¿Te das cuenta, Almudena, de que de gente como tú no se casan? dice Arsenio con serenidad. Hay mujeres para el amor y el buen rato, y otras que se reservan hasta el altar. Lamentablemente tú no encajas en ninguna de esas categorías.
¿Qué es lo que no me sirve, Arsenio? Yo sé cocinar, me veo estupenda, la casa siempre está impecable. ¿Acaso no soy suficiente como mujer? pregunta Almudena, sorprendida, mirando al hombre que consideraba su amante.
Eso mismo es el problema responde él. Ya estás arruinada. Entiende que a personas como tú no se les elige como esposa; solo se les conoce sin compromiso. Los que se casan lo hacen con chicas castas, y tú serías la primera. Que estén dispuestas a lavar los pies al marido y a beber su agua, como dice el refrán.
Arsenio, satisfecho con su última frase, se vuelve hacia la pared y se recuesta, dejándose caer en un suspiro.
Una semana antes, Almudena estaba sentada en una terraza de la zona de Malasaña con sus amigas, compartiendo sus planes: La vida se estabiliza. Tengo treinta, ya no soy una jovencita, pero tengo carrera, piso, coche y luzco genial. Puedo casarme y tener hijos. Y encima hay un candidato que parece sacado de un sueño.
Arsenio nunca se ha casado; vive solo, aunque ha comprado un piso contiguo al de su madre. Hay catorce años de diferencia, es guapo, bien cuidado, prácticamente libre de malos hábitos y ocupa un puesto serio. Un auténtico golpe de suerte.
Se conocieron en el trabajo: él acudió a su consulta dental como paciente y salió enamorado. Almudena trabajaba mucho, tanto en la clínica pública como en una privada, por lo que su tiempo personal era escaso. Pero él le llevó flores, no las típicas rosas, sino peonías en pleno febrero, reservó una mesa en un restaurante y la historia dio un giro.
Solo le inquietaba que, tras dos años de relación, aún no había hablado de compromiso. Las amigas le insinuaban que ya era hora de casarse; ella lo sentía también. Así que, una noche, decidió abordar el tema antes de dormir y escuchó: estás arruinada, no eres para el matrimonio.
No podía creerlo. ¿Qué se cree que es? Al día siguiente, Almudena vuelve al café con sus amigas, buscando consejo.
Imagínate, chicas comienza. ¡Me ha dicho que ya no soy la adecuada! ¡Que de gente como yo no se casa!
¿En serio? exclama Catalina. ¡Eres una belleza, muy lista y autosuficiente!
Afirma que solo se casan con mujeres castas. Yo, según él, soy de segundo orden, una defectuosa. Y, sin embargo, en todo lo demás me convence: es inteligente, tiene dinero y en la cama todo va bien.
Alma, suéltalo antes de que destruya tu autoestima interviene Lidia, riéndose.
Mejor aún, llévalo a nuestra casa. Miguel y yo celebramos diez años de matrimonio. Que vea lo que es una familia de verdad añade Catalina.
Decidieron invitarlo. Arsenio, que normalmente rehúsa esas reuniones, accede de repente y, además, se ofrece a conducir. Almudena ya se imagina el agradable descanso con sus amigas, sin tener que ser ella quien conduzca de vuelta.
En la casa de Catalina y Miguel, la escena es típicamente castiza: niños jugando, pinchos de carne en la barbacoa, pájaros cantando, y el perro Coco corre como si tuviera una batería invisible. El almuerzo se prolonga de la tarde hasta la noche. Los mayores se despiden, los niños se van a la cama. En la mesa quedan los nuestros: las amigas, los anfitriones y Arsenio.
Bebiendo té acompañado de un pastel de frutas, conversan cuando Arsenio vuelve a su monólogo:
Dígame, Catalina, ¿por qué Almudena sigue soltera? Vosotros ya lleváis diez años de casados.
Pues no todos tuvimos la suerte de enamorarnos en el tercer curso, como yo responde ella encogiéndose de hombros. Yo estudiaba, trabajaba, no tenía tiempo.
¿Y vos casasteis con una chica casta?
¡Claro que no! se ríe Catalina. Miguel y yo estuvimos juntos desde el primer año.
¿Pero él fue el primero?
¿Queréis que os muestre el libro de familia? replica Miguel, irritado. Mi esposa, y punto.
¡Exacto! Entonces ella era pura. Eso es respeto. ¿Cómo casarse con una mujer que ha tenido varios amantes? ¡Sería una vergüenza para la familia!
¿Y qué clase de linaje tan respetable exige estar sin pasado? se ríe Lidia. Entonces, ¿por qué le dabas esperanza a Almudena?
No prometí nada a nadie dice Arsenio, encogiéndose de hombros. Tu amiga debería entender que es una mujer de segundo orden. Para casarse con ella se necesitan razones graves, y yo no las veo.
Entonces yo soy el tercer orden, divorciada y con un hijo sonríe Lidia. Lástima por ti, hombre. Lástima por tu familia.
¿Cómo te atreves a hablar así de las mujeres de mi casa? exclama Miguel. ¡Ordenes en su caso! ¡Eres una anchoa caducada! la agarra y la saca al patio. No le cuesta nada: mide dos metros, es corpulento.
¡Fuera de aquí! No voy a arruinar la fiesta. Si no fueran las chicas, ya te habría dado con la escopeta. No eres bienvenido.
Almudena, me voy. ¿Vienes conmigo o te quedas? anuncia Arsenio, alzando su bolso.
Almudena, entre la risa, no logra contestar. Arsenio, sin esperar su respuesta, cierra la puerta y se marcha.
Bueno, Miguel, gracias se ríe Almudena. ¡Ya basta! No quiero más hombres, ni siquiera uno caducado.
Fue una mala idea intentar iluminarle el matrimonio sonríe Catalina. ¡Qué personaje! Chicas, ¿lo entendéis? Yo soy el primer orden y ustedes ya están en su sitio.
El humor les dura toda la noche. Después, Lidia lleva a Almudena a su coche y la deja en casa. La vida vuelve a la rutina de atender pacientes y rellenar historias clínicas. Arsenio ya no vuelve a llamar.
Almudena, le han dejado un sobre en la recepción.
Gracias, Lidia, lo revisaré más tarde.
Al terminar la jornada, Almudena abre el sobre. Dentro…







