En compañía de la exnovia

Life Lessons

Lola, ¿no puedes simplemente echar a la niña? Es pequeñita y está en otra ciudad. ¿Te imaginas lo que le puede pasar? insistía Andrés con la voz temblorosa de indignación. ¡Eres su madre! Piensa cómo te sentirías si alguien tratara así a Ciro.

No creo que Ciro se comporte así replicó Lola. Puede que tenga catorce, pero de insolencia tiene treinta. Si le da la vida de rebeldarse con una tía mayor, al final llegará también a la estación de tren por sí sola.

Lola sabía que quizás estaba exagerando. No tenía billete para su hija, tampoco conocidos en esa ciudad. En realidad estaba enviando a la niña a la deriva, pero ya le importaba poco. No aguantaba más a esa mocosa con falda.

…Hace tiempo Andrés le parecía a Lola un soplo de aire fresco. Su primer matrimonio no fue un desastre total, pero tampoco había amor. Por Sergio, su primer esposo, Lola se casó por conveniencia. Él era heredero de una familia acomodada, vivía a lo grande sin pensar mucho y cuidaba de ella.

Pensó que ese tipo era perfecto para formar familia, porque los hijos no les faltaría nada. Sus propios sentimientos los dejaba en último plano. Si no había chispa, ¿qué más da? La vida no es un cuento de hadas; no todos se aman hasta la locura. Al menos el hombre era bueno y no la lastimaría.

En parte Lola tenía razón: su único hijo, Ciro, realmente no necesitaba nada. Pero cuando creció y se volvió más independiente, los padres se dieron cuenta de que casi eran extraños. No tenían intereses comunes, ni temas de conversación. Lola incluso se iba de vacaciones sin Sergio. Por cierto, el enamoramiento de Sergio también se había apagado y ya no sentía nada.

Al principio intentaron vivir como buenos amigos, pero el intento se fue al traste. A Lola le irritaba todo de Sergio: cómo dejaba charcos en el baño después de la ducha, cómo roncaba, cómo comía, hasta cómo respiraba. Sergio, por su parte, empezó a coquetear con chicas jóvenes y lo llamaba la pastilla contra el aburrimiento.

Al final se divorciaron. Sergio dejó uno de los pisos a su exesposa y al hijo. Los primeros meses Lola se acostumbró a vivir sola, a su modo, y después… después le entró la nostalgia del amor. Al menos una vez en la vida.

Con ese deseo Lola se apuntó a una web de citas, pero no aguantó mucho tiempo allí. Los hombres que le aparecían eran de todo tipo. Algunos ni siquiera habían encontrado trabajo a los cuarenta, otros insultaban a sus ex, y los que parecían normales desaparecían tras la primera cita. Lola no entendía el motivo hasta que uno de sus nuevos contactos le dio una pista.

La cita siguiente fue un desastre total. Después de una hora, el tipo empezó a abrazarla y a intentar besarla, a pesar de que ella le había dicho claramente que iba demasiado rápido. Luego la invitó a su casa con insistencia. Ella captó el plan, se excusó diciendo que tenía que pasar a recoger a su hijo del colegio y se largó.

Así se fueron separando. Pero, al caer la noche, Lola recibió un mensaje privado:

¿No podías decirlo todo de una vez? He perdido el tiempo contigo. No me interesan las divorciadas con carga.

Lo había dicho mientras estaban en una cafetería. Seguramente no se trataba del hijo, sino de esa etiqueta de divorciada que le mató el ánimo. Para muchos hombres es un punto negativo, aunque el hijo tenga quince años y en verano gane más que algunos pretendientes.

Lola estaba a punto de colgar su sueño, pero lo mejor suele aparecer cuando menos lo esperas.

Andrés la encontró en el cumpleaños de su amiga María. Él le regaló una copa de cava, le sirvió ensaladas, le sacó una sonrisa cuando Lola bromeaba y al final le pidió su número.

María le advirtió:

Lola, ten cuidado. Con él vienen la exesposa y la hija.

Lola no se inmutó.

¿Y qué? Yo tampoco soy una niña contestó. En la vida pasa de todo.

Más tarde Andrés le explicó con delicadeza que no había podido convivir con su exesposa porque ella siempre armaba escándalos. Eso le sorprendió, porque él era tranquilo y amable. ¿De dónde salían los conflictos?

Pronto descubrió la respuesta, y no le gustó nada.

Almudena, hoy me retraso un poco. Tengo que pasar por Violeta. Me pidió montar la bicicleta para ella le avisó Andrés.

No era la primera vez; esa semana era la tercera vez que llegaba tarde. Violeta ni siquiera cambiaba una bombilla sin su ayuda. Al principio Lola lo tomó con paciencia: la exesposa se había divorciado hacía poco y estaba adaptándose, como ella lo había hecho años atrás. Pero poco a poco empezó a fastidiarle.

Sabes cómo me siento al respecto. ¿No puedes simplemente decirle que no? Me da la impresión de que hay algo entre vosotros.

Lola, temed a Dios. No puedo abandonar a Almudena. Las familias se rompen, pero los hijos quedan, ¿me entiendes?

Lo entiendo. No me importa que ayudes, pero basta ya de viajes eternos. Vamos a casa y le pagamos a un profesional a Violeta. No hace falta que estés allí.

