¡Mujer, basta ya de romper la puerta ajena! No vives aquí más espetó la joven con aire altivo, mirando a Rosa. Así que coge tus bolsos, levántate de un plumazo y vete de aquí.
¿Qué? exhaló Rosa.
¡Muévete ya! repuso la chica.
Rosa suspiró, apretando contra su pecho las bolsas del supermercado. Llevaba un día largo, reuniones sin fin, y por fin había puesto un pie en su piso de Chamberí. Pensó en dar una vuelta a pie, en vez de montar en coche. «Qué ingenua», se rió, pero al acabar el paseo apenas logró llegar a la puerta. Mañana tomará un taxi; el coche quedó aparcado frente a la oficina y a Rosa ya no le apetecía caminar más.
Con la costumbre de la mañana metió la llave en la cerradura, giró varias veces y nada. La puerta no cedía. Tiró de la manija con esperanza; tampoco funcionó.
¡Joder! se quejó, colgándose de la manija. ¿Será que estoy en el piso equivocado?
¿Había confundido el número de planta por cansancio y estaba a punto de irrumpir en el apartamento de otra gente?
Contó los trasteros para asegurarse: primero, segundo tercero. Piso 3, puerta 17. No había margen de error. Algún intruso se había encerrado dentro. ¿El marido? pensó.
¿Javier? ¿Estás ahí? gritó, pegándose la oreja a la madera. Un silencio sepulcral respondió.
Javier debía estar trabajando hasta tarde. No había ningún acuerdo de que volviera antes. Un escalofrío le recorrió la espalda: ¿Y si algo le había ocurrido? Pero desechó la idea; él siempre avisa cuando cambia de planes.
Al no poder llamarle, Rosa volvió a intentar forzar la puerta.
¡Ábrete, por favor! musitó, y al no obtener respuesta empezó a golpear más fuerte. ¿Acaso Javier había llegado antes?
Golpeó suave, luego más fuerte, mientras escuchaba unos ruidos apagados, como pasos dentro del piso. La puerta no se movía.
¡Ya basta! exclamó. ¿Quién está ahí? ¡Llamo a la policía! ¡Me huelen ladrones!
¿Ladrones tan descarados que ni se han ido? A Rosa le temblaba la voz. Estaba a punto de marcar el 102 cuando la puerta se abrió de golpe.
Una mujer con un bolso voluminoso se lanzó al pasillo, pero justo entonces apareció una figura diminuta, como un ángel de los cómics, con enormes ojos brillantes, cabellos blancos hasta la cintura y labios de guisantes. Parecía indefensa; Rosa se quedó sin habla un segundo.
¡Mujer, basta ya de romper la puerta ajena! No vives aquí más repitió la jovencita, mirando con altivez a Rosa. Así que guarda tus bolsos, levántate y vete de aquí rápido.
¿Qué? sopló Rosa.
¡Muévete ya!
En su trabajo Rosa tenía una regla de oro: mantener la calma siempre, sea con compañeros, jefes o socios. Nunca se sabe qué conflicto saltará de la nada, así que siempre se muestra cortés y distante. Esa regla la aplicaba también fuera de la oficina, pero esta situación la sacó de quicio. Con un ágil movimiento agarró a la chica por el pelo y, pese a sus gritos, la arrastró dentro del piso.
¡¿Qué haces?! bramó la rubia, intentando zafarse. ¡Suéltame! ¡Estoy embarazada!
Rosa, sin prestar atención a los chillidos, miró alrededor. La intrusa había llegado con una maleta medio abierta, tirada al final del pasillo, junto al salón.
Al soltarse, la chica intentó lanzar un pesado candelabro de bronce contra Rosa, que lo esquivó con rapidez.
¡Alto! vociferó, agarrando de nuevo a la mujer por el pelo y sentándola en una silla de cocina. Ahora que sabemos quién manda aquí, vas a quedarte callada y responderás cuando yo lo ordene. ¿Entendido? No seas una intrusa; si llamo a la policía, te denunciaré por allanamiento.
La joven siguió protestando, pero Rosa, que había calmado tormentas mayores en la oficina, esperó a que la rabia se le acabara y preguntó:
¿Quién eres?
La chica sacudió la cabeza, apartó el pelo de la cara y balbuceó:
¡Soy Begoña! ¡Y ahora seré la esposa de Javier!
