gracias por no cerrar la puerta de inmediato. Tal vez algún día la vuelvas a abrir, no por mí, sino por ti».

Almudena la lee varias veces y, al fin, sonríe.

Por primera vez en añosuna sonrisa verdadera.

Sale al balcón, respira hondo y llama a un albergue de mujeres.

Buenos días. Tengo una habitación libre. ¿Alguien necesita refugio?

Síle contestantenemos a una mujer a quien sus parientes la han expulsado.

Almudena cierra los ojos.

El círculo se completa, pero esta vez de otro modo.

Prepara la tetera y saca sábanas limpias.

En esa casa, alguien escuchará por primera vez:

Aquí eres de casa.

Y esta vez, sin condiciones, sin miedo, sin dolor.

Solo con amor.

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