Pues Lola

Ni Lola. O vienes a casa o te quedas con Violeta para siempre.

Con un poco de fuerza, Lola logró su objetivo. Andrés dejó de visitar a su exesposa, pero seguía queriendo ver a su hija, así que Almudena venía los fines de semana. Cada visita era una prueba de resistencia para Lola.

La primera noche la niña exigió que su padre durmiera en su habitación, siempre, porque le daba miedo quedarse sola. Después se metió en la colección de perfumes de Lola y se roció con una botella entera de perfume caro. En la tercera ocasión se quejó de la comida.

No me lo voy a comer dijo Almudena, empujando el plato. Está feo. En casa de mamá sabe mejor.

Pues ve a casa con el estómago vacío replicó Lola, al límite. O ve a tu madre.

¿Me echan? ¡Le diré a mamá que aquí no me alimentan! protestó Almudena cruzando los brazos.

Chicas… empezó Andrés, con el ceño fruncido. No nos peleemos. Pido una pizza.

Después de cada encuentro con Almudena había discusiones. La niña no obedecía, hacía ver que Lola no era su madre y se comportaba como dueña de la casa. Lola comprendió que Almudena quería que su padre volviera a visitarla más a menudo o incluso que regresara con su madre. Y lo lograba poco a poco, minando la relación con su padre.

Pues ahora tendrás que irte a otra ciudad le dijo una amiga. Te lo advertí.

No pensé que existieran divorciadas con carga masculina suspiró Lola.

Sin embargo, la amiga tenía razón. ¿Y por qué no mudarse? El hijo ya vivía solo en otra ciudad, así que Lola no tenía nada que la retuviera.

Al final se trasladaron a un pueblecito en la provincia de Granada, cerca del mar. Durante dos años todo fue perfecto: silencio, tranquilidad y la oportunidad de disfrutar de la vida en pareja. Pero luego

Lola, no te enfades empezó Andrés tímidamente. Violeta me ha llamado. Me ha pedido que lleve a Almudena a sus vacaciones de verano, al menos un mes. Tiene problemas de salud y el médico le recomendó el mar, pero los billetes son caros y su permiso es en invierno.

Lola lo miró como quien ve una puerta que se abre a la calle.

¡Ni hablar! ¡No a Almudena! soltó.

Lola ya hablé con ella. Prometió que no volverá a pasar nada.

Al principio Lola se resistió, pero al final cedió. Era la hija del hombre que amaba, hacía mucho que no la veía. Tal vez Almudena había cambiado, pensó.

Resultó que la primera semana la niña se portó bien, se quedaba en su cuarto o paseaba con su padre. Después empezó el caos.

Almudena, ¿no puedes quitarte los zapatos de calle dentro de casa? Aquí no se hace.

¡Ay, se me olvidó! respondió con una sonrisa. Igual da lo mismo, está todo sucio.

Almudena invitaba a gente sin permiso, se llevaba la compra que Lola había pedido que no tocara, veía vídeos a todo volumen por la noche. Cuando le pedían silencio, decía que había dejado los auriculares en casa, pero que si le compraban unos nuevos lo tendría en cuenta. Además, se quejaba a Violeta y esta llamaba a Lola para discutir.

La paciencia de Lola se rompió cuando Almudena, por accidente, rompió la taza que Ciro le había regalado con su primera paga.

Vamos, que no pasa nada como si nos faltaran tazas, ¿eh? se echó a reír Almudena.

Ese día Lola le dijo a Andrés que ya no lo aguantaba. Llegó a ser radical, pero no podía seguir con esa pequeña invasora en su hogar.

Andrés defendió a su hija.

Lola, puede que tenga la razón en algo, pero sigue siendo una niña. Tú eres adulta, deberías intentar llegar a un acuerdo, al menos una vez al año

Lola esa noche durmió en la habitación de invitados, sin querer ver a Andrés. A la mañana siguiente se dio cuenta de que ni él ni Almudena estaban en casa.

Todo iba bien, pero Andrés desapareció durante tres días. Parecía que había llevado a Almudena a algún sitio. No respondía llamadas ni mensajes; Lola solo podía imaginar qué estaba pasando.

Volvió al cuarto día.

Ya voy a volver a casa. Llegaré mañana a las seis anunció Andrés con normalidad.

Lola podría haber fingido que todo estaba bien, como cuando él iba a la exesposa cada dos días. Pero la guerra la tenía harta, sobre todo porque Andrés ya no estaba de su lado.

Andrés, no te enfades, pero vuelve con Violeta. Hay parejas que les va mejor juntas y por separado les resulta aburrido. Creo que eso es lo vuestro contestó Lola.

Lola, ¿qué pasa? Está todo bien, solo llevo a la hija.

Sería ideal que Almudena no viniera nunca más, o al menos que la pongas en su sitio. No lo has hecho en todos estos años. Estoy cansada de pelear en mi propia casa y contigo.

Andrés intentó convencerla, pero Lola no cedía. Nunca supo si él le estaba siendo infiel o si simplemente estaba bajo el yugo de Violeta y Almudena. Decidió no husmear en sus redes sociales.

Sí, Lola había buscado amor. Pero, ¿qué hacer cuando el hombre que tienes a tu lado ama más su comodidad y sus medias verdades que a ti? Lola decidió que el primer paso era quererse a sí misma. Y ya basta de espiar a los ex para eso.

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