Rosa ya había deducido que algo no cuadraba: la cerradura no estaba forzada, la intrusa no robaba, sino que desempacaba sus cosas. Alguien la había dejado entrar. ¿Quién?
¿En serio? respondió Rosa con ironía. Javier ya es mi marido, ¿no te has confundido?
Begoña se encogió de hombros, pero la sentó de nuevo.
¡No estoy confundida! Javier me ama, quiere divorciarse, ¡y yo llevo su hijo! exclamó, con la voz tan aguda que le dolía la cabeza a Rosa. ¡Exijo que te marches de su piso ahora mismo!
Rosa se apoyó contra el marco de la puerta, observando a la invitada. La escena parecía sacada de una tragicomedia. Apenas la noche anterior Rosa creía que todo iba bien con Javier, y de pronto una mujer con maleta y embarazo aparecía anunciando el fin del mundo.
¿Y qué te dijo Javier acerca de casarse conmigo? preguntó Rosa, con una sonrisa gélida. Si yo soy así de ¿qué?
Begoña no buscó excusas en los bolsillos.
Me dijo que fue un error, que soy una persona sin sentimientos y que necesitaba a alguien que entendiera su alma se justificó.
Ah, la famosa alma. ¿No te acordabas de que hace nueve años me juraste amor eterno? levó una ceja. ¿Cuánto tiempo lleváis conociéndoos?
Seis meses admitió Begoña, intentando sonar más calmada. Él me escribe poemas, me lleva a restaurantes, nadie me ha cortejado así. ¡Déjanos en paz!
Rosa sonrió con sarcasmo.
¡Claro que necesito vuestro feliz! Pero algo suena raro ¿poemas, restaurantes Javier? ¿Será él el mismo Javier? Cuando nos conocimos, él era tan romántico como un guardia de seguridad de sesenta años. No un poeta, sino un tipo serio y honesto, que me quería de verdad.
¡Por el amor de Dios! intervino Rosa. No pienso arruinar vuestra felicidad, pero recuerda: la mitad de los bienes son míos. No sé qué te haya contado Javier, pero no me regaló la llave en la calle. Lo conseguimos trabajando los dos. Antes de hablar de divorcios y derechos, quiero saber cómo conseguiste la llave de nuestro piso.
Begoña se quedó boquiabierta.
Él me la diorepuso.
Rosa, aunque aturdida, mantenía la claridad. No le convencía que Javier, que no es tonto, le diera la llave a una desconocida. Si él quería algo, lo haría con una conversación, no con engaños.
¿Y quién es este tal él? insistió Rosa.
Mi mi él es vaciló. No, no, el hermano de Javier, Federico.
En ese momento, el propio Javier entró por la puerta, sorprendido al ver a su esposa en el recibidor y a una desconocida sentada en una silla.
¿Rosa? ¿Qué haces tan temprano? preguntó, desconcertado.
Quería sorprenderte. Salí antes, hice la compra y tenía pensado preparar la cena. Pero parece que tenemos visitas dijo Rosa con una media sonrisa, intentando disimular la extrañeza.
Javier frunció el ceño y se dirigió al salón, donde vio a Begoña, con el pelo despeinado y la mirada furiosa.
¿Y ella quién es? inquirió cautelosamente.
¡Qué actuación! exclamó Rosa, moviendo los brazos. ¿Qué cara de sorpresa! Pues bien, esta es la nueva esposa de Javier y madre de su futuro bebé añadió con una dulzura fingida, observando la reacción de su marido.
Javier se quedó sin palabras.
¿Qué tontería es esta? balbuceó. Nunca había visto a esa chica antes.
Rosa dio una vuelta alrededor de él.
Pensé que negarías todo o intentarías decir fue una casualidad, solo te quiero a ti. Pero, querido, eres muy original.
Rosa, yo
Rosa lo interrumpió.
¡Ay, ay, ay! Qué vergonzoso no reconocer a tu novia embarazada. ¿Cómo vas a mirar a tu hijo o a tu hija a los ojos? ¡Qué desconsiderado, Javier! ¿Y por qué no le dijiste que el piso era compartido? ¡Querías impresionar! Pues lo has conseguido.
Begoña, algo desconcertada, intervino.
Yo tampoco le conozco
Rosa, ya sin paciencia, alzó la voz.
¡Basta de circo! Tus mentiras no sirven. No debiste venir aquí si solo querías proteger a Javier. Ahora cuéntame todo: ¿cómo conseguiste la llave? ¿Qué te prometió él?
Nada balbuceó Begoña, encogiéndose en la silla.
¿Nada? ¿Y cómo entraste?
Él no él. El Federico el hermano tartamudeó. No, no, el hermano de Javier.
¡Exprésate ya!
Tu Javier no es mi Javier. Yo no lo conozco.
¡¿Qué he dicho yo?! exclamó, aturdida.
Espera ¿Con quién saliste?
Con Javier, pero no con este
Begoña confesó haber conocido a un hombre en un bar que se presentó como Javier. Salían, iban a restaurantes, él la llevaba en su coche y cuando perdió el interés, ella recurrió a medidas extremas.
¿Entonces creíste que esa era su casa? preguntó Rosa.
Sí susurró Begoña.
¿Y pretendes apoderarte de nuestro piso? añadió Rosa.
Quería que cumpliese su promesa repuso Begoña. Pensaba que, al venir aquí y ponerlo en evidencia, él tendría que divorciarse y casarse conmigo. Pero ¿este no es su piso?
¿De quién? preguntó Rosa, ya perdida.
De Javier mi Javier. Me llevó aquí.
¿Lo visitabas a menudo?
No mucho, pero suficiente.
Rosa, harta, anunció:
Llamo a la policía. Un desconocido se hace pasar por Javier y abre la puerta con nuestras llaves. ¿Será una tragicomedia del destino o una conspiración de mentirosos?
Todo quedó en silencio mientras Begoña se estremecía.
Rosa notó que Javier estaba nervioso.
Javier, ¿qué tienes que decir?
Él miró a Rosa, luego a Begoña y volvió a Rosa.
Bueno tengo algo balbuceó.
Habla, o no me haré responsable de nada.
Javier exhaló y confesó que había entregado una copia de la llave del piso y del coche a su hermano Federico.
Él me la pidió quería tener el coche por si necesitaba algo, por si nos quedábamos sin nada, y yo pensé que no pasaría nada se justificó. Además, la llave del piso la dejó porque necesitaba alojarse una semana; teníamos planes de ir a Grecia.
Rosa, boquiabierta, murmuró:
Así que cuando llegué a casa, todo estaba fuera de sitio ¿Estás loco? ¿Has convertido nuestra casa en albergue?
Pues él lo pidió replicó Javier.
¡Lo pidió! fingió una risa. Qué maravilloso. Fue a coger tu coche, se hizo pasar por ti y trajo a esas chicas. Lo resolveremosdijo Rosa. Llamemos a Federico ahora mismo.
Javier, resignado, accedió. En una hora llegó Federico, un hombre corpulento con aspecto de quien ha pasado la vida trabajando en la construcción, pero con una chispa de picardía en los ojos.
Buenos días saludó, pero al ver a Begoña se quedó helado.
Buenas, buenas intervino Rosa, sujetándolo. ¿Te hiciste pasar por Javier y trajiste a esta chica a nuestra casa?
Federico intentó reírse.
¡Vamos, que no he traído a nadie! Solo pasé un momento, quería divertirme un pocodijo. Solo una broma.
¿Broma? alzó una ceja Rosa. Yo también tengo una broma: ella está embarazada de ti.
Federico se atragantó, intentando reír, pero Rosa no cedía.
¿Le diste la llave? preguntó.
Begoña, que hasta entonces había permanecido en silencio, alzó la voz.
No es culpa suya. Yo misma hice una copiaadmitió. Quería echar a su esposa o sea, a vosotros.
Así quedó claro: Federico se hacía pasar por Javier para llevar a chicas en su coche. Begoña, enamorada y embarazada, quiso pasar de novia a esposa y, para conseguirlo, intentó expulsar a la legítima dueña del piso. Cuando Federico se dio cuenta de que lo habían descubierto, intentó huir, pero Rosa le bloqueó la salida.
Te quedarás aquí o llamaré a la Policía.
Begoña, decepcionada, se marchó, diciendo que volverían a hablar del bebé. Federico, temblando, escuchó durante una hora la lista de quejas de Rosa y, finalmente, la echó por la puerta.
Rosa, mirando a Javier, le preguntó:
¿Cómo pudiste dar la llave a tu hermano?
Quería ayudar ¿Qué se suponía que debía decir?
¡Debías pensar antes! exclamó. Casi me haces divorciarme o quedarme viuda.
Lo siento
Te perdono pero no ahora. Tengo hambre.
¡Yo cocino! respondió Javier, aliviado